domingo, 24 de febrero de 2019

Notas de prensa

Como el mundo es grande y uno no puede estar en todos sitios, alguien nos tendrá que contar lo que pasa por ahí afuera. Hasta no hace mucho, mal que bien, cumplían esa labor de forma inmediata los periodistas que escribían en los diarios o hablaban en las emisoras de radio. Luego, más pausada y reflexivamente y en soportes más prestigiosos, otros más sabios profundizaban, ampliaban, matizaban, explicaban y daban sentido —o sea, construían un relato, que dicen los pedantes— a lo que los periodistas habían contado. Ahora…
—Don Juan —corta el escéptico—, ahora pasa lo mismo, aunque a nosotros, que vamos siendo viejos, nos choquen ciertas cosas inexistentes en nuestros tiempos: ¿qué más da un diario de papel que otro electrónico?, ¿la noticia firmada por un periodista o la grabada en el teléfono y difundida en las redes por un individuo que estuviera allí?
—Y no ha mentado usted a la televisión.
Parece que don Juan se va por las ramas, pero ni pierde el hilo ni elude las objeciones:
—Hay frases que enseguida se tornan axiomas: El medio es el mensaje, por ejemplo. La televisión, por su propia capacidad absorbente, transforma cuanto toca en espectáculo; las nuevas tecnologías, por instantáneas y al alcance de cualquiera, degradan lo trascendente a cotilleo.
—Exageraciones.
—No tanto. En nuestros tiempos —don Juan marca la expresión con ironía— la televisión y la radio transmitían —y en eso eran inmejorables—; los diarios informaban. Es decir, el diario y el periodista —solidariamente y compartiendo solvencia y credibilidad— se responsabilizaban de la información: la avalaban; lo cual era suficiente garantía de crédito.
—Habla usted como un notario, don Juan.
—Aposta: la relación entre diario, periodista y lector era una relación de confianza equivalente a la que se establece en un contrato.
—Pero había unos más fiables que otros.
—El lector lo sabía.
—Hoy también lo sabe.
—Hoy quedan escasos lectores; además, acaso no sepan nada: ¿no están siguiendo ustedes el revuelo contra el cierre de los centros de educación especial, por señalar un caso muy próximo?
—La gente se pone la venda antes de la herida.
—La gente se deja arrastrar por quien más vocea —dice el cínico.
—Habrá remedio.
—Deberá haberlo, pero llegará más adelante. Ahora que los periódicos tradicionales están seriamente enfermos, moribundos o muertos, solo cabe armarse de cautela y escepticismo ante cualquier información, por inocente que parezca.
—Hombre, los horarios de mismas, la cartelera de espectáculos, las cotizaciones de bolsa…
—Tampoco hay que fiarse: los periódicos, debilitados, flaquean: publican cualquier cosa que se les haga llegar, sin contrastarla.
—No será para tanto.
—Muchos periódicos, sobre todo los provinciales, se nutren acríticamente de notas de prensa. Y las notas de prensa las carga el diablo.
—¿Por qué?
—La nota de prensa es un género periodístico en donde hay tanto o más de propaganda que de información. El emisor de la nota, parte interesada, se toma la molestia de redactarla en su propio beneficio: destaca los aspectos favorables de lo que pretende comunicar y soslaya el resto. Los diarios, que o tienen prisa o carecen de recursos o son perezosos, difunden la nota literalmente, sin descartar que estén difundiendo mercancía averiada. El lector debería prevenirse.
—Ponga ejemplos.
—Dos, y bien cercanos: el Museo Nacional del Teatro y el Partido Popular han publicado estos días notas de prensa sobre asuntos importantes, que se han esparcido dócilmente en las redes. Ambas requerirían matices.
—A ver —casi apremia el conservador.
—La del Partido Popular, bien redactada, informa de que ya han decidido quién será su candidata a la alcaldía; por supuesto, alaba en ella innumerables virtudes: estupendo. Ahora bien, ni una palabra sobre el proceso de elección, ni sobre los damnificados —alguno ha habido, ni sobre las decisiones que hayan llegado a tomar acerca de pactos poselectorales: esperable.
—¿La del Museo?
—Mal escrita, dice que han firmado un acuerdo para la adquisición —hemos leído también adscripción— de las antiguas caballerizas del cuartel adjunto a los Palacios Maestrales, las cuales se usarán como almacén: estupendo. Ahora bien, dejando aparte la duda —y la cuantía— de la adscripción/adquisición, y que no se trata de un espacio adjunto a la sede del museo, se escatima información relevante: ¿la adscripción/adquisición forma parte de un plan más amplio para resolver por completo las carencias espaciales del museo?, ¿se pretende hacer verdadera en el futuro la palabra adjunto?, ¿se ha explorado la posibilidad de ampliar el museo hacia el colegio de los jesuitas, que sí está adjunto y es de propiedad pública? Nos gustaría saberlo.
—Paciencia, don Juan: lo sabremos.
—Cuando y como a los interesados les convenga.


