—¿Acudió usted al pregón de la feria?
—Acudí. Y escríbalo con mayúsculas, por favor.
—¿Escribo con mayúsculas que DON JUAN ACUDIÓ AL PREGÓN DE
LA FERIA?
—No, hombre: escriba con mayúsculas Pregón de la Feria.
—¿Por qué?
—Porque lo merece. La ortografía de nuestra lengua, que
tiende a la sencillez, otorga a las mayúsculas un papel secundario, pero no
faltan quienes colocan mayúsculas en cualquier palabra para hacernos ver que a
la cosa significada la tienen por notable, trascendental, histórica: la Iglesia,
el Estado, el Rey, el Excelentísimo Ayuntamiento de Almagro, la Liga, las
Ferias y Fiestas, la Santa Misa, los nombres de los meses y de los días de la
semana…
—¿Quiere usted pecar del mismo pecado, entonces?
—Por una vez, y con toda la razón. El Pregón de Elena Arenas Cruz —hoy debemos recordar el apellido de la madre— merece las mayúsculas: durante años será el Pregón por antonomasia, bien porque
de aquí en adelante pregones y pregoneros vengan obligados a ser distintos, bien porque
se quede en excepción deslumbrante y estéril.
El conservador enfría:
—No se atuvo a ninguna de las convenciones que usted mismo
considera propias de esta clase de discurso.
—¿Cómo que no? No se saltó ni una: saludó cortésmente a los
presentes; agradeció que la hubieran invitado; explicó con toda claridad la
aceptación; dio una lección de historia; dejó sitio —emocionado incluso— para
los sentimientos; habló de la feria; nos invitó a participar en ella… ¿Qué echó
usted de menos?
—Hizo un discurso político.
—Todos los discursos de este tipo son políticos. ¿O es que, cuando un
pregonero inciensa loas a la belleza de las damas, a las tradiciones, a san
Bartolomé apóstol; cuando evoca con nostalgia la grandeza de los antepasados,
la felicidad de los buenos tiempos antiguos donde reinaba la armonía; cuando
propone recuperar los valores perdidos, y etcétera y etcétera, no está haciendo
un discurso político? El quid se halla en que el pregón convencional
muestra la adhesión —sincera o impostada: eso carece de importancia—
convencional del pregonero a los valores convencionales mediante fórmulas convencionales, mientras que el pregón de Elena Arenas, manteniéndose dentro de los moldes convencionales, refuta radicalmente los valores convencionales, muestra el
absoluto rechazo hacia ellos y la adhesión incondicional a otros muy diferentes. Puesto que usted no se esperaba refutación tan radical, tacha el
discurso de político; en cambio, no aprecia la intención política de los
otros solo porque es obvia: igual que no aprecia el aire que respira hasta que
le falta o trae un aroma inesperado.
—Arenas pronunció un discurso subversivo.
—No cabe duda: Arenas pretendió quebrantar el
conjunto de valores establecido sacudiendo las conciencias de los oyentes. Ahora bien, subversivo no es lo mismo que malo; en este caso, todo lo
contrario: una pieza oratoria estupenda, elegante, limpia y clara, bien
estructurada y argumentada, rectamente dirigida a los objetivos…
—Pero ajena a la situación: ni el momento ni el lugar eran
los adecuados.
—La prueba de que lo eran la tiene usted en que ese es el
mayor —casi el único— reproche que se le está haciendo. Arenas ocupó un púlpito
normalmente reservado para otras personas y cosas y, sin engañar a nadie —desde
el principio dejó claras las intenciones—, con plena conciencia y seguridad,
meticulosamente, apoyada en datos irrefutables, se dedicó a debelar un tinglado
ideológico poderoso y duradero cuyas manifestaciones prácticas condicionan toda
la realidad social, económica, afectiva, laboral, lúdica… El público —salvo los
sordos, que alguno había y se le notaba en la cara— se vio sacudido: el pregón dará que hablar mucho más que si se hubiera tratado de una
conferencia impartida ante una parroquia devota, por ejemplo, el
Ateneo. Un acierto, pues.
—¿De qué habló Arenas? —implora el despistado.
—De la postergación histórica de la mujer, del silencio que
se le ha impuesto, de cómo ha quedado siempre relegada a tareas subalternas
—las labores propias de su sexo,
que se decía hasta ayer tarde: subalternas únicamente por femeninas—,
de las valientes, temerarias o pobres infelices que no se han resignado a callar o a hacer lo que se esperaba
de ellas… Y de las trampas líricas con que se ha pretendido disfrazar un
estado objetivo de opresión.
—O sea, del heteropatriarcado.
—Si lo prefiere así…
Un práctico pregunta:
—El pregón ¿tendrá consecuencias en la política de
Almagro?
Don Juan titubea:
—No lo había pensado; creo que no.
—¿Y los rechazos que pueda producir?
—Pocos y marginales, quiero pensar.
—¿De modo que no vio usted ni una sola tara en
el pregón?
—Solo una: que las descalzas eran descalzos y,
probablemente, el Pilar, pilar.
—Y que fue largo —se atreve alguien.
—Eso, en el debe del Ateneo.
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