—¿Vamos ya con los partidos viejos, don Juan?
—Como usted quiera. Pero antes déjeme decirle que me gusta
mucho la palabra partido. Tanto como me disgusta la palabra movimiento.
Durante casi la mitad de mi vida no hubo partidos; hubo un solo movimiento,
apellidado glorioso y nacional, pero en realidad triste y
patriotero. Los partidos, su nombre lo indica, son modestos y racionales, a
escala humana: aspiran a representar solo una parte de la ciudadanía —cuanto
más grande mejor, eso sí— aceptando que hay otras, con las que están dispuestos
a convivir en la discrepancia, pero a las que no quieren aniquilar. Por eso el
sintagma partido único es un oxímoron detestable. Los movimientos, en
cambio, no aspiran a representar ciudadanos sino entes abstractos y terribles
como el pueblo, la patria, la gente, el proletariado...
y soportan muy mal, o no soportan, la disidencia.
—De acuerdo, don Juan. Sin embargo, en la democracia
española los partidos no siempre se han desempeñado de manera ejemplar.
—Por desgracia, así ha sido. Quizá porque hubieron de
improvisarse en muy poco tiempo y porque había miedo a la inestabilidad, la
Constitución y las normas electorales crearon partidos cerrados y opacos, de
funcionamiento escasamente democrático, en los que se asciende y se obtienen
cargos por cooptación, no por la voluntad de los militantes ni de los votantes.
Los vicios a los que han dado lugar estos defectos de fábrica son ya
obvios: corrupción, clientelismo, alejamiento de los anhelos de la ciudadanía y
afán de aprovecharse de las instituciones en beneficio de unos pocos, esos que
integran las que se han llamado élites extractivas. Urge hacer cambios.
—¿Los nuevos partidos ayudarán?
—Indudablemente. Servirán de acicate. Pero corremos riesgos:
o que se acomoden a lo que hay —no sería la primera vez— o que caigan en la
tentación, como niños caprichosos y malcriados, de rechazarlo todo y hacer
ingobernables las instituciones.
—¿Pasará eso en Almagro?
—Creo que no, pero podrían darse algunos resultados
diabólicos que dificultaran la elección de alcalde y nos llevaran a cuatro años
de inestabilidad.
—¿Cuál será el papel de PSOE?
—No soy adivino —dice con la copa en la mano—. Peor de lo
que están es difícil que estén. Sabe usted que el PSOE no es santo de mi
devoción porque dentro de él coexisten dos tendencias contradictorias: cuando
gobiernan son tibios y acomodaticios; cuando están en la oposición les entran
sarampiones revolucionarios e iconoclastas bastante peligrosos. Y, además,
tienen una pulsión autodestructiva muy acentuada. Sin embargo, uno de los
pilares imprescindibles de cualquier democracia europea es que haya un partido
socialdemócrata serio y fuerte. Cuando se ha puesto en su papel, el PSOE ha
prestado grandes servicios a los españoles. Aquí en Almagro, por ejemplo, los
mejores alcaldes de la democracia han sido socialistas.
—Ya sé el aprecio que siente usted por Luis López...
—No solo por él. Sancho y Ruiz —¿era uno o eran dos?, se
pregunta con sorna— también hicieron buena labor. No resultaban simpáticos, es
cierto; probablemente tampoco tenían proyecto definido para la ciudad. Pero
gobernaron con rectitud, rigor y austeridad espartana. Durante los últimos
años, muchos los han echado de menos.
—¿Y la lista de ahora?
—Personalmente, solo conozco a Lola Cabezudo, la última. Si
en materia de letras la principal figura de Almagro es Manolita
Espinosa, en ciencias lo es Lola Cabezudo: su trayectoria profesional —y
la personal también— es impecable. Y por Almagro ha hecho cosas que están dando
buenos frutos.
—Ya. Pero si va la última...
—Es significativo que vaya; sobre todo si tiene usted en
cuenta que los de Podemos le han tirado los tejos.
—¿Y los demás?
—A Reina lo oí en el último pleno municipal. Hablaba
sensatamente y parecía tener estudiados los temas; luego es trabajador. Y no se
anda con medias tintas: cuando se opuso a la Relación de Puestos de Trabajo
demostró coherencia; lo fácil hubiera sido abstenerse; pero, si está convencido
de que es un lastre insoportable para el Ayuntamiento, hizo lo que debía.
—Muchos me dicen que no tiene imagen.
—No sé lo que eso significa. Si quieren decir que no es muy
conocido, será verdad. Yo mismo no lo he visto nunca. Claro que, en Almagro,
solo ando por los bares...
—Quedan once...
—Leí el
artículo de Torres en Arte y Pensamiento. No es suficiente
escribir bien para ser concejal; puede, incluso, que sea un inconveniente.
Muestro perplejidad. No me hace caso. Continúa:
—Del resto, algunos están vistos y otros no lo están en
absoluto. Será a eso a lo que llaman combinación de experiencia y juventud.
Se levanta para ir al servicio. Dejándolo caer, me dice:
—También me han enseñado la foto de la candidatura. Los
varones llevan corbata. ¿A quiénes les estarán haciendo el guiño?
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