—¡Ay, las serpientes de verano! —suspira don Juan mientras dobla y aparta un periódico viejo.
Agosto, por lo menos en España, es un mes diferente. Si
estuviéramos en el hemisferio sur —en la Argentina, por ejemplo—, diríamos que
el país hiberna, que se aletarga como los osos o los reptiles: mengua el ritmo
de la vida, cierran numerosos establecimientos, bastantes acortan el horario, y
en las calles se nota el vacío de una población diezmada, huida u oculta en
madrigueras.
—Hace mucho que no va usted a la playa, don Juan.
—Hace mucho, sí; pero me acuerdo. La actividad
de los sitios de playa, aunque bulla frenética, se parece solo superficialmente
a la actividad usual de los meses laborables; agosto es el domingo del año:
unos pocos se matan a trabajar atendiendo el ocio de la mayoría.
—Y les pagamos miserablemente —el rojo lleva el agua a su
molino.
—Ese es un asunto distinto —justifica el conservador.
—Es el mismo asunto. O ambos quedan bien próximos
—interviene don Juan—: hablaremos de ello.
—¿Cuando hablemos de los sueldos de los políticos? —dice
mordaz el cínico.
—Quizá.
—Entonces, ¿de qué estamos hablando hoy? —pide socorro el
despistado.
—De la prensa. La prensa también se aletarga. Los
periodistas de primer nivel, seguros de que en agosto no ocurrirá nada
memorable, se van de vacaciones; toman el relevo los subalternos o los
desdichados becarios; a ellos les encargan que llenen las revistas de
verano con asuntos ligeros, intrascendentes, divertidos —la palabra
se usa mucho—, que cualquiera entienda sin esforzarse demasiado.
—¿Las serpientes de verano? —pregunta uno.
—Las serpientes de verano son antiguallas: los directores
las prohíben —responde el culto.
—En sentido estricto, si: ningún periódico, por chapucero
que sea, se atreve ya a jugar con Nessie, la serpiente estival por excelencia.
Ahora bien: hay muchos nessies, y no todos viven en los lagos de
Escocia.
—¿Se refiere a eso que llaman fake news?
—No: las fake news —o sea, los bulos aventados con el
propósito de intoxicar— brotan feraces durante todo el año, siempre al servicio
del creador o promotor. Las serpientes de verano, en cambio, son el simple y
desnudo resultado de una manera de trabajar menos rigurosa, acaso sustentada en
la creencia de que las facultades mentales del lector disminuyen en agosto.
—También hay periódicos que se dedican permanentemente a las
serpientes de verano —puntualiza el escéptico.
—Quién lo duda. Conocemos varios de por aquí cerca:
especialistas en lo inane. No merecen atención nunca, en ningún caso, por
aburrido o aletargado que uno esté. Tampoco merece la pena detenerse en los
pobres periódicos deportivos, que serán fáciles de llenar un lunes después de
la jornada de liga, pero que ahora, sin Mundial ni Olimpiadas, no tendrán más
remedio que recurrir a neymares diversos.
—¿Entonces?
—Se lo he dicho: las serpientes de verano de los periódicos serios.
—Miente alguna.
—Las costumbres y tradiciones populares son un filón;
la sociología comparada; la psicología positiva; la medicina milagrosa; la historia
anecdótica o insólita o jamás contada; la arqueología, sobre todo la que
se refiere a civilizaciones perdidas, o la que confirma o refuta
convicciones asentadas de tipo patriótico o religioso…
—El País le está prestando mucha atención últimamente
a la arqueología.
—Y, en la estela, los medios provinciales… ¿o eran
provincianos? —duda histriónicamente el cínico.
Don Juan no se para:
—La última información del El País sobre
Alarcos tal vez entre en el saco de las serpientes de verano.
—Hombre, don Juan, que la avalan tres prestigiosos
arqueólogos.
—Pero la firma un periodista al que se le va la mano con
facilidad. Fíjense en el torpe subtítulo: Los expertos creen que pudieron
participar en la batalla en la que el general cartaginés Amílcar murió.
—¿Y no lo creen?
—No se atreverán a jurarlo sobre los Santos Evangelios. Lo que apuntan prudentemente es: No sabemos el papel concreto de estos íberos de Alarcos en los
sucesos de la época de la Segunda Guerra Púnica, pero es muy tentador [aunque
muy poco probable] imaginar que estuvieran con el cartaginés.
—No se ponga usted estricto, que es verano; además, las
incoherencias entre titular y cuerpo son moneda corriente.
—Mal de muchos... Y no me pongo estricto: cuando intento
comulgar con ruedas de molino, me atraganto.
El despistado, que lo miraba distraído, levanta los ojos del
periódico y pregunta ingenuo:
—¿Esto de la Corte
de Honor de la Virgen del Prado también es serpiente, don Juan?
El rojo se adelanta:
—En el apartado de costumbres y tradiciones populares.
El conservador salta raudo:
—Es buen periodismo al servicio de las costumbres y
tradiciones populares.
—¿Don Juan?
Don Juan engorda la lista de aplazamientos:
—Es tarde: otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario