domingo, 5 de mayo de 2019

Día de la Madre

Día de la Madre en España y todavía de resaca electoral. De las dos cosas hablamos, gracias a Dios sin el apremio ni la vehemencia del domingo pasado. Los resultados electorales —acaso porque muchos españoles le vieron las orejas al lobo— han logrado un efecto sedante que, si no definitivo, durará al menos hasta que se acerquen las municipales y regