domingo, 31 de mayo de 2015

Resultados

La noche electoral, como todas, me acosté pronto. Tenía pensado aguantar hasta los resultados finales, pero la tercera vez que en la televisión llamaron pírrica a la victoria del Partido Popular el sueño se apoderó de mí sin que pudiera remediarlo. A otro día me despertó la radio con su ración enfática de lugares comunes. Compré el periódico, eché un vistazo a las portadas de los demás, y constaté, ¡otra vez!, aquello del color de los cristales. Ya en el trabajo, le puse un correo a don Juan a ver qué opinaba.
El lunes don Juan estaba en Leópolis (Lviv, Lwów, Lvov, Lemberik, Lemberg...), la ciudad ucraniana por donde pasa el meridiano, tantas veces sangriento, que separa Oriente y Occidente. A punto de subirse a un avión para volar a Viena, y después de recomendarme que leyera el libro de Jean Meyer La gran controversia —Tusquets, 23 euros, la mitad en electrónico—, que explica muy bien el largo divorcio entre europeos orientales y occidentales, me escribe:

Querido amigo:
Gracias a Dios no ejerzo de analista político —me libro así de encenagarme en algunas tonterías—; pero, ya que me pide usted opinión sobre las elecciones en Almagro y puesto que no tengo cosa mejor que hacer en este desangelado aeropuerto, allá va. Le advierto, sin embargo, que no conceda demasiada importancia a lo que digo: tiene la misma que la de cualquier almagreño que a estas horas se disponga a tomarse unos vinos con que aliviar el tránsito por este valle de lágrimas que llamamos mundo. Esto veo:
Almagro Sí Puede! se ha quedado donde preveíamos, en unos pocos cientos de votos que le dan para un concejal. El resultado es muy bueno teniendo en cuenta de dónde partían y los pocos medios de que han dispuesto. Si a ellos les parece corto obedecerá sin duda a las desmesuradas expectativas: iluso se llama en nuestra lengua al que se hace excesivas ilusiones.
Los resultados de Ciudadanos me han sorprendido. No creía yo que hubiera tantos almagreños —más de mil— conservadores dispuestos a descartar el original en favor de la copia. Hallaremos la causa en la fatiga de Maldonado, en el atractivo personal de Galán y en una campaña buena y con bastantes medios —¿de dónde habrán salido?—. Sin embargo, el excelente resultado no les servirá de nada: han logrado que el Partido Popular pierda las elecciones, sí, pero no han llegado a ganar, ni siquiera a hacerse imprescindibles. ¿Se conformarán con ello? Lo iremos viendo.
El Partido Popular es el gran perdedor, sobre todo si comparamos los cuatro concejales de hoy con los nueve de 2011. ¿A qué se debe? A errores propios. La suficiencia con que han administrado mayoría tan grande, la descoordinación del equipo, la falta de un liderazgo firme, el cainismo de algunos... y el desgaste del partido en toda España. Ambas cosas tendrían que servirles para reflexionar: Si Dios os da la victoria, no abuséis de ella, dijo el califa. Ahora bien, les honra haber aceptado muy dignamente la derrota.
El resultado del PSOE no es brillante: ni siquiera, favorecido por la división de la derecha, ha llegado a los seis concejales. ¿Por los candidatos, por el partido, por el programa? No lo sé. Sin embargo, es el ganador de las elecciones y puede perfectamente gobernar; hace no demasiados meses a todo el mundo le parecía muy improbable. También esto da para pensar un poco. Otro día será.
¿Qué pasará ahora? Me atrevo a pronosticar —habiendo visto lo que hemos visto no es un pronóstico muy arriesgado, lo reconozco— que no habrá pacto entre el Partido Popular y Ciudadanos; que tampoco lo habrá entre el PSOE y Podemos; que Reina será alcalde con seis votos; y que los socialistas gobernarán siendo la minoría mayoritaria. Si es así, deberían hacerlo con tacto, con habilidad y con cintura. ¿Serán capaces?