domingo, 17 de febrero de 2019

Fervor patriótico y literatura

El rojo, que ha estado unas semanas ausente por achaques de salud, vuelve hoy fortísimo; se agarra a la tulipa del Macallan y deja una sentencia encima de la mesa:
—Alguien dijo que lo único malo de ser aficionado al fútbol es compartir afición con demasiados mastuerzos sin complejos.
—También hay gente fina aficionada al fútbol: intelectuales que hablan de él como si fueran nietos de quien lo inventó.
—Los menos.
—¿Y tú?
—A mí el fútbol me apasiona igual que la petanca: nada.
—¿Entonces?
—Me refiero a la patria.
Por el corro sobrevuela el desconcierto. El rojo precisa:
—Ser patriota español en estos momentos se hace cuesta arriba: comparte uno sentimiento con bizarros mentecatos sin complejos que, vociferantes y envueltos en la bandera, se creen en la cancha.
—O en el campo de batalla —añade el escéptico.
—No son tantos: cuarenta y cinco mil, poco más o menos, los que estuvieron en Colón.
El conservador reacciona:
—Ni todos mentecatos ni mastuerzos ni vociferantes. ¿Leísteis ayer a Savater?
El rojo adelanta un peón:
—Y a Muñoz Molina.
—No es lo mismo, convendrás conmigo.
Don Juan, consciente de que la patria es terreno pantanoso, duda si meterse en harina. Lo hace cauto:
—No es lo mismo, claro. Pero ambos artículos podrían leerse sin necesidad de enfrentarlos: quizá se complementen.
—Hágalo.
—Savater es un intelectual de primera, un escritor brillantísimo y, sobre todo, un polemista temible. Yo leo y leeré a Savater en cualquier parte, envuelto en la bandera o disfrazado de picador; ahora bien: no lo querría ni para presidir la comunidad de vecinos.
—¿Por qué?
—Porque la verdadera literatura ilumina el mundo de una manera inédita y sugestiva, pero no capacita para manejarlo convenientemente: Platón demostró gran sensatez al expulsar de su república a los poetas.
—¿Qué dice el artículo?
—Lanza, como quien no hace nada, dos pullas venenosas contra colegas del periódico Vicent y del Molino; recuerda con toda justicia y oportunidad los tiempos heroicos —verdaderamente heroicos— en que unas docenas de vascos se manifestaban ¡en el País Vasco! contra la crueldad idiota del terrorismo entre la indiferencia o la hostilidad generales; y, sin que nos hayamos dado cuenta, pone en relación aquello con lo de Colón: sutilísimamente nos ha conducido a una ratonera intelectual de la que nos costará trabajo salir.
—¿Cuál es la ratonera?
—No ha necesitado decirlo expresamente, pero mete en el mismo saco a los terroristas de ETA y a los catalanes independentistas, a los que se manifestaban en Colón y a quienes lo hacían en San Sebastián o Andoáin durante los años de plomo; y a los lectores nos pone a la altura de aquellos vascos biempensantes que se daban a la gula para no tener que darse a las virtudes cívicas ni exponerse a quedar señalados: el lector corriente acaba arrepentido de no haber ido a Madrid; yo mismo, de haber estado aquí tomando copas.
—Muy hábil.
—Y deslumbrante. Literatura de altísima calidad en cuyo manejo hay que andarse con cuidado.
—¿Muñoz Molina?
—Literatura también, aunque discreta y despojada de brillo y afán seductor. Se limita a describir, sencilla y certeramente, el contraste entre la multitud enfervorizada —da igual por qué: el fútbol, por ejemplo, también es una patria— y el ciudadano solo y timorato que recela de ella. Un poema de Aleixandre hablaba de esto mismo, pero aportaba notables matices que acaso analicemos otro día.
—¿Y usted qué opina?
Don Juan tal vez dude entre nadar y guardar la ropa; al cabo, se muestra equidistante:
—Literariamente estoy con Savater; en lo personal, con Muñoz Molina. Por lo demás, coincido —mira al rojo— con el amigo: en el amor a la patria convergen individuos de toda calaña; algunos, la verdad, nada recomendables indeseables, los llama Savater con afilado sarcasmo—, y menos en multitud.
—Aquí hemos tenido estos días una erupción patriótica bien interesante: hubiera merecido mayor bombo —malmete el cínico.
—¿Dónde?
—En Calzada. Están muy enfadados con José María Barreda por no sé qué comentario imprudente sobre el capitán de los armaos. El alcalde, indignadísimo, le exige que pida perdón.
—¿De pedirlo, lo absolverían? —pregunta inocentemente el despistado.
—Probablemente, no. Toda ofensa al patriotismo es, casi por definición, imperdonable: los patriotas se nutren de las ofensas del prójimo, sean verdaderas o inventadas. Luego pronto declararán al pobre Barreda persona non grata y, como lo vean algún año en las caras, lo apedrearán.
—La patria exige esos sacrificios.
—Más cuando se aproximan elecciones.
—Basta que uno se arme con las razones de la tribu: las ofensivas y las defensivas.
—Encomendémonos a san Juan de Mairena. ¿No es suyo el deseo aquel de te libre Dios de tarascada de bruto cargado de razón?
—Suyo es. Dios nos libre.
—Amén.

