Don Juan se parece en ocasiones a Pero Grullo: repite lo que
todos saben como si no lo supieran, y se queda tan ancho. Hoy:
—La feria de Almagro se acaba el 28 de agosto, día de san
Agustín.
Quienes lo conocen menos quizá piensen que don Juan, viejo
ya, chochea. Sin embargo, no hay que fiarse: don Juan no da puntada sin hilo. Todos
los almagreños, desde tiempo inmemorial, saben que la feria se acaba el 28 de
agosto, pero no todos —probablemente, no muchos— saben que el 28 de agosto la
iglesia católica celebra la fiesta de san Agustín. Y don Juan quiere hablar de
san Agustín: el fin de la feria es un señuelo para atraer a pájaros despistados.
—¿Qué tiene que ver san Agustín con la feria, don Juan?
—No lo sé; quizá nada; pero con el mundo católico en general
y con Almagro en particular, mucho.
—Cuéntenos.
—De san Agustín o Agustín de Hipona
—como le llaman ahora los manuales escolares de filosofía, que le han apeado
el tratamiento de santo— ya hemos hablado aquí; además, lo conoce cualquiera
que haya cursado el bachillerato. Y, a partir de las lágrimas de su madre
—santa Mónica: la fiesta se celebró ayer—, lo conoce también cualquier católico
piadoso, aunque no esté muy versado en cuestiones teológicas o filosóficas. Yo
creo que es una de las grandes cabezas de la humanidad, un hombre de
trayectoria vital interesantísima, un pensador muy influyente, y un escritor
imprescindible, sobre todo por las Confesiones,
que está entre los mejores libros de la historia y es un clásico entre los clásicos
porque mil quinientos años después de escrito resulta absolutamente moderno.
—En Almagro san Agustín es también una calle y una iglesia
—dice alguien a quien le pillan lejos las sutilezas intelectuales y las
efusiones piadosas.
—Efectivamente. En el siglo XIII un grupo de ermitaños que
quería vivir en comunidad según la regla de san Agustín creó la orden de
los agustinos. Agustinos fueron, por ejemplo, santo Tomás de Villanueva (de
Villanueva de los Infantes, aunque naciera en Fuenllana) y fray Luis de León.
En el ambiente contrarreformista de la segunda mitad del siglo XVI y en la
estela de santa Teresa, se fundaron los agustinos recoletos. Fray Luis de León
fue el autor de sus primeras normas: un librillo muy curioso y muy poco
conocido que se llama, y es, La forma de
vivir de la nueva orden. Los agustinos se establecieron en Almagro siglo y
pico después.
—No duraron mucho.
—Otro siglo y pico: hasta las desamortizaciones del XIX. Del
convento solo quedan la iglesia, y la puerta de la calle y el zaguán. La iglesia
es espléndida, pero está muy maltratada.
—El tiempo destructor
—desliza un enterado.
—No. El tiempo y el terremoto de Lisboa han hecho su parte,
pero la culpa mayor es de la ignorancia y la ambición humanas. Fíjense en la
manzana que ocupaba el convento. Probablemente no haya otra en Almagro más
desfigurada.
Don Juan exagera: yo podría decir varias. Él prosigue:
—Bloques de pisos anodinos, el edificio infame de
Telefónica, algún transformador de Unión Fenosa, cocheras subterráneas que
habrán acabado con cualquier vestigio arqueológico, una colonia de adosados rebosante
de piedra artificial y cuyo acceso merece figurar en la antología del disparate…
En cuanto a la iglesia, sufrió agresiones imperdonables del comprador, ha
padecido usos más o menos viles, en la Guerra se ensañaron con ella…
—Pero resiste —apunta un optimista.
—Sí. Y es bellísima, por dentro más que por fuera. Y una de las imágenes que identifican a Almagro. Ojalá se encuentre
una función que le garantice la supervivencia digna.
Estamos de acuerdo:
—Ojalá. Aunque cueste no poco dinero.
—En cuanto se dejaran de subvencionar algunas cosas, lo
habría.
—No ponga ejemplos, don Juan, que perdemos amistades.
Por si acaso, alguien cambia de tema:
—Y de la calle ¿qué nos dice?
—La calle de San Agustín merece un paseo detenido: resume
bien la historia de Almagro. Desde luego no es el cardo en que algunos han pensado, ni por aquí discurría el camino
de Toledo a Granada —que entraba por la puerta de Villarreal—, pero es una de
las calles principales del pueblo: conserva, mal que bien, algún palacio; tiene
el teatro; viviendas notables; el hospital de San Juan; y desemboca
en el pradillo y ermita de San Blas… ¿Vamos a verla?
Estos prontos también son de don Juan. Pagamos y echamos tras él. Otro día les contaré el paseo.