Elogio del caminar
David le Breton
Siruela
Madrid, 2015
Desde joven don Juan es andarín empedernido. Todavía hoy, con casi setenta y seis años, anda diez o doce kilómetros al día; de vez en cuando se atreve a caminatas de veinte o veinticinco y, una o dos veces al año, hasta de treinta o cuarenta. Pero lo suyo no es deporte, ni siquiera ejercicio físico, sino espiritual. Por eso, siempre que puede, va solo, a su ritmo, con poco equipaje e indumentaria campesina, de pastor más que de aficionado al trekking. Se podría decir —pero él nunca lo dirá— que siente algo de compasión por los senderistas rebañegos, ruidosos como grullas, que al regreso no saben dar cuenta de adónde han ido ni por qué. Don Juan, naturalmente, nunca hará el camino de Santiago.
De modo que este libro, ideal para llevar en el bolsillo del pantalón, le sedujo en cuanto lo vio. Lo ha leído de un tirón, y lo tiene todavía encima de la mesa, a mano para abrirlo por cualquier página y leer un ratillo. Responde a lo que dice el título, pero añade, además, ínfulas científicas —se nota que el autor profesa en la universidad—, y es también una antología extensa y bien escogida de textos de otros muchos caminantes. Incluso describe caminatas legendarias, como la de Cabeza de Vaca, individuo extraordinario que dejó un libro fascinante.
El librillo de Le Bretón ha dado pie a don Juan para releer algunos otros de los que dará cuenta en semanas sucesivas.
Si creen ustedes que el campo es un libro que se lee, no una cancha en la que se practica deporte, les conviene leer este, cuyo precio —13 euros— es perfectamente asequible. El único pero es que la prosa resulta triste, sin brillo ninguno, y que la traducción abusa hasta la exasperación —pero eso, quizá, ya no tenga remedio— de los posesivos en perjuicio de los artículos.
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