domingo, 10 de febrero de 2019

Libros y relatos

Aunque no todos los concurrentes muestran idéntica afición, en la tertulia —lo saben ustedes— los libros son a menudo el centro de la plática. Esta tarde, don Juan quería hablar de dos: el de García Pavón que ha publicado Almud y la antología de Francisco Caro, pero se ha interpuesto Manual de resistencia —estupendo título—, que publicará enseguida Pedro Sánchez.
—¿Le queda tiempo para escribir a un presidente del Gobierno? —pregunta el ingenuo.
—Debería quedarle para leer más que los papeles oficiales y el Marca —contesta el escéptico.
—Numerosos mandatarios han escrito, y no todos chapuceramente: recuerden a Marco Aurelio —previene don Juan.
—Y a Romanones —retruca el cínico—. Un pérfido dijo que, de haber leído todos los libros que él mismo había escrito, hubiera sido un hombre cultísimo.
El despistado muestra extrañeza:
—¡Escribir supone leer muy despacio, con extrema atención! Las escasas veces que me veo obligado a redactar, pienso, escribo, leo, borro, vuelvo a pensar, vuelvo a escribir… Al acabar, que no es pronto, me lo sé de memoria. Y don Juan nos dijo un día que redactar está a leguas de escribir.
—Pero Romanones disponía de negros.
—¿Esclavos? La esclavitud llevaba tiempo abolida.
—Se llama negro —ilustra don Juan— al que escribe lo que firmará otro. Según parece, Romanones a sus negros les pagaba bien. Ellos por su parte se aplicaban escrupulosamente a la tarea: gastaban el mismo rigor y desparpajo escribiendo biografías, memorias, reflexiones políticas de alta enjundia o lo que se terciara.
—¿Están insinuando que Sánchez no ha escrito el libro que va a publicar?
—Dios nos libre. Estamos diciendo que Sánchez, después del asunto de la tesis, no debería tentar al diablo, que un presidente del Gobierno bastante tiene con dedicarse a gobernar… y que de vuelta a la vida privada le sobrará tiempo para contar sus resistencias, lo cual acaso no resulte superfluo.
—¿Contar o relatar? —pregunta el cínico.
—Da lo mismo.
—A nosotros nos da lo mismo, sí. Pero él quizá estuviera pensando en el manual cuando desenterró cierta palabra que llevaba siglos enterrada.
Veo sonrisas irónicas, gestos de pasmo exagerado. Un sensato vuelve las aguas a su cauce:
—¿Leerá usted el libro, don Juan?
—Habiendo tantos días enteros no perderé el tiempo en medios días.
—Pues entonces pasemos a otra cosa.
—Razonable propuesta.
—Háblenos del libro de García Pavón.
—No hay mucho que decir. Lo mismo ahora que cuando se publicó en la Imprenta del Santo Escapulario —¡que ya es nombre para imprenta!—, se trata de un libro de circunstancias.
