Kaleidoscopio insomne
Isabel Fraire
Fondo de Cultura Económica
México, D.F. 2004
Isabel
Fraire —¡qué tentación de escribir Freire!—, poeta mexicana,
murió el domingo pasado. Tenía ochenta años y en los últimos ha
estado ya fuera de este mundo porque padecía esa enfermedad cruel
que deja vivo el cuerpo y mata el alma. Antes, había sido poeta,
traductora, diplomática y feminista, lo mismo que Rosario
Castellanos.
Don
Juan la conoció en 2005 gracias a este libro de nombre fascinante,
que reúne toda su poesía y cuesta diecisiete euros. Los que tengan
más de cincuenta años sabrán bien qué es un kaleidoscopio porque
seguramente, en sus años de instituto, construyeron alguno. Los que
tengan menos que lo busquen en la Wikipedia.
Y
el título del libro no es solo fascinante: es exacto. En la poesía
de Fraire las palabras, trozos multicolores de vidrio, se descomponen
y se recomponen ante los ojos del lector como por casualidad o magia,
pero obedeciendo en realidad a normas bien fundadas y plenamente
conscientes. El poema, pues, aparece vistoso y frágil; natural y, a
menudo, juguetón y risueño: una revelación de la danza de las
palabras. Lo dijo, certero siempre, Octavio Paz: "Su poesía es
un continuo volar de imágenes que se disipan, reaparecen y vuelven a
desaparecer".
En
España no es muy conocida. Por eso don Juan la trae aquí, aunque
tenía pensado dedicar esta lectura a Gabriela Mistral porque a
Gabriela sí la conocen todos ustedes.
Si
leen a Fraire se lo agradecerán. He aquí dos de sus poemas:
no
te deseo
te
veo
tu
imagen sigue
ocupando
el silencio junto a mí
no
tengo otra manera de moverme
que
envuelta en tu mirada
tu
recuerdo me viste
el
aire que ocupaban tus palabras
resuena
en mis oídos
como
un tropel de ángeles
mis
dedos sonámbulos
se
tropiezan contigo
en
cada objeto
***
*** ***
[Después
de ver Jules et Jim]
desde
el atardecer invulnerable
me
mira fijamente
fija
por el recuerdo
tu
mirada
inmóvil
como el tiempo
que
se dice ha pasado
como
las estaciones
inexorablemente
sucesivas
e
idénticas
fijos
por el recuerdo tus dos ojos
como
la luna suspendida en alto
me
contemplan
y
yo cambio
visto
y desvisto caras y momentos
que
van quedando inmóviles
fijos en el atardecer invulnerable
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