Cuando le pregunto por la candidatura del Partido Popular,
don Juan —o el maldito cariñena— se pone solemne:
—O quam cito transit gloria mundi!
Estas salidas de don Juan siempre me pillan desprevenido.
—¿Cómo dice?
—Yo no digo nada, es Tomás de Kempis.
—No lo entiendo, don Juan.
Una vez más, ejerce docencia con alumno torpe:
—Maldonado ganó las elecciones de 2011 por mayoría
abrumadora. Durante tres años y medio, a él y al equipo los almagreños
les han perdonado cualquier cosa: no ya lo de los toros, por ejemplo; también
—y esto es mucho más sorprendente— la
retórica apolillada que se gasta. Pero, en enero o por ahí, pasó algo
—cuánto daría yo por saber qué— y las cañas se tornaron lanzas. Se ha levantado
la veda: en cualquier bar, en cualquier tienda, en la calle... puedes
encontrarte a alguien que, sin rubor ninguno, dispara contra Maldonado; lo que
eran virtudes son vicios; lo que hacía gracia enfada. Ahora bien, Maldonado habrá
leído el Kempis y sabrá encajar estos golpes. ¡Oh, qué pronto pasa la gloria
del mundo!
Para darme lustre recurro a Cicerón:
—Como Catilina, Maldonado ha consumido nuestra paciencia.
Me mira irónico. Continúa:
—Quizá. La ruina de las personas públicas es parecida a un
terremoto: se gesta en silencio durante largo tiempo; sin embargo, el estallido
sorprende siempre. Luego, los sabios explicarán el proceso con toda claridad,
pero nadie es capaz de preverlo. El interesado, menos que nadie.
—¿Entonces, Maldonado perderá las elecciones?
—No sé. Es posible, incluso, que las gane porque tiene
detrás la marca del Partido Popular, que aún goza de prestigio, y porque
pertenece a una de las buenas familias de Almagro: todavía algunos almagreños
creen que la aptitud de ser alcalde se hereda. Sin embargo, si gana, será
dejándose los pelos en la gatera.
—Pues él dice que “la lista del Partido Popular está
compuesta por los mejores, los más preparados y los más involucrados en la vida
de nuestro pueblo”.
—Lo mismo, y casi con las mismas palabras, dijo hace cuatro
años: ya ha visto usted cómo le ha resultado. Fíjese, además, en la
construcción de la frase: si hubiera afirmado que los candidatos del Partido
Popular son buenos, están preparados y se involucran en la vida del pueblo, se
lo habríamos tolerado sin objeciones; pero, al usar el superlativo relativo,
probablemente falta a la verdad —o ¿ha ido él, uno por uno, comparando los
candidatos y comprobando científicamente que los suyos son los mejores, los más
preparados, los más involucrados?— y, con desahogada ligereza, incurre en una
exageración tan grande que se despeña en el ridículo. La retórica de Maldonado
es ya ridícula para muchos almagreños: se han dado cuenta de que ni ilumina ni
embellece la realidad; la escamotea. Y eso llega a cansar.
—Don Juan, solo encuentra usted defectos en las
candidaturas...
—De ninguna manera. Encuentro también muchas cosas buenas,
pero me las callo porque ya se encargarán los propios candidatos de
repetírnoslas machaconamente durante quince días. Por otra parte, lo mío es mera
curiosidad: el hábito profesional de levantar un poquito la alfombra y mirar
qué hay debajo. En muchos países tienen esta costumbre desde hace tiempo y no
les da malos resultados: si uno conoce lo que vota es menos probable que le
salga rana. Además, lo que digamos aquí aquí se queda; yo no tengo interés en
convencer a nadie: que cada uno se informe como quiera y vote a quien le dé la
gana. El 24 de mayo, la suma de todas las decisiones individuales, libérrimas y
secretas, será la decisión común que ponga a cada lista en su sitio. ¿No es
maravilloso? A mí, que voté por primera vez en unas elecciones con treinta y siete
años, me lo parece. Por eso voto siempre; votar me estimula: vuelvo al quince
de junio de 1977; y, aunque constato enseguida la melancólica evidencia de que
yo estoy peor, me consuelo con la certeza de que en lo colectivo nos ha ido
bien: esta España es mucho mejor que aquella. Y la maquinaria electoral
española me parece estupenda: sencilla, limpia y rápida. Ojalá los españoles
hiciéramos todas las cosas así.
El elogio emocionado de la democracia, sincero y un tanto
ingenuo, le da sed. Apura el último trago de la copa. Me atrevo a preguntarle.
—¿Y ahora qué votará, don Juan?
No le molesta la pregunta.
—Para el ayuntamiento, no votaré ni a Aguirre ni a Carmona;
para la comunidad, no votaré a Cifuentes.
Observo, no sin sorpresa,que este blog que pensaba yo que nacía con un cierto interés por el diálogo,la confrontación de pareceres y comentarios sobre los temas más diversos ,ha pasado a engrosar la lista de blog sin comentario alguno y que simplemente se reducen a una lectura rápida y punto final que da a conocer las historias o la opinión de un tal Don Juan .De este tipo ya hay alguno que otro en Almagro mas o menos sectario.Este parecia inicialmente que iba por otro camino donde las diversas ideas lo irían enriqueciendo.Parece ser que no es ese su destino.En cualquier caso hay que aceptar lo que hay y que cada uno hace de su blog...un sayo .
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