Don
Juan ha estado aquí toda la semana: había algunas cosas que no
quería perderse y, por no ir y venir a Navaltizón, se ha acomodado
en casa de la hija. La convivencia familiar, tan grata en pequeñas
dosis, puede ser peligrosa si se practica de forma continuada: a él
se le está haciendo extenuante. A mí también. Pocas cosas hay que
me gusten tanto como las largas conversaciones con don Juan, paseadas
por el pueblo o por el campo, sin prisa ninguna, o entreveradas de
vino en las barras de los bares, de martini en las terrazas
meridianas, o de coñá y whisky en tranquilas cafeterías
silenciosas y frescas como templos. Sin embargo, esta semana infernal
se está pareciendo desmoralizadoramente al Tour de Francia. Y
los ciclistas somos nosotros: estamos deseando que se acabe. No
porque la conversación enfade, sino porque mantenerla viva en el
Almagro inhóspito de mediados de julio es una subida al Tourmalet:
no hay tregua en la carrera por bares atestados, caros y mal
servidos, terrazas en las que los tuaregs se rendirían y aires
acondicionados que te apedrean la cabeza con bloques de hielo. Don
Juan añora Navaltizón, y yo la soledad oscura de mi
casa en la que mi mujer y yo somos fantasmas aletargados en la
penumbra de las habitaciones.
—Si
el amor o la amistad resisten un verano como este, son eternos —dice
don Juan melancólico.
La
nuestra —pienso
para mí—
resistirá; el amor paterno-filial de don Juan y su
hija, no estoy seguro.
Empezamos
la semana con el Quijote. Don Juan ama el Quijote por
encima de cualquier otro libro;
por lo tanto, las trivializaciones bobas y los guiños pueriles al
público —que el público rio de buena gana—
no le hacen ninguna gracia. Salió mustio del Hospital y se
fue enseguida a casa, sin copa ni comentario.
Vino
luego El Brujo.
—Del
Brujo, como de Joaquín Sabina —con
quien probablemente comparte seguidores—,
ya lo hemos visto todo. Y, cuando digo todo, incluyo los espectáculos
que vaya a producir hasta que se retire: también los hemos visto. El
Brujo es ya una caricatura de sí mismo.
—Si
ha encontrado un filón, ¿por qué lo tendría que abandonar?
—Porque
presume de artista, no de minero —cierra
lapidario don Juan.
El
Tenorio fue otra cosa. Pese al efectismo algo tramposo y a la
farfolla verbal, el texto de Zorrilla es un formidable artefacto
literario que cierra con maestría la tradición europea de
donjuanes: el arquetipo halla aquí el molde definitivo. Mayorga y
Portillo, además, nos lo presentan en crudo, libre de los
excipientes con que se suele administrar.
—Ahora
bien —don
Juan alza el dedo—,
tampoco es preciso ufanarse de descubrir Mediterráneos.
—¿Qué
quiere decir, don Juan?
—Que
el mensaje ya nos lo sabíamos y que cambiar la capa por la chupa y
la espada por la pistola no es demasiado.
El
mismo día del Tenorio fuimos también al homenaje que le
hicieron a Vicente Fuentes. A don Juan, que es filólogo, no le gusta
demasiado el teatro —eso
ya lo sabemos—
por lo que tiene de ruido sin nueces, de liturgia burguesa donde
importa tanto ser visto como ver, de mero cascabeleo visual en que la
tramoya alcanza a veces una importancia desmesurada... de ahí su
aprecio por los profesionales que lo entienden sobre todo como
palabra dicha. Fuentes es uno de ellos, y de los más capacitados. Su
magisterio en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, los
trabajos de investigación, los libros, los cursos y talleres han
formado a muchos actores en un arte imprescindible y,
paradójicamente, no siempre valorado: la dicción del verso. El
teatro clásico —el español, el inglés, el francés, el portugués...—
es teatro en verso. Los espectadores y los cómicos de hace siglos lo
aceptaban y lo entendían sin dificultad; ahora —a
saber por qué—
para muchos es un obstáculo tremendo. Pues bien, gracias a Fuentes, bastantes actores de hoy dicen el verso como deben. Y eso —cuando
tantos ni siquiera vocalizan bien textos deleznables de series viles— justifica el homenaje.
—Ojalá
la simiente fructifique —desea don Juan.
Y esta
misma mañana, sin martini y sin quedarse a comer con la hija y los
nietos, se ha ido a Navaltizón: como si se escapara de la cárcel o
del infierno. ¿Cuándo volverá?
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