Y yo añado otra pregunta: ¿Penderá sobre sus cabezas la moción de censura? Cuatro años son muy largos; ambiciones no faltarán; presiones superiores, tampoco; alguien puede tener la tentación de remover obstáculos... El tiempo que ahora empieza no será aburrido.

jueves, 28 de mayo de 2015

Lecturas de don Juan: 'Como la sombra que se va'

Como la sombra que se va
Antonio Muñoz Molina
Círculo de Lectores
Barcelona, 2014



Don Juan lee cada vez menos novelas contemporáneas —¿Quién dijo aquello de que la novela es la literatura infantil de los adultos?—, pero las de algunos novelistas contemporáneos, con más o menos retraso, las lee siempre. Uno de estos novelistas es Antonio Muñoz Molina.
Muñoz Molina, bien se sabe, es un excelente articulista —probablemente el más útil, el más sensato y el menos pretencioso de todos los escritores que colaboran en periódicos—, un ensayista de enjundia —ilumina la realidad claramente, sin afán de deslumbrar: Todo lo que era sólido—, un agudo observador de territorios y temas no siempre cercanos —véase el blog o Ventanas de Manhattan—, y un hombre serio, íntegro, bienhumorado y amante de su país a la manera de los sabios aquellos de la Institución Libre de Enseñanza, es decir, sin ningún aspaviento patriotero. Ojalá muchos personajes públicos fueran, como él, faros de civismo.
Es también —o lo parece— una persona transparente: cualquiera que haya leído sus libros y sus artículos sabe —o cree saber— casi todo sobre él, porque a menudo aparece más o menos claramente en las novelas, bien como narrador que se inmiscuye en la trama, bien como personaje.
Y un excelente novelista  —a juicio de don Juan, el mejor de su generación, aunque algún otro haga más ruido— que domina la técnica, que  —a la manera de Galdós— se vale de un lenguaje aparentemente sencillo, pero de una gran eficacia comunicativa—, y cuyas novelas seducen sin énfasis ni fuegos de artificio.
En Como la sombra que se va hay tres protagonistas que se entrelazan muy hábilmente, con toda naturalidad: el asesino de Martin Luther King, la ciudad de Lisboa  —uno de los grandes temas de Muñoz Molina desde el principio de su carrera —, y el propio autor como escritor en ciernes que viaja por primera vez a la ciudad o como hombre de hoy que mira los lejanos episodios de la historia —y de su historia sabiendo que ninguna de las dos logran descifrarse del todo.
Un libro muy recomendable que se lee por veinte euros o, en formato electrónico, por más o menos la mitad.

domingo, 24 de mayo de 2015

Un poeta: Horcajada

Don Juan viaja muchas veces solo y, a menudo, como hombre casi de otra época, prefiere el tren o el autobús al avión. Sus viajes son lentos, demorados, propicios a la observación, abundantes de hoteles anodinos en los que pasa únicamente el tiempo indispensable para el sueño y el aseo. Los ratos perdidos, innumerables, los redime con lecturas. También, gracias a la bendición de internet, mantiene contacto con este mundo ruidoso y pequeño en que vivimos, y se entera de cosas que, hace apenas unos años, nunca hubiera llegado a saber. Desde Brno, donde —nuevo Napoleón reposará unos días camino de Cracovia, don Juan me manda este correo electrónico que les copio literalmente:

