—Hemos leído por ahí que la revista Historia de
National Geographic va a publicar pronto amplia información sobre la
Cruzada de los Niños: estupenda idea.
—¿Por qué?
—Porque ahora, ochocientos y pico años después, también hay cruzadas
infantiles.
—Ya no hay cruzadas, don Juan —afirma el escéptico.
—¿Que no? Muchas. En el sentido estricto y en los figurados
que imagine. Respecto al primero, no tiene más que preguntar a los yihadistas:
lo creen a pie juntillas. En cuanto a lo segundo, mire a Greta.
—¿Garbo? —pregunta el cínico con retintín.
—Thunberg.
—¿Qué tiene que ver Greta Thunberg con la Cruzada de los
Niños?
—Es la elegida para convencer al rey de Francia. O, en su
defecto, para remplazarlo.
—¿Rey de Francia? Explíquese, por favor.
—Según dicen, a primeros de 1212 Nuestro Señor Jesucristo se
le apareció a un niño francés; le mandó que llevara una carta al rey instándole
a convocar de inmediato una Cruzada; el niño llevó la carta; el rey, quizá con
buen criterio, no hizo caso; Nuestro Señor Jesucristo insistió: se apareció de
nuevo al nene; le urgió que la convocara y encabezara él mismo; le aseguró que,
cuando sus huestes llegaran, el Mediterráneo se abriría como se abrió el mar
Rojo ante los israelitas; y que conquistar Jerusalén sería pan comido.
—Naturalmente…
—Naturalmente, la empresa fracasó. Ahora bien, eso carece de
importancia: aunque el entusiasmo atropellado de los pibes provocara desastres;
aunque los habitantes de pueblos y ciudades temblaran a su paso; aunque ellos mismos
padecieran innumerables desventuras; aunque no pocos desertaran y muchos
murieran; aunque los rezos fervorosos no conmovieran al Mediterráneo; aunque
unos mercaderes desaprensivos se ofrecieran a pasarles el mar y, una vez en
Alejandría, los vendieran como esclavos… lo importantes es que la ola de exaltación
fanática recorrió Europa entera; que inflamó miles de pechos generosos con la
llama disparatada y pueril de la fe… y que muy pocos se atrevieron a
manifestar que aquella era una idea estúpida; al revés: concitó múltiples adhesiones, sinceras o no.
El rojo se escama:
—No compare, don Juan. La Cruzada de los Niños —las Cruzadas
en general, si me apura— era, efectivamente, un disparate; la lucha contra el
cambio climático, una necesidad perentoria.
—Nadie lo duda. La humanidad —por su propio interés, no por
el bien del planeta, que ni siente ni padece y sobreviviría tan
ricamente sin nosotros— debe hacer lo antes posible cuanto sea preciso para
revertir el conjunto de fenómenos que llamamos cambio climático. El
cambio climático es ya tan cierto que no necesita más demostración que la
estulticia cruda y obvia de quienes lo niegan: haga la lista y verá.
—¿Entonces?
—Lo uno no quita lo otro. Los objetivos son bien distintos;
el movimiento es idéntico: los mismos líderes atolondrados, el mismo entusiasmo
arrebatador, el mismo desprecio de las dificultades, la misma descarnada
severidad, la misma altanería frente a los tibios, la misma estrechez mental,
la misma impudicia emotiva… y las misma adhesiones precavidas,
halagadoras, hipócritas de la prensa, de los responsables políticos, de los
intelectuales, de cualquier biempensante que se apunte y suscriba —en change.org, claro— todas las buenas causas.
—¿Yo, por decir alguien? —pregunta escocido.
—Usted es persona sensata. Por eso, en lo
de la pobre Thunberg habrá cosas que también le hayan sorprendido e incomodado,
estoy seguro.
Titubea:
—Hombre… Thunberg se parece a Juana de Arco.
—En el cándido y obcecado frenesí proselitista, en la
determinación ciega; acaso en creerse providencial; y, desde luego, en estar
desperdiciando la juventud. Quiera Dios que no se estrelle, que no acabe en la
hoguera.
—Y me choca que los dirigentes mundiales la dejen hacer.
—Sorprende, sí, que se achiquen, reculen y la jaleen: ellos,
que tienen la obligación, la capacidad y la responsabilidad ineludibles de
obrar lo que proceda. Las eluden, sin embargo; escurren el bulto sumándose al
cortejo: «No es preciso que movamos un dedo; Dios, por intercesión de
Greta, nos echará una mano», pensarán. Como es lógico, ninguno escapa a la
tentación de salir en la foto con ella
—¿Y la prensa?
—La prensa, al oportunismo, que es lo suyo: ¡hoy han
sacado a Greta Thunberg en Corazón corazón!
Interviene un biempensante:
—Greta Thunberg nos ha concienciado muy eficazmente de algo
que muchos no terminaban de creer.
—Ojalá.
De vuelta a casa veo los mismos contenedores atestados de
desechos sin clasificar: Almagro está lejos, la concienciación tarda. Me da por pensar, pero guardaré el secreto, que estas buenas causas
—no es preciso enumerarlas— elevadas, transversales, indiscutibles, bonitas, tal vez estén distrayendo a
los jóvenes de enfrentarse a otras prosaicas, de clase, ásperas y cenagosas: el
tétrico futuro laboral que les espera, por mentar una.
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