—Explíquenos eso.
—En 1951 García Pavón era un joven treintañero que llevaba tiempo tanteando caminos literarios. Escribía frecuentemente en el Lanza; tal vez no hallara el eco o el reconocimiento que creía merecer; padecería, pues, la escocedura que tantos escritores noveles padecen: “Siendo excelente lo que escribo, ¿por qué nadie le hace caso?”; de modo que juntó estos escritos en un libro que pagó de su bolsillo… y tampoco alcanzó demasiado reconocimiento: la brevísima y convencional reseña en el Lanza del 6 de noviembre del mismo año de la publicación.
—¿Merecía más?
—Creo que no. Un discurso anodino en los juegos florales de Daimiel de 1950 —que suponía premios cuantiosísimos para los poetas ganadores: me gustaría saber quiénes fueron—, una conferencia en Tomelloso, un artículo en el Lanza, y la carta abierta a Gregorio Prieto no son gran cosa ni desde el punto de vista literario ni desde el —así lo escribe ampulosamente el autor— filosófico.
—Algo bueno habrá…
—Que no nos acusen de tacaños: la Biología de un pueblo incluye diagnósticos agudos, originales, certeros y sumamente audaces; la Teoría del paisaje manchego destila alto lirismo en no pocos fragmentos… No obstante, lo de estudios manchegos se nos antoja excesivo: con tomelloseros le hubiera bastado.
—Luego no está justificada la reedición…
—El prestigio literario, merecidísimo, de García Pavón apenas gana con ella. Ahora bien, sea por razones literarias, históricas, sentimentales… o para alimentar la nostalgia de quienes peinamos canas, nunca estorba poner a disposición de los lectores de hoy libros que son inencontrables. Yo he disfrutado muchísimo leyendo este librito que —¡una vez más!— nos regla González-Calero, Dios lo bendiga.
—Sin embargo…
—Sin embargo, el texto original debe ser —empleemos la jerga filológica— un texto abundantemente deturpado. Muchas de las deturpaciones han pasado a la reedición de Almud: quizá hubiera convenido corregirlas y alumbrarnos una pizca sobre el libro, porque el prólogo, bueno, de Rivero es de alcance general.
—¿La antología de Caro?
—Otros —González-Calero, Morante, Escobar...— han escrito de él con mejor criterio.
—Pero tendrá usted opinión.
—Claro: que es el mejor regalo que se le puede hacer a un poeta; que me ha gustado mucho, y que se lo recomiendo vivamente.

Francisco Caro. Este nueve de enero. Lastura Ediciones. Ocaña. 2019. Trece euros.

Francisco García Pavón. Estudios manchegos (Tres ensayos y una carta). Almud Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2019. Doce euros.

domingo, 3 de febrero de 2019

¡Viva el vino!