Querido amigo:
Hasta hace bien poco yo desconocía la existencia de Jesús Miguel Horcajada. Ahora aún no lo conozco personalmente, pero ya sí sé muchas cosas de él. Sé lo dice el número 85 de la revista Gibralfaro que nació en Almagro en 1988, que es apasionado del arte y la naturaleza, de la poesía y del teatro, y que ha publicado poemas en diversos sitios. Por el blog que mantiene y por Facebook, he podido conocer sus ocupaciones, algunas peripecias de la vida cotidiana, y ciertas actitudes políticas que no me son en absoluto afines. Pero, en estas noches solas y largas —ay las largas noches de los viejos, estoy leyendo con creciente interés los muchos poemas que ha escrito, y no me queda más remedio que reconocerlo: es un poeta. O, mejor, puede llegar a ser un poeta.
¿Por qué digo que es poeta? Porque tiene afición, talento verbal, sensibilidad, capacidad de invención —en el sentido que daban a esta palabra las preceptivas antiguas—; porque habita un mundo propio, no exactamente el mismo que el de los posadolescentes de su edad aunque participe, inevitable, de los rasgos más señalados; porque ese mundo aflora mediante un lenguaje original, sorprendentemente modelado en bastantes ocasiones; y porque noto en él una decisión firme, obstinada, de no andar por los caminos trillados de los poetas manchegos que riman clamores con albores y se imaginan a don Quijote enviando emails a Dulcinea desde el ipad..
¿Por qué me corrijo enseguida y digo que puede llegar a ser un poeta? Porque está en agraz. Eso, con los años que él tiene, no es un defecto; sin embargo, podría llegar a serlo si descuida el aprendizaje. Los poetas, los escultores o los pintores son artistas —algunos, al menos—, pero también deben ser artesanos —todos sin excepción—; es decir, han de dominar determinadas técnicas, inventadas ya y bien probadas, que constituyen el vehículo mediante el cual pueda manifestarse el genio que posean en forma de objeto artístico. ¿Que, una vez aprendidas, les da por olvidarlas? Ellos sabrán; pero una cosa es el olvido y otra la ignorancia: solo se olvida lo que se sabe.
Ahora bien, ¿cómo aprende un poeta? No hay escuelas, pero hay un medio infalible: la lectura. Y no solo la lectura de aficionado; también la lectura disciplinada, o sea, el estudio. Todo aprendiz de poeta debe estudiar a los clásicos de nuestra lengua, desde el Mio Cid a Nicanor Parra, por acabar en algún sitio, y a los clásicos de otras lenguas. Debe leer igualmente a todos los poetas que pueda, a todos, aunque sea para aprender por contraste. Obviamente, también debe leer prosa; y, dentro de la prosa, ensayos literarios que le expliquen los porqués, los paraqués y, sobre todo, los cómos de la poesía. Ya sé yo que hay genios que no necesitan estas cosas ¿Rimbaud?—, pero los genios no abundan y, aunque abundasen, tampoco les estorbarían.
Si lo ve por ahí, dele a Hocajada otro consejo: que corrija y que rompa. En el blog hay bastantes poemas torpes y otros francamente malos. ¿Qué necesidad tiene de enseñárnoslos?
Y ya que se mueve usted entre la intelectualidad almagreña, divulgue el nombre de este muchacho, invite a que lo lean, pida que le dejen darse a conocer, que le permitan publicar... Almagro ganaría con ello. ¿Que qué ganaría? Un buen poeta futuro, lo cual no es poca cosa.
Un abrazo.

Don Juan se equivoca en eso de que ando entre la intelectualidad almagreña. No se lo tomo en cuenta y, como me fío de él, yo también leo a Horcajada. Me alegro de que en Almagro haya un poeta un poeta varón, quiero decir, que se añada a Manolita Espinosa—. Ustedes también deberían leerlo.

jueves, 21 de mayo de 2015

Lecturas de don Juan: 'Bajo la piel, los días'

Bajo la piel, los días
Eduardo Moga
Calambur
Madrid, 2010


Eduardo Moga nació en Barcelona en 1962; es licenciado en Derecho y doctor en Filología Hispánica; ha trabajado como funcionario de la Generalitat de Catalunya; actualmente vive en Londres, aunque viaja frecuentemente a España para bolos diversos —el último, un congreso en Cáceres sobre Paul Celan— y mantiene casa en Sant Cugat y en Hoyos.
Porque ganarse la vida con la literatura no será tarea fácil, Moga toca muchos palillos: editor —ha de agradecérsele el trabajo que hizo en DVD, ensayista, conferenciante, crítico literario, antólogo —a don Juan le ha interesado mucho Medio siglo de oro. Antología de la poesía contemporánea en catalán, traductor —la versión de Hojas de hierba es formidable—, bloguero y, sobre todo, poeta.
Moga es poeta prolífico y diverso: ha pasado por la sextina, la décima, el haiku... Da la sensación de que, a diferencia de otros escritores que cuando se sienten cómodos en un territorio no se mueven de él, Moga tiene culillo de mal asiento y todo lo explora, todo lo prueba, de todo hace reto. Menos de lo que suele llamar poesía figurativa. Ahí no entra ni atado. Es más, profesa una cordial aversión algunos de los popes de este tipo de poesía, hoy tan hegemónica en España y tan manoseada.
El libro que lee don Juan es un diario poético. En él se puede seguir un hilo narrativo lleno de vicisitudes nada extraordinarias salvo por la forma que adoptan: el poema en prosa, mucho menos cultivado aquí que en otros sitios. Aunque solo sea por eso, y por menos de quince euros, se debe leer este libro.
Ahí va un breve fragmento tomado al azar:

