Se acordarán ustedes, generosos lectores: en el cumpleaños
de don Juan hablamos de religión, del problema del mal en el mundo, de las
fuerzas sobrenaturales que nos zarandean… Durante el barullo
deshilachado de la despedida le dije a don Juan algo de la Misa del Voto: se
desentendió de los adioses; me pidió detalles.
—Todos los años, el día 1 de noviembre, se celebra en
Almagro una misa de acción de gracias a la Virgen de las Nieves porque las
consecuencias del terremoto de 1755, aunque grandes, no fueran mayores, y para
pedirle que nos evite otro trance igual. Acuden las autoridades y el pueblo
llano; es una ceremonia solemne, de mucha devoción.
Luego le mandé la referencia del artículo que Arcadio Calvo,
infatigable y benemérito buceador de archivos, publicó en El Cronista con
motivo de los doscientos cincuenta años del seísmo. En él don Arcadio reproduce
el acta del cabildo almagreño donde se cuenta lo que pasó y las medidas que se
tomaron.
Pues bien, parece que a don Juan —cómo no— le picó la
curiosidad, ha hecho algunas averiguaciones, y hoy vuelve al asunto como si
todavía estuviéramos en la sobremesa de Navaltizón:
—Resulta difícil desprenderse de las creencias tradicionales
porque el ser humano no es solo cerebro que piensa; también es pobre animal
desvalido que necesita el calor de la comunidad. Si uno rechaza las
convenciones y los ritos del grupo, se arriesga a convertirse en paria arrojado
a las tinieblas exteriores.
—Y eso ¿qué tiene que ver con el terremoto?
—A mediados del siglo XVIII, las mejores cabezas de Europa
habían descartado ya, por inconsistentes, los laberintos teológicos; pero,
indecisos ante el abismo del desamparo y la incomprensión, se demoraban en el
sucedáneo de la teodicea. El terremoto de Lisboa los empujó definitivamente al
ateísmo: ¿cómo va a existir un Dios tan cruel que mate a los hijos más fieles y
arruine hasta los templos donde se le rinde culto? E inmediatamente, una
consecuencia positiva: si la causa del terremoto no es sobrenatural, habrá que
esforzarse por encontrarle explicación natural. Es decir, la ciencia sustituyó
a la creencia en la tarea de ir alumbrando lo que está oscuro.
—Parece que en Almagro no fue así.
—No. Almagro no era entonces la vanguardia europea del
pensamiento: qué le vamos a hacer. Pero las autoridades, por lo menos algunas,
le dieron a la gente la preceptiva dosis de narcótico religioso sabiendo muy
bien lo que hacían. Además del documento que publicó el señor Calvo, hay un
informe del conde de Benagiar, intendente de la Mancha —Almagro, como sabe todo
el mundo, era entonces la capital de la intendencia o provincia— dirigido al
conde de Valdeparaíso y del que luego mandó copia al obispo de Cartagena,
gobernador del Consejo de Castilla, que, coincidiendo con el cabildo en la
narración de los hechos, introduce algunos matices curiosos.
—Cuéntenos.
—La primera diferencia está en la prosa. La del escribano
del cabildo es plana y burocrática; la del conde de Benagiar tiene muchos
perifollos e ínfulas literarias. Pero, además, refiere anécdotas
significativas: curas que se dejaron la misa a medias, un fraile que se arrojó
por la ventana de la celda…
—¡Ahí se iban a estar!
—También cuenta las razones por las que trajo a la Virgen
desde el santuario a la parroquia. Estas —saca un folio del bolsillo y lee:
Acordé también inmediatamente con la villa (atendiendo a
la gran devoción del pueblo) para su consuelo desde su ermita traer a la
Milagrosísima Imagen de Nuestra Señora de las Nieves, el día siguiente por la
mañana, no solo a fin de que Su Majestad nos preservare del trabajo, sí también
con la reflexión que reserva de tener el pueblo divertido en la campiña hasta
que pasare la crisis de las 24 horas, deteniendo la solemnidad de la procesión
todo lo posible para que no se entendiese el motivo flemático, que seguí a fin
de no contristar más los ánimos que, algo quietos, sosiegan ya a la presencia
de tan gran Patrona, a la que sigue el novenario en el templo de Madre de Dios;
alternando las religiones con repetidas gracias, y continuadas misiones.
—Eso no significa que el intendente fuera un cínico.
—Claro que no. Pero parece que era hombre sensato y con buen
sentido de la realidad.
—¿Y de dónde ha sacado usted el documento?
—De un libro estupendo disponible en internet. Pero los lectores de la
comarca pueden consultarlo también en El Cronista, en un artículo exelente referido a Bolaños de don Julián Aranda, al que le debemos muy buenas investigaciones, y muy
precisas, sobre Almagro y alrededores.
Cuando me vuelvo a casa, aún sopla un violento aire del
nordeste como en aquel día fatídico de 1755.
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