Alumbra el sol de la tarde con juvenil rotundidad, con urgencia de estreno. En el Marqués, viendo la terraza llena y a quienes la pueblan beber y charlar despreocupados, el agua torrencial de la Semana Santa, los días inhóspitos, el frío, parecen de otro tiempo: de un pasado triste que no volverá:
—¿Tú crees? —pregunta el pesimista
—Hombre… Por lo menos hasta el otoño.
—El otoño está cerca.
—¡Quién se acuerda ahora del otoño?
—Las hormigas prudentes. Esos que veis ahí son cigarras.
—¿Y nosotros?
—Nosotros, viejos al sol: carcamales —irrumpe el cínico.
El despistado, que ha estado más pendiente de las carnes blancas ofrecidas al sol que de nosotros, se cansa de rodeos:
—¿De qué habláis?
—Del tiempo.
—Y de política —precisa don Juan.
—¿De política?
—El tiempo, el meteorológico y el otro, es un yacimiento inagotable de metáforas: hablando del tiempo se habla de cualquier cosa.
—Vaya.
—Piensen en el amanecer —no digamos orto, por favor— y en el ocaso; en el futuro y en el pasado: los primeros preñados de connotaciones favorables, los segundos sin que nadie los quiera. En Grecia un partido se llama Amanecer Dorado y en España…
—En España empieza a amanecer—canturrea el rojo, no sé si sarcástico o preocupado.
—Porque vuelve a reír la primavera.
—Quizá: los fascismos tenían una cara joven, alegre, resuelta, matinal; y un fondo rancio, hosco, beato, tenebroso. En España lo dábamos por muerto y resucita.
—Los expertos nos explican constantemente que esto no es fascismo, don Juan.
—Tales expertos me recuerdan a los teólogos bizantinos que discutían sobre el sexo de los ángeles mientras los otomanos entraban en Bizancio; a los conejos que porfiaban empantanados sobre si los perros que los iban a cazar eran galgos o podencos.
—¿Por qué?
—Porque no serán técnicamente fascistas, pero se parecen tanto a los fascistas que solo los expertos son capaces de distinguirlos. ¿Han recibido ustedes la carta en la que piden el voto? Compatriotas nos llaman.
—Estupendo: no excluyen a nadie —apunta el conservador.
—Pésimo: excluyen a quienes no se identifiquen con su idea de patria. Estos, los réprobos, son la Antiespaña: que se preparen para arder en las llamas del infierno.
—¿Nosotros también?
—Ustedes sabrán: ¿les gustan los toros?, ¿la caza?, ¿las procesiones?, ¿las mujeres en casa?, ¿la palabrería hinchada y huera del franquismo?, ¿los uniformes?, ¿el vino peleón? ¿Veneran a don Diego de Almagro? ¿Detestan a los inmigrantes?, ¿a los gais?, ¿a Europa? ¿Son partidarios de la mano dura?, ¿de la cadena perpetua?, ¿de recortar la libertad de prensa?, ¿de que los ricos paguemos menos impuestos y los pobres tengan menos servicios?
—No —dice la mayoría; alguno calla.
—Pues entonces, abyectos, pertenecen ustedes a la Antiespaña: ¡No merecen el alto nombre de españoles!
—Está usted exagerando: dibuja una caricatura —objeta el conservador.
—No veo por qué.
—Si fuera cierto lo que dice, el Partido Popular y Ciudadanos, que tienen tras de sí una trayectoria democrática impecable, no se dispondrían a coligarse con ellos.
—A mí también me asombra que se hayan dejado guiar por los voxeadores, que les hayan copiado la retórica, que les disculpen las veleidades franquistas.
—¿A qué se deberá?
—Puede haber tres razones: o la trayectoria democrática de populares y ciudadanos es menos impecable de lo que quiere creer el amigo, o les pierde la impaciencia por llegar al poder, o gastan una ingenuidad tan pueril que confían en domesticarlos.
—Los tres —y otros muchos— están a punto de caber en el traje que Primo de Rivera padre le cortó a Valle Inclán: eximios escritores y extravagantes ciudadanos.
—De nuevo exagera, don Juan.
—Enseguida me darán la razón: que, cada uno a su modo y en su nivel, son eximios escritores no lo duda nadie; que sus opiniones políticas resultan extravagantes —o sea, que vagan extramuros de la realidad—, tampoco.
—Demuéstrelo.
—Basta un botón: ¿cómo es posible que se hayan entregado con armas y bagajes a un dirigente político tan inconsistente como Rivera? ¿Cómo es posible que acepten las credenciales constitucionalistas de Vox y se las nieguen a Sánchez?
—Sánchez ha pactado con los separatistas.
—Cualquiera sabe que coincidir en la oposición a algo o a alguien no es pactar.
—Sánchez quiere romper España.
—Los juicios de intenciones contra toda evidencia, la descalificación apriorística, el desprecio del otro forman parte del paquete totalitario que sufrieron tantos: por ejemplo, Azaña; Sánchez no es Azaña —una desgracia—, pero lo tratan de la misma forma.
Miro por la ventana a quienes toman plácidamente el sol en la plaza. Habrán votado o irán a votar enseguida. ¿Son extremistas? No lo creo. ¿Qué votarán? A saber.
Concuerdo con don Juan. Fascismo, aunque este 'nuestro' nos haya vuelto marchito y rancio, con menos luces que luceros.
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