Eduardo Moga
Editora Regional de Extremadura
Mérida, 2012
Le apetecía a don Juan hablar aquí de la Editora Regional de
Extremadura, y encontrar este libro, del que había oído hablar pero nunca había
visto. Afortunadamente, se topó con él la semana pasada en una librería de
Toledo y mata hoy dos pájaros de un tiro.
La Editora Regional de Extremadura —pese a los vaivenes e
injerencias políticas, algunos y algunas bastante llamativos, al menos vistos a
distancia— es probablemente la mejor empresa —acepciones 1 y 4 del DRAE—
editorial pública de todas las que existen en España. Gracias a ella han
alcanzado visibilidad muchos autores de interés, lo que se escribe en
Extremadura se ha podido mostrar con dignidad, y el catálogo es diverso, pero
coherente, y de nivel más que aceptable. Además, los libros que publica están
bien hechos, son atractivos a la vista y al tacto, y muestran como distintivo
la reproducción de un objeto que a don Juan le fascina: la famosa nómina de Barcarrota —algún día
hablaremos de la tragedia característicamente española que representa la biblioteca de Barcarrota y del milagro de su
descubrimiento—. ¿No sería posible aprender? ¿Nuestra Consejera de Educación y
Cultura no podría darse una vuelta por allí y que le expliquen? De nada, no las
merece.
Respecto al autor, todos los lectores del blog conocen el
aprecio que don Juan siente por Eduardo Moga. Es uno de nuestros poetas más
sólidos, más arriesgados y menos previsibles. Se toma en serio la poesía y la
trabaja como haría un artesano o un artista plástico; es decir, dándole
importancia a la poesía misma, no al poeta que la produce. Por eso, cuando
tantos poetas se miran constantemente el ombligo, él prueba, persevera, curiosea,
estudia, trabaja las múltiples posibilidades de la poesía —técnica y arte— para
alumbrar el mundo. Muy pocas veces decepciona y nunca aburre.
En este librito Moga habla de Hoyos, el pueblo de su casa de
vacaciones. Son quince poemas más una introducción. El primero de los poemas,
en verso, es la puerta del resto, o sea, la puerta del pueblo. Los demás, en
prosa, pasan revista a los tópicos
veraniegos: el amor sin prisas, los paseos, la piscina, las copas y
conversaciones nocturnas, los ruidos rurales, el lento fluir del tiempo, el
paisaje, el calor, la casa, la evocación del padre en los propios estragos de
la edad... Es decir, nada nuevo ni ignorado. El mérito está en el cómo. Y ahí
Moga exhibe recursos seductores y nos trasplanta al pueblo y al verano
emocionadamente y con unas pizcas muy sabrosas de ironía.
He aquí un fragmento de "Fonte Santa":
Aquí estoy, viendo a las golondrinas rasguñar el
agua con el alfiler de sus picos [el cristal se distiende como una flor
destartalada, y se reconcilia luego en ondas, que expiran en delicados
alisamientos labiales], o a las palomas torcaces, cuyo plumaje transita del
índigo al perla, confundirse con la claridad, o a los gorriones encontrar apoyo
en lo inestable, sabiendo que todo saber ha sido derogado, que la conciencia se
ha desvanecido en el hecho aritmético de la percepción, y que la plenitud se
cifra en el espacio que me separa de la araña que se pasea por el antepecho en
que estoy apoyado, y en el caótico refulgir de los chopos, cuyas hojas de diamante
se agitan como manos, y en la agónica certeza de que no hay certezas.
Siete euros cuesta.
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