XVII
No he olvidado la tristeza. Duerme bajo la piel, y la adivino por los surcos que abre en mi sonrisa, por las sombras calcáreas que deposita en la conciencia. A veces me parece entreverla, cuando me miro al espejo. Las pupilas se desprenden de la realidad, como un fruto de su pedúnculo, y atraviesan un espacio invulnerable, denso de revólveres, recorrido por gritos, tachonado de pesadillas: son estrellas desarraigadas, empozadas en otro cielo. Qué de fibromas en los armarios. Cuánto desconsuelo en los grifos. Cómo insiste lo absurdo en parecer inteligible. Igual que los cráneos de los muy delgados, la tristeza se imprime en la piel: acentúa sus desniveles, opaca su fulgor, unta de asombro su sangre. La tristeza cincela la envoltura que contiene el horror de ser yo.
[...]

domingo, 17 de mayo de 2015

Candidaturas (y 4)

Cuando le pregunto por la candidatura del Partido Popular, don Juan —o el maldito cariñena— se pone solemne:
O quam cito transit gloria mundi!
Estas salidas de don Juan siempre me pillan desprevenido.
—¿Cómo dice?
—Yo no digo nada, es Tomás de Kempis.
—No lo entiendo, don Juan.
Una vez más, ejerce docencia con alumno torpe:
—Maldonado ganó las elecciones de 2011 por mayoría abrumadora. Durante tres años y medio, a él y al equipo los almagreños les han perdonado cualquier cosa: no ya lo de los toros, por ejemplo; también —y esto es mucho más sorprendente— la retórica apolillada que se gasta. Pero, en enero o por ahí, pasó algo —cuánto daría yo por saber qué— y las cañas se tornaron lanzas. Se ha levantado la veda: en cualquier bar, en cualquier tienda, en la calle... puedes encontrarte a alguien que, sin rubor ninguno, dispara contra Maldonado; lo que eran virtudes son vicios; lo que hacía gracia enfada. Ahora bien, Maldonado habrá leído el Kempis y sabrá encajar estos golpes. ¡Oh, qué pronto pasa la gloria del mundo!
Para darme lustre recurro a Cicerón:
—Como Catilina, Maldonado ha consumido nuestra paciencia.
Me mira irónico. Continúa:
—Quizá. La ruina de las personas públicas es parecida a un terremoto: se gesta en silencio durante largo tiempo; sin embargo, el estallido sorprende siempre. Luego, los sabios explicarán el proceso con toda claridad, pero nadie es capaz de preverlo. El interesado, menos que nadie.
—¿Entonces, Maldonado perderá las elecciones?
—No sé. Es posible, incluso, que las gane porque tiene detrás la marca del Partido Popular, que aún goza de prestigio, y porque pertenece a una de las buenas familias de Almagro: todavía algunos almagreños creen que la aptitud de ser alcalde se hereda. Sin embargo, si gana, será dejándose los pelos en la gatera.
—Pues él dice que “la lista del Partido Popular está compuesta por los mejores, los más preparados y los más involucrados en la vida de nuestro pueblo”.
—Lo mismo, y casi con las mismas palabras, dijo hace cuatro años: ya ha visto usted cómo le ha resultado. Fíjese, además, en la construcción de la frase: si hubiera afirmado que los candidatos del Partido Popular son buenos, están preparados y se involucran en la vida del pueblo, se lo habríamos tolerado sin objeciones; pero, al usar el superlativo relativo, probablemente falta a la verdad —o ¿ha ido él, uno por uno, comparando los candidatos y comprobando científicamente que los suyos son los mejores, los más preparados, los más involucrados?— y, con desahogada ligereza, incurre en una exageración tan grande que se despeña en el ridículo. La retórica de Maldonado es ya ridícula para muchos almagreños: se han dado cuenta de que ni ilumina ni embellece la realidad; la escamotea. Y eso llega a cansar.
—Don Juan, solo encuentra usted defectos en las candidaturas...
—De ninguna manera. Encuentro también muchas cosas buenas, pero me las callo porque ya se encargarán los propios candidatos de repetírnoslas machaconamente durante quince días. Por otra parte, lo mío es mera curiosidad: el hábito profesional de levantar un poquito la alfombra y mirar qué hay debajo. En muchos países tienen esta costumbre desde hace tiempo y no les da malos resultados: si uno conoce lo que vota es menos probable que le salga rana. Además, lo que digamos aquí aquí se queda; yo no tengo interés en convencer a nadie: que cada uno se informe como quiera y vote a quien le dé la gana. El 24 de mayo, la suma de todas las decisiones individuales, libérrimas y secretas, será la decisión común que ponga a cada lista en su sitio. ¿No es maravilloso? A mí, que voté por primera vez en unas elecciones con treinta y siete años, me lo parece. Por eso voto siempre; votar me estimula: vuelvo al quince de junio de 1977; y, aunque constato enseguida la melancólica evidencia de que yo estoy peor, me consuelo con la certeza de que en lo colectivo nos ha ido bien: esta España es mucho mejor que aquella. Y la maquinaria electoral española me parece estupenda: sencilla, limpia y rápida. Ojalá los españoles hiciéramos todas las cosas así.
El elogio emocionado de la democracia, sincero y un tanto ingenuo, le da sed. Apura el último trago de la copa. Me atrevo a preguntarle.
—¿Y ahora qué votará, don Juan?
No le molesta la pregunta.
—Para el ayuntamiento, no votaré ni a Aguirre ni a Carmona; para la comunidad, no votaré a Cifuentes.