La mañana de san Blas es radiante: invita a pasear despreocupadamente mirando el pueblo como si fuera de estreno bajo la luz tan limpia. Estamos un rato absortos en el quehacer de las cigüeñas, que han vuelto al nido de las Calatravas: lo reparan y agrandan, entre arrumacos y crotoreos, con delicadeza y aplicación fascinantes.
—Las cigüeñas son ejemplo de laboriosidad —pondera alguien.
—Y de amor conyugal —añade otro.
—¿Conyugal? Si se enteran los de Vox te lapidan: por ofensa al matrimonio, que es solo el de hombre con mujer.
Don Juan apacigua:
—Desde la antigüedad remota, probablemente desde el Neolítico, la cigüeña es un símbolo muy potente. Porque las parejas de cigüeñas son fieles y trabajadoras, los romanos —lo cuenta Cirlot— las consagraron a Juno, diosa de la familia y la maternidad: traían a los niños, anunciaban el fin del invierno, la abundancia de la primavera. Por eso, lo mismo que a las golondrinas, las dejaban anidar libremente en cualquier sitio y a nadie se le ocurría hostigarlas; matarlas era tabú.
—Sería antes. Cuando arreglaron la cubierta de San Bartolomé derribaron el nido y se empeñaron en que no lo volvieran a levantar; las pobres cigüeñas anduvieron explorando torres y tejados: en ningún sitio les dieron posada. A las golondrinas pocos les toleran que aniden en sus casas…
—Las sociedades modernas piensan, equivocadamente, que pueden vivir de espaldas a la naturaleza: desconocen los rituales de la agricultura la agricultura misma se ha transformado en industria, han olvidado saberes que durante milenios sostuvieron un cierto tipo de civilización, y la ignorancia e irreverencia que vemos alrededor, más que indignación o vergüenza, producen espanto y lástima.
Al cínico le brilla en los ojos una chispa de ironía:
—Yerra el tiro, don Juan. La hostilidad hacia golondrinas y cigüeñas no deriva de la ignorancia ni de que sean unos huéspedes molestos y sucios: deriva de que son aves migratorias.
Se queda tan ancho, esperando la petición de explicaciones.
—Qué tendrá que ver —objeta un ingenuo.
—En el mejor de los casos, los inmigrantes vienen a incordiar; en el peor, a violar a nuestras hijas, a robarnos, a que les trasplantemos nuestros riñones. Además, igual que las cigüeñas, los que antes aparecían solo durante una temporada ahora se empeñan en quedarse para siempre: comen lo que tiramos a la basura, abundan como moscas, son insolentes, guarros, maleducados… ¿Vamos a darles facilidades?
—Hombre…
—Pues claro que no —remacha el cínico inmisericorde—: que se queden en África.
Llevamos ya un buen rato de paseo. Se acerca la hora de la comida. Alguien propone dejarse de divagaciones e ir a lo práctico:
—¿Tomamos unos vinos?
El cínico persevera:
—De ninguna manera. El vino es pecado: agua clara. O, si hay que revolcarse en la depravación, Fanta de naranja.
La turba se subleva: una cosa es bromear con los inmigrantes y otra, insoportable, hacerlo con las bebidas alcohólicas.
—¡¡¡Te has vuelto loco???
Don Juan viene en su ayuda:
—Quizá nuestro amigo esté pensando en los viajes del presidente Sánchez.
—No veo la relación.
—Estos días hemos asistido a uno de los debates parlamentarios más ridículos y sonrojantes de la historia de la democracia. Por un lado el Partido Popular reprocha al presidente del Gobierno que viaje como presidente del Gobierno. Por otro, el Partido Socialista reprocha al anterior presidente del Gobierno que en el avión presidencial llevara vino y whisky.
—Ya sabe usted, don Juan, que los diputados se distraen con estas cosas: son como niños.
—Pero la polémica, aunque tonta, es significativa.
—¿Por qué?
—Porque retrata muy bien a una cierta derecha y a una cierta izquierda. Hay una derecha arcaica y abundante que cree, por nacimiento, ser propietaria de derechos exclusivos. La patria es suya; a los demás, advenedizos, inmigrantes, parias, se nos soporta siempre que no nos pasemos de la raya. El presidente Rajoy, de las mejores familias de Pontevedra, podía disfrutar legítimamente de todo el lujo que le diera la gana. En cambio, Sánchez, un donnadie, ¿qué se habrá creído?
—¿Y la izquierda?
—La izquierda, en lugar de reivindicar para el presidente del Gobierno la dignidad y el boato que le corresponden por el cargo, incluso de apreciar y resaltar su alto valor simbólico, resucita un puritanismo apolillado, torpe —acaso hipócrita— que contribuye a hacerme cada vez más simpática la figura de Rajoy: alguien que bebe vino y whisky —o, al menos, que los tiene a mano por lo que pueda pasar— es una persona sensata y razonable: lo aceptaríamos con mucho gusto en la tertulia. ¿Verdad?
El asentimiento es general. En el Marqués, mientras suenan remotos los cohetes en honor de san Blas, pedimos unos chatos y brindamos por Rajoy y por el sentido común:
—¡Viva el vino!
—¡Viva!