Piedad Bonnet
Hiperión
Madrid, 2003
Aunque Hiperión no es lo que era —"Por eso ha publicado a Juliá", nos dice una lengua viperina de la intelectualidad provincial—, todavía le quedan en catálogo algunas joyas y muchas obras más que notables. Incluso, aún hoy, quién sabe si por inercia o por error, publica de vez en cuando cosas que merecen la pena.
De 2003, cuando Hiperión estaba mejor que ahora, es esta pequeña —111 páginas— antología de Piedad Bonnet, que tiene un precio más que asequible: ocho euros.
Piedad Bonnet es una de las poetas colombianas más importantes de nuestros días. Nació en 1951 en Amalfi, una pequeña ciudad del departamento de Antioquia —¡Cuántos poetas excelentes ha dado Antioquia, cuántos Colombia!—. Es profesora universitaria; y, además de poesía, ha escrito novelas, obras de teatro, y un libro estremecedor sobre el suicidio de su hijo Daniel —Lo que no tiene nombre, en Alfaguara: diecisiete euros— al que en esta antología le dedica un poema escrito mucho antes de que se pudiera adivinar la tragedia.
Bonnet es emotiva, accesible y de una gran riqueza verbal; y esta antología es una buena puerta para entrar en su mundo. Ahí va un aperitivo.
Instantánea
Desde
el automóvil —la
luz en rojo—
yo
los veo pasar en fila india.
Adelante
va el viejo.
Sus
pasos amplios, dobladas las rodillas, la cabeza inclinada,
como
animal que han castigado muchas veces.
En
la mano la bolsa,
y
no sé adivinar, pero allí pareciera
residir
el precario equilibrio de su cuerpo.
Detrás,
alto el mentón,
los
ojos más allá de esta calle, en otra calle,
un
hombre en sus treinta años va montado.
Y
el niño atrás. hijo seguramente, tal vez nieto,
apretando
su paso detrás de los mayores.
Vienen
de levantar casas de otros
cuyos
nombres ignoran. Han lavado sus manos,
han
intentado acaso sacar la dura mugre de sus uñas,
y
sus cabezas
mojadas
y peinadas
brillan
con el sol poderoso de la tarde.
Pasa
la luz a verde
y
yo los dejo
caminando
a su ciego punto muerto.
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