jueves, 14 de mayo de 2015

Lecturas de don Juan: 'Confesiones'

Confesiones
San Agustín
Alianza Editorial
Madrid, 2014




El ejemplar de las Confesiones que ha manejado don Juan los últimos veinte años —y mira que trata bien los libros— mostraba claros signos de deterioro por el uso y por la edad, de modo que el otro día compró este, desechó el otro y lo donó a un mercadillo solidario. Ojalá al nuevo dueño le haga tanto bien y le enseñe tanto como bien le ha hecho y le ha enseñado a don Juan.
San Agustín, o Agustín de Hipona, nació en Tagaste, ciudad romana del norte de África que hoy pertenece a Argelia, el año 354. Estudió en Cartago, en Roma y en Milán —donde conoció a San Ambrosio, obispo de la ciudad, que leía en silencio, sin mover los labios, cosa que maravilló a Agustín porque entonces nadie tenía la costumbre de leer así—. Se ganó la vida dando clases. El año 387 se convirtió al cristianismo —los católicos dicen que gracias a los rezos de su madre, la famosa Santa Mónica—. De nuevo en África, fundó un monasterio —los agustinos siguen todavía hoy la regla—; se ordenó sacerdote; fue obispo de Hipona, y allí murió el año 430, en una época de grandes turbulencias provocadas por las invasiones bárbaras que acabarían con el imperio romano.
En las Confesiones, escritas en los años 397 y 398, San Agustín cuenta su vida hasta el momento de la conversión. Pero, más que una autobiografía de datos, el libro es una indagación profunda, demorada, sutil y agudísima en la propia conciencia: con él se inicia la estirpe, cada vez más nutrida, de escritores que se convierten en el tema de su propia escritura, y en la que brillan gigantes como Montaigne, Pascal, Rouseau, Thoreau...
Es verdad que se le puede hacer un reproche: el libro se redactó bastantes años después de lo que cuenta. ¿Es una añagaza literaria para dar sentido —el sentido, obviamente, es la conversión— a una vida que no lo tenía? Al lector le es indiferente. Más, al lector de hoy, acostumbrado a este tipo de trucos: ¿qué más nos da que el Agustín de las Confesiones sea una persona de carne y hueso o un personaje literario?
Por lo tanto, atrévanse a leerlo. A pesar de haber vivido hace 1.600 años, San Agustín es más moderno que muchos contemporáneos; el ejemplar cuesta menos de trece euros, y se encontrarán con oraciones como esta: "Dame, Señor, la castidad y la continencia, pero no ahora" (VIII, 7).

