domingo, 1 de enero de 2017

...y próspero año nuevo

Antes —quizás ya no se haga—, detrás del “Feliz Navidad” se añadía inevitablemente “y próspero año nuevo”. Don Juan les deseó el domingo pasado la feliz Navidad; luego, cumpliendo la tradición, hoy les desea el próspero año nuevo.
—Don Juan, lo de feliz Navidad era cosa de gente fina; el pueblo llano decía Pascua, Pascuas: Felices Pascuas.
—Es cierto. Pascua, poco más o menos, quiere decir fiesta grande. La iglesia celebra varias fiestas grandes: el nacimiento de Cristo —la Navidad—, su reconocimiento y adoración como Dios —la Epifanía de los Reyes Magos—, la Pascua Florida o Pascua de Resurrección —en que se certifica que Cristo es, efectivamente, Dios, porque si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe— y la Pascua de Pentecostés —cuando el Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles, los llena de entusiasmo y les hace obrar prodigios—. De modo que es más precisa y más generosa la felicitación de las Pascuas —dos: la Navidad y los Reyes— que la de Navidad solo.
—Para no ser creyente, sabe usted muchas cosas.
—Las clases de religión a las que yo asistí eran mejores que las de ahora. Además, queramos o no, somos cristianos —al menos, culturalmente—, de modo que no sobra conocer el cristianismo. Por otra parte, a mí la religión me interesa mucho: ¿qué lleva a los seres humanos, contra toda cordura, a creer ciegamente y a confiar en fuerzas sobrenaturales, a rendirles culto, y a comportarse de acuerdo con reglas morales derivadas de tal creencia? Me gustaría saberlo.
—Somos tan frágiles…
—Somos frágiles, claro; pero de la conciencia de la fragilidad pueden nacer dos actitudes absolutamente contrapuestas: agarrarse al clavo ardiendo de la fe, que da seguridad; o aceptar el desamparo y esforzarse en irlo achicando con las propias fuerzas. La primera es más cómoda.
Yo creo que hay otra más cómoda todavía: no plantearse estas cuestiones. Alguien me certifica en ello:
—Sí, don Juan; de esto ya hemos hablado —dice el que rehúye las monsergas teológicas—. Díganos algo del próspero año nuevo.
—Próspero y feliz son sinónimos. Ambos adjetivos hacen referencia a lo favorable, a lo que se ajusta a los propios deseos. Una persona es feliz si vive como desea —o, y es una variante sumamente feraz, si desea vivir como vive—; un suceso se desarrolla y concluye felizmente si sale como se había previsto. Lo mismo significa próspero. Si la Navidad se desea feliz, y el nuevo año se desea próspero es por no repetir.
—¿Pero la prosperidad no es riqueza?
—Por sinécdoque, sí. En estos tiempos materialistas —diría un viejo gruñón— muchos consideran que no hay otra forma de felicidad que la riqueza, que ningún asunto prospera como debe si no nos hace ricos, que no hay otra felicidad que la que da el dinero.
—Y usted ¿qué opina?
—Afortunadamente, yo puedo despreciar el dinero porque tengo más del que necesito. Pero sé —lo sabe todo el mundo— que, aunque la riqueza no garantice la felicidad, no hay felicidad posible sin un mínimo de desahogo económico: la comida, la ropa, la casa, la sanidad, la educación… son imprescindibles para la felicidad.
—En este mundo, querrá usted decir; porque Nuestro Señor Jesucristo prometió a los pobres el reino de los cielos.
Cuán largo me lo fiais. Mientras tanto, nadie se lo cree: ni los cristianos. La pobreza es un mal, el mal por antonomasia.
—Pues habrá que combatirla…
—Eso es. Cualquier gobierno que pretenda un mínimo de legitimidad debe aplicarse a ello decididamente, pero con sensatez. Hay almas cándidas que creen que, si se acabaran los ricos, se acabarían los pobres: ya sabemos que es falso.
—Como usted es rico…
—Soy un rico que paga impuestos. Eso que llamamos el estado del bienestar —o sea, la forma históricamente más eficaz de combatir la pobreza— se basa en un sistema fiscal justo y progresivo: en ricos que pagan impuestos. A eso se tienen que dedicar los gobiernos: a que cada uno pague de acuerdo con lo que tiene, y reciba de acuerdo con lo que necesita para vivir con dignidad.
—Mucho pide.
—Pido mucho, pero sensato: no el paraíso, no la felicidad, no el melifluo amor universal ni la paz de las ovejas… Que los ricos paguen para que no haya pobres.
¿Qué voy a decir yo…? Que esta noche brindaré por ustedes y les desearé próspero año nuevo, queridos lectores.



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