Aunque no todos los concurrentes muestran idéntica afición, en la tertulia —lo saben ustedes— los libros son a menudo el centro de la plática. Esta tarde, don Juan quería hablar de dos: el de García Pavón que ha publicado Almud y la antología de Francisco Caro, pero se ha interpuesto Manual de resistencia —estupendo título—, que publicará enseguida Pedro Sánchez.
—¿Le queda tiempo para escribir a un presidente del Gobierno? —pregunta el ingenuo.
—Debería quedarle para leer más que los papeles oficiales y el Marca —contesta el escéptico.
—Numerosos mandatarios han escrito, y no todos chapuceramente: recuerden a Marco Aurelio —previene don Juan.
—Y a Romanones —retruca el cínico—. Un pérfido dijo que, de haber leído todos los libros que él mismo había escrito, hubiera sido un hombre cultísimo.
El despistado muestra extrañeza:
—¡Escribir supone leer muy despacio, con extrema atención! Las escasas veces que me veo obligado a redactar, pienso, escribo, leo, borro, vuelvo a pensar, vuelvo a escribir… Al acabar, que no es pronto, me lo sé de memoria. Y don Juan nos dijo un día que redactar está a leguas de escribir.
—Pero Romanones disponía de negros.
—¿Esclavos? La esclavitud llevaba tiempo abolida.
—Se llama negro —ilustra don Juan— al que escribe lo que firmará otro. Según parece, Romanones a sus negros les pagaba bien. Ellos por su parte se aplicaban escrupulosamente a la tarea: gastaban el mismo rigor y desparpajo escribiendo biografías, memorias, reflexiones políticas de alta enjundia o lo que se terciara.
—¿Están insinuando que Sánchez no ha escrito el libro que va a publicar?
—Dios nos libre. Estamos diciendo que Sánchez, después del asunto de la tesis, no debería tentar al diablo, que un presidente del Gobierno bastante tiene con dedicarse a gobernar… y que de vuelta a la vida privada le sobrará tiempo para contar sus resistencias, lo cual acaso no resulte superfluo.
—¿Contar o relatar? —pregunta el cínico.
—Da lo mismo.
—A nosotros nos da lo mismo, sí. Pero él quizá estuviera pensando en el manual cuando desenterró cierta palabra que llevaba siglos enterrada.
Veo sonrisas irónicas, gestos de pasmo exagerado. Un sensato vuelve las aguas a su cauce:
—¿Leerá usted el libro, don Juan?
—Habiendo tantos días enteros no perderé el tiempo en medios días.
—Pues entonces pasemos a otra cosa.
—Razonable propuesta.
—Háblenos del libro de García Pavón.
—No hay mucho que decir. Lo mismo ahora que cuando se publicó en la Imprenta del Santo Escapulario —¡que ya es nombre para imprenta!—, se trata de un libro de circunstancias.
—Explíquenos eso.
—En 1951 García Pavón era un joven treintañero que llevaba tiempo tanteando caminos literarios. Escribía frecuentemente en el Lanza; tal vez no hallara el eco o el reconocimiento que creía merecer; padecería, pues, la escocedura que tantos escritores noveles padecen: “Siendo excelente lo que escribo, ¿por qué nadie le hace caso?”; de modo que juntó estos escritos en un libro que pagó de su bolsillo… y tampoco alcanzó demasiado reconocimiento: la brevísima y convencional reseña en el Lanza del 6 de noviembre del mismo año de la publicación.
—¿Merecía más?
—Creo que no. Un discurso anodino en los juegos florales de Daimiel de 1950 —que suponía premios cuantiosísimos para los poetas ganadores: me gustaría saber quiénes fueron—, una conferencia en Tomelloso, un artículo en el Lanza, y la carta abierta a Gregorio Prieto no son gran cosa ni desde el punto de vista literario ni desde el —así lo escribe ampulosamente el autor— filosófico.
—Algo bueno habrá…
—Que no nos acusen de tacaños: la Biología de un pueblo incluye diagnósticos agudos, originales, certeros y sumamente audaces; la Teoría del paisaje manchego destila alto lirismo en no pocos fragmentos… No obstante, lo de estudios manchegos se nos antoja excesivo: con tomelloseros le hubiera bastado.
—Luego no está justificada la reedición…
—El prestigio literario, merecidísimo, de García Pavón apenas gana con ella. Ahora bien, sea por razones literarias, históricas, sentimentales… o para alimentar la nostalgia de quienes peinamos canas, nunca estorba poner a disposición de los lectores de hoy libros que son inencontrables. Yo he disfrutado muchísimo leyendo este librito que —¡una vez más!— nos regla González-Calero, Dios lo bendiga.
—Sin embargo…
—Sin embargo, el texto original debe ser —empleemos la jerga filológica— un texto abundantemente deturpado. Muchas de las deturpaciones han pasado a la reedición de Almud: quizá hubiera convenido corregirlas y alumbrarnos una pizca sobre el libro, porque el prólogo, bueno, de Rivero es de alcance general.
—¿La antología de Caro?
—Otros —González-Calero, Morante, Escobar...— han escrito de él con mejor criterio.
—Pero tendrá usted opinión.
—Claro: que es el mejor regalo que se le puede hacer a un poeta; que me ha gustado mucho, y que se lo recomiendo vivamente.
—Claro: que es el mejor regalo que se le puede hacer a un poeta; que me ha gustado mucho, y que se lo recomiendo vivamente.
Francisco García Pavón. Estudios manchegos (Tres ensayos y una carta). Almud Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2019. Doce euros.
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