domingo, 10 de mayo de 2015

Candidaturas (3)

—¿Vamos ya con los partidos viejos, don Juan?
—Como usted quiera. Pero antes déjeme decirle que me gusta mucho la palabra partido. Tanto como me disgusta la palabra movimiento. Durante casi la mitad de mi vida no hubo partidos; hubo un solo movimiento, apellidado glorioso y nacional, pero en realidad triste y patriotero. Los partidos, su nombre lo indica, son modestos y racionales, a escala humana: aspiran a representar solo una parte de la ciudadanía —cuanto más grande mejor, eso sí— aceptando que hay otras, con las que están dispuestos a convivir en la discrepancia, pero a las que no quieren aniquilar. Por eso el sintagma partido único es un oxímoron detestable. Los movimientos, en cambio, no aspiran a representar ciudadanos sino entes abstractos y terribles como el pueblo, la patria, la gente, el proletariado... y soportan muy mal, o no soportan, la disidencia.
—De acuerdo, don Juan. Sin embargo, en la democracia española los partidos no siempre se han desempeñado de manera ejemplar.
—Por desgracia, así ha sido. Quizá porque hubieron de improvisarse en muy poco tiempo y porque había miedo a la inestabilidad, la Constitución y las normas electorales crearon partidos cerrados y opacos, de funcionamiento escasamente democrático, en los que se asciende y se obtienen cargos por cooptación, no por la voluntad de los militantes ni de los votantes. Los vicios a los que han dado lugar estos defectos de fábrica son ya obvios: corrupción, clientelismo, alejamiento de los anhelos de la ciudadanía y afán de aprovecharse de las instituciones en beneficio de unos pocos, esos que integran las que se han llamado élites extractivas. Urge hacer cambios.
—¿Los nuevos partidos ayudarán?
—Indudablemente. Servirán de acicate. Pero corremos riesgos: o que se acomoden a lo que hay —no sería la primera vez— o que caigan en la tentación, como niños caprichosos y malcriados, de rechazarlo todo y hacer ingobernables las instituciones.
—¿Pasará eso en Almagro?
—Creo que no, pero podrían darse algunos resultados diabólicos que dificultaran la elección de alcalde y nos llevaran a cuatro años de inestabilidad.
—¿Cuál será el papel de PSOE?
—No soy adivino —dice con la copa en la mano—. Peor de lo que están es difícil que estén. Sabe usted que el PSOE no es santo de mi devoción porque dentro de él coexisten dos tendencias contradictorias: cuando gobiernan son tibios y acomodaticios; cuando están en la oposición les entran sarampiones revolucionarios e iconoclastas bastante peligrosos. Y, además, tienen una pulsión autodestructiva muy acentuada. Sin embargo, uno de los pilares imprescindibles de cualquier democracia europea es que haya un partido socialdemócrata serio y fuerte. Cuando se ha puesto en su papel, el PSOE ha prestado grandes servicios a los españoles. Aquí en Almagro, por ejemplo, los mejores alcaldes de la democracia han sido socialistas.
—Ya sé el aprecio que siente usted por Luis López...
—No solo por él. Sancho y Ruiz —¿era uno o eran dos?, se pregunta con sorna— también hicieron buena labor. No resultaban simpáticos, es cierto; probablemente tampoco tenían proyecto definido para la ciudad. Pero gobernaron con rectitud, rigor y austeridad espartana. Durante los últimos años, muchos los han echado de menos.
—¿Y la lista de ahora?
—Personalmente, solo conozco a Lola Cabezudo, la última. Si en materia de letras la principal figura de Almagro es Manolita Espinosa, en ciencias lo es Lola Cabezudo: su trayectoria profesional —y la personal también— es impecable. Y por Almagro ha hecho cosas que están dando buenos frutos.
—Ya. Pero si va la última...
—Es significativo que vaya; sobre todo si tiene usted en cuenta que los de Podemos le han tirado los tejos.
—¿Y los demás?
—A Reina lo oí en el último pleno municipal. Hablaba sensatamente y parecía tener estudiados los temas; luego es trabajador. Y no se anda con medias tintas: cuando se opuso a la Relación de Puestos de Trabajo demostró coherencia; lo fácil hubiera sido abstenerse; pero, si está convencido de que es un lastre insoportable para el Ayuntamiento, hizo lo que debía.
—Muchos me dicen que no tiene imagen.
—No sé lo que eso significa. Si quieren decir que no es muy conocido, será verdad. Yo mismo no lo he visto nunca. Claro que, en Almagro, solo ando por los bares...
—Quedan once...
—Leí el artículo de Torres en Arte y Pensamiento. No es suficiente escribir bien para ser concejal; puede, incluso, que sea un inconveniente.
Muestro perplejidad. No me hace caso. Continúa:
—Del resto, algunos están vistos y otros no lo están en absoluto. Será a eso a lo que llaman combinación de experiencia y juventud.
Se levanta para ir al servicio. Dejándolo caer, me dice:
—También me han enseñado la foto de la candidatura. Los varones llevan corbata. ¿A quiénes les estarán haciendo el guiño?

