Los poetas siguen intercambiando navajazos. La víspera de
los Reyes, el habitualmente ecuánime y moderado Álvaro Valverde, sin nombrarlo,
le atizó uno a Santos Domíguez. De refilón —tendría un mal día— también a
Cosmopoética. Al poco rato, Santos Domínguez, como quien no hace nada, devolvió el golpe: un chafe envenenado.
—A nosotros ¿qué más nos da, don Juan?
—Ni nos da ni nos quita, es cierto, pero nos informa acerca
de la condición humana en general, y de la poética en particular. Los poetas
son susceptibles y puntillosos; albergan egos desmesurados, luego hay que
andarse con cuidado al tratar con ellos. Y más con los poetas provinciales: la
provincia suele ser un espacio poco ventilado en el que las heridas se enconan enseguida.
—Nosotros no tratamos con poetas; nosotros, como mucho, los
leemos. Quien los trate que se ande con ojo.
—Eso hay que hacer: leerlos —a quienes lo merezcan— y cerrar
la boca.
Tantos rodeos me intrigan. Don Juan —bien lo sabemos— no da
puntada sin hilo: ¿adónde querrá ir? ¿Se estará curando en salud? Como si me
leyera el pensamiento, continúa:
—Estos días, en ratos perdidos, he leído dos libros de
poesía: Fugitivos, la antología de
poesía española contemporánea que ha seleccionado Jesús Aguado para el Fondo de
Cultura Económica, y Cántiga, el
inventario de poetas provinciales de Nieves Fernández para Ledoira.
—¿Qué tal, don Juan?
—Fugitivos es
impecable: prólogo brevísimo y claro, divinamente escrito; preciso marco
temporal; y, de cada poeta, breve nota biobibliográfica en
la que, como es lógico, se incluye la fecha de nacimiento y las de publicación
de los libros.
—¿Y Cántiga?
—Cántiga a veces
me ha gustado, y otras varias me he acordado de la parábola del trigo y la
cizaña. ¿La recuerdan ustedes?
—Aproximadamente.
—Nieves Fernández, temiendo quizá eliminar algún poeta
bueno, ha dejado crecer y prosperar a bastantes poetas malos: ya vendrá el
tiempo convertido en antólogo y los echará a la hoguera del olvido. O sea, no estamos ante una
antología, sino ante un mero censo o catálogo; lo cual es muy útil, porque en estos
tiempos de producción poética innumerable no hay nadie que pueda leer todo lo
que se publica. A Fernández le hemos de agradecer que se haya leído por
nosotros a más de doscientos poetas, que los haya hecho pasar por el harnero —bastante generoso— de su
gusto y nos haya ofrecido casi ochenta. Dios le perdonará penas de purgatorio.
—Pero los excluidos, por malos que sean, no la perdonarán.
—Eso pasa siempre y carece de importancia. Sí hubiera sido
bueno, creo yo, que el inventario se limitara en el tiempo: Corredor Matheos,
Félix Grande, Manolita Espinosa, Nicolás del Hierro o Valentín Arteaga, por ejemplo, son poetas
bien conocidos; por su edad, nadie dirá que pertenecen al siglo XXI: ¿era
necesario incluirlos? Ni ellos ni el libro hubieran perdido nada de no estar.
—¿Sobra alguno más?
—Sin mentar a los malos, sobra evidentemente Antonio Gala:
poeta de tercera división que, además de no tener nada que ver con la
provincia, poco lustre puede dar a la poesía de esta tierra.
—¿Qué le ha parecido el estudio previo?
—En lo meramente informativo, está bastante bien; en lo
demás, flojillo: no se justifica la selección; no se relaciona a los poetas —ni
a la poesía provincial— con los
vaivenes y tendencias de la poesía hispánica; el nombre del libro y su peculiar
acentuación están traídos por los pelos; remontar la poesía provincial a
Alfonso X y a la anécdota de los poetas bebedores, además de lo que tiene de
centralismo capitalino, es por completo impertinente; el orden topográfico sería aceptable si se nos explicara
de alguna forma; muchos de los currículos carecen hasta de la fecha de
nacimiento del poeta y de sus publicaciones…
—¿Y la edición?
—Para lo que se acostumbra en este siglo de oro de la autoedición y de las editoriales chapuceras,
está muy bien. Acumula, sin embargo, erratas, faltas de
ortografía —algunas, odiosas: acentuar Brotóns,
poner albarda sobre albarda al juntar comillas y cursivas—, y paratextos
grandilocuentes y hueros como el de la cuarta de cubierta que casi disuade de
abrir el libro… Pero, al precio que se nos vende, no le pediremos exquisiteces.
—Entonces, si alguien me pregunta, ¿qué le digo?
—Que compre el libro y que lo lea. Es, y será durante mucho
tiempo, un libro de consulta imprescindible que Nieves Fernández y Ledoira
ponen al alcance de los interesados por muy poco dinero.
—¿Algo más?
—Me queda una duda: ¿se acordará don Juan Sánchez de a quién
le debe la frase con la que abre el Preliminar?
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