Como el mundo es grande y uno no puede estar en todos sitios, alguien nos tendrá que contar lo que pasa por ahí afuera. Hasta no hace mucho, mal que bien, cumplían esa labor de forma inmediata los periodistas que escribían en los diarios o hablaban en las emisoras de radio. Luego, más pausada y reflexivamente y en soportes más prestigiosos, otros más sabios profundizaban, ampliaban, matizaban, explicaban y daban sentido —o sea, construían un relato, que dicen los pedantes— a lo que los periodistas habían contado. Ahora…
—Don Juan —corta el escéptico—, ahora pasa lo mismo, aunque a nosotros, que vamos siendo viejos, nos choquen ciertas cosas inexistentes en nuestros tiempos: ¿qué más da un diario de papel que otro electrónico?, ¿la noticia firmada por un periodista o la grabada en el teléfono y difundida en las redes por un individuo que estuviera allí?
—Y no ha mentado usted a la televisión.
Parece que don Juan se va por las ramas, pero ni pierde el hilo ni elude las objeciones:
—Hay frases que enseguida se tornan axiomas: El medio es el mensaje, por ejemplo. La televisión, por su propia capacidad absorbente, transforma cuanto toca en espectáculo; las nuevas tecnologías, por instantáneas y al alcance de cualquiera, degradan lo trascendente a cotilleo.
—Exageraciones.
—No tanto. En nuestros tiempos —don Juan marca la expresión con ironía— la televisión y la radio transmitían —y en eso eran inmejorables—; los diarios informaban. Es decir, el diario y el periodista —solidariamente y compartiendo solvencia y credibilidad— se responsabilizaban de la información: la avalaban; lo cual era suficiente garantía de crédito.
—Habla usted como un notario, don Juan.
—Aposta: la relación entre diario, periodista y lector era una relación de confianza equivalente a la que se establece en un contrato.
—Pero había unos más fiables que otros.
—El lector lo sabía.
—Hoy también lo sabe.
—Hoy quedan escasos lectores; además, acaso no sepan nada: ¿no están siguiendo ustedes el revuelo contra el cierre de los centros de educación especial, por señalar un caso muy próximo?
—La gente se pone la venda antes de la herida.
—La gente se deja arrastrar por quien más vocea —dice el cínico.
—Habrá remedio.
—Deberá haberlo, pero llegará más adelante. Ahora que los periódicos tradicionales están seriamente enfermos, moribundos o muertos, solo cabe armarse de cautela y escepticismo ante cualquier información, por inocente que parezca.
—Hombre, los horarios de mismas, la cartelera de espectáculos, las cotizaciones de bolsa…
—Tampoco hay que fiarse: los periódicos, debilitados, flaquean: publican cualquier cosa que se les haga llegar, sin contrastarla.
—No será para tanto.
—Muchos periódicos, sobre todo los provinciales, se nutren acríticamente de notas de prensa. Y las notas de prensa las carga el diablo.
—¿Por qué?
—La nota de prensa es un género periodístico en donde hay tanto o más de propaganda que de información. El emisor de la nota, parte interesada, se toma la molestia de redactarla en su propio beneficio: destaca los aspectos favorables de lo que pretende comunicar y soslaya el resto. Los diarios, que o tienen prisa o carecen de recursos o son perezosos, difunden la nota literalmente, sin descartar que estén difundiendo mercancía averiada. El lector debería prevenirse.
—Ponga ejemplos.
—Dos, y bien cercanos: el Museo Nacional del Teatro y el Partido Popular han publicado estos días notas de prensa sobre asuntos importantes, que se han esparcido dócilmente en las redes. Ambas requerirían matices.
—A ver —casi apremia el conservador.
—La del Partido Popular, bien redactada, informa de que ya han decidido quién será su candidata a la alcaldía; por supuesto, alaba en ella innumerables virtudes: estupendo. Ahora bien, ni una palabra sobre el proceso de elección, ni sobre los damnificados —alguno ha habido—, ni sobre las decisiones que hayan llegado a tomar acerca de pactos poselectorales: esperable.
—¿La del Museo?
—Mal escrita, dice que han firmado un acuerdo para la adquisición —hemos leído también adscripción— de las antiguas caballerizas del cuartel adjunto a los Palacios Maestrales, las cuales se usarán como almacén: estupendo. Ahora bien, dejando aparte la duda —y la cuantía— de la adscripción/adquisición, y que no se trata de un espacio adjunto a la sede del museo, se escatima información relevante: ¿la adscripción/adquisición forma parte de un plan más amplio para resolver por completo las carencias espaciales del museo?, ¿se pretende hacer verdadera en el futuro la palabra adjunto?, ¿se ha explorado la posibilidad de ampliar el museo hacia el colegio de los jesuitas, que sí está adjunto y es de propiedad pública? Nos gustaría saberlo.
—Paciencia, don Juan: lo sabremos.
—Cuando y como a los interesados les convenga.
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