jueves, 7 de mayo de 2015

Lecturas de don Juan: Idea Vilariño

Poesía completa
Idea Vilariño
Lumen
Barcelona, 2008


Idea Vilariño nació en Montevideo en 1920 y murió en esta misma ciudad en 2009. Para imaginarnos cómo fue su familia basta reparar en su propio nombre; pero, por si no fuera suficiente, los nombres de sus hermanos —Numen, Poema, Azul y Alma— lo aclaran bien: gente culta y no precisamente religiosa.
Desde joven vivió una vida independiente, en lo económico y en lo personal, e intelectualmente muy fecunda. Trabajó como profesora de secundaria y, luego, de universidad.
Vilariño pertenece a la que en Uruguay se llama Generación del 45, un extraordinario grupo de escritores en el que figuran, entre otros, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Ida Vitale o Emir Rodríguez Monegal. Dentro del grupo y sin desmerecer a Vitale, a don Juan le parece que la poeta por antonomasia es Vilariño; muy por encima, desde luego, de Benedetti, aunque este se haya difundido mucho más.
Vilariño no escribió mucho —toda su producción poética cabe en algo más de trescientas página— y no se ocupó demasiado de difundir su obra. Sin embargo, no hay duda de que es una de las grandes poetas del siglo XX en nuestra lengua.
El tema principalísimo de la poesía de Vilariño es ella misma. Y, de ella, el amor —el sexo también— y la muerte. Y su lenguaje sobrio, muchas veces coloquial, pero técnicamente impecable, facilita la lectura. Por eso —y por algo menos de veinte euros— merece la pena leerla. Y, si quieren saber más, lean también esto.
El libro más conocido de Vilariño es quizá Poemas de amor, dedicado a Onetti —con quien tuvo un affaire que ha dado para muchos cotilleos—. De él son estos dos poemas:


YA NO
Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

COMPARACIÓN
Como en la playa virgen
dobla el viento
el leve junco verde
que dibuja
un delicado círculo en la arena
así en mí
tu recuerdo.



domingo, 3 de mayo de 2015

Candidaturas (2)

