Pablo Neruda
Real Academia Española y
Asociación de Academias de la Lengua Española
Madrid, 2010
El domingo pasado, 12 de julio, se cumplieron ciento catorce años del nacimiento de Pablo Neruda. Sin caer en exageraciones como las de Harold Bloom, García Maŕquez y otros, no cabe dudar de que Neruda es uno de los grandes poetas del siglo XX, y está entre los más leídos e influyentes. Es más: aunque parece que el prestigio nerudiano ha menguado algo, todavía hoy es junto a García Lorca el poeta que más se lee —o, por lo menos, el que más se vende— de todos los poetas que han escrito en nuestra lengua; alguno de sus libros —Veinte poemas de amor y una canción desesperada, sobre todo— es constantemente un éxito de ventas.
Neruda es un poeta inmenso —en el sentido literal del término— e inabarcable, de obra extensísima y proliferante a la que le cuadran bien ciertos adjetivos que se han usado a menudo para calificarla, como selvática o torrencial. Y torrencial es también la lengua que utiliza: acumulativa, ampulosa, sonora, intrincada, abundante de lujosas metáforas, seductora... y no siempre significativa.
Es también un poeta de su tiempo, contradictorio y capaz de ascender a lo sublime y de bajar al cieno, en cuya obra está el siglo XX en carne viva.
Don Juan vuelve de vez en cuando a Neruda, pero en picoteo: ya no es capaz de tragarse un libro entero —tal vez por no llevarse el chasco de topar con alguno de los muchos poemas malos que escribió—, salvo las dos primeras Residencias. Por eso tiene a mano esta antología, amplia y bien recolectada, y la hojea de vez en cuando; además, los textos que la acompañan son muy interesantes, y los índices hacen fácil la consulta. Y es barata.
Lean a Neruda y no se dejen enredar por él.
Ahí va un poema no muy conocido de los últimos años, incluido en el libro Geografía infructuosa (1972):
EL
CAMPANARIO DE AUTHENAY
un
campanario negro.
pizarra
y simetría.
como
para que rece una paloma.
La
pura voluntad de un campanario
dura
como una espada
nuestro
vestido pasajero
y
el follaje que nos cubría
sostiene
su sistema gris
en
el desnudo poderío
dejó
su deber en la altura,
y
regresó a los elementos,
así
no aprendí mis deberes:
me
quedé donde todo el mundo
mi
corazón, deshabitado:
mientras
oscuras herramientas,
de
un campanario y de una flecha.
Ay
lo que traje yo a la tierra
y
solo anduve con el humo
sin
saber que de piedra oscura
en
el invierno indiferente).
Oh
asombro vertical en la pradera
exacta,
sobre el cielo.
Cuántas
veces de todo aquel paisaje,
de
la terrestre Normandía,
por
nieve o lluvia o corazón cansado,
al
campanario de Authenay,
a
la estructura de la voluntad
y
de mi propia vida.
En
la interrogación de la pradera
por
la pradera y el silencio:
la
flecha de una pobre torre oscura
sosteniendo
un gallo en el cielo.
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