Por orígenes familiares, por edad y por carácter, don Juan es hombre conservador. Por formación es también demócrata radical: defensor intransigente de las libertades y los derechos ciudadanos. Por realismo y experiencia desconfía de los responsables políticos: es partidario de mecanismos institucionales que no les quiten ojo y que no les perdonen ni una. Y, naturalmente, le repugna hasta la náusea cualquier veleidad demagógica... De ahí que su historia electoral sea accidentada y tortuosa.
—Algún día se la contaré —me dice—. Por ahora sepa que nunca he votado al Partido Popular —no por las ideas, sino por no manchar el voto con la mugre de ciertos individuos que entran en el lote—, y solamente voté una vez con los socialistas: en el referendun de la OTAN.
Me quedo con las ganas de preguntar. Él continúa.
—No me gustan los partidos al servicio de una sola persona, pero he votado a UPyD desde el principio. De modo que, cuando apareció Ciudadanos, me alegré. Este es mi partido: derecha aseada, sin pelo de la dehesa ni olor a sacristía. Pero...
Su silencio es incomodidad. Me atrevo a adivinarle el pensamiento:
—¿Que se está llenando de aprovechados? ¿Que es vino viejo en odres nuevos?
Don Juan se sabe el Evangelio al dedillo. Me corrige con ironía:
—Nuestro Señor Jesucristo lo dijo justamente al revés: es malo echar vino nuevo en odres viejos; en lo otro no entró. Y de vinos sabía... Pero lo que usted apunta puede aprovecharse: como moscas a la miel han acudido muchos políticos, algunos amortizados, a ver si aquí hallan cobijo y reviven.
—¿En Almagro también?
—De la lista de Ciudadanos —el nombre merece comentario: otro día— en Almagro solo conozco a Galán. Supongo que, escaldado por su propia experiencia, habrá hecho aposta una lista gris, de personas dóciles que no le levanten la voz. En cuanto a él mismo, será difícil que se sustraiga a dos reproches. Por un lado, la gente del Partido Popular lo considerará traidor: al fin y al cabo el partido le ha dado bastante y él lo paga con un portazo. Por otro, los demás tenemos derecho a considerarlo oportunista: si este ataque de dignidad ofendida le hubiera dado hace cuatro años, nos habría parecido sincero; habiéndole dado en los amenes del mandato, seguramente es el lamento de la zorra: como las uvas del Partido Popular no están maduras, buenas son las de Ciudadanos.
—¿Y la ideología?
Don Juan me mira estupefacto:
—¿Cree usted, de verdad, que en este caso entran las ideas? Me extrañaría: los móviles son mucho más pedestres. Pero démosles el beneficio de la duda: quizá pretendan una nueva política verdaderamente democrática, con líderes elegidos por las bases tras amplio debate, con absoluta transparencia, sin intereses espurios y sin hipotecas. Ojalá.
—Dicen de él que es buen gestor.
—La gestión del Partido Popular ha sido en Almagro muy poco brillante. Y Galán ha tenido una responsabilidad muy alta, al menos sobre el papel. De modo que o bien sus dotes de gestión no son tantos, o bien ha desatendido las tareas. Ninguna de las dos cosas le alaba.
—También dicen que la gente del deporte lo apoya.
—No conozco a la gente del deporte. Ya sabe usted lo poco que me interesa. Pero supongo que entre los aficionados a los deportes habrá opiniones variadas: no va a ser esta la única religión en carecer de herejes. Para mí sería más instructivo saber qué opinan los votantes tradicionales del Partido Popular, los que votarán a Cospedal y a Rajoy: ¿Echarán dos papeletas distintas el día 24? ¿Para Almagro starlux, para Toledo avecrem? Me atrevo a dudarlo. La marca del Partido Popular es todavía atractiva; Galán es un sucedáneo; la gente suele preferir el original salvo que tenga poderosas razones para no hacerlo. ¿Las hay aquí? Lo ignoro.
Le enseño a don Juan en el teléfono una foto de la candidatura. Apenas la mira.
—Como le he dicho, solo conozco a Galán. Pero dos cosas de la foto me desagradan. Una, el sitio. El claustro de los dominicos es el mejor monumento de Almagro; pero pertenece a la iglesia; la iglesia se ha ocupado muy mucho de resaltarlo y de hacer allí su santa voluntad: ¿es que este nuevo partido también se acoge a lo sagrado? ¿Con qué bendiciones cuenta? Y la otra, el atuendo de los varones: ¿a quién le están dedicando el guiño un poco ingenuo de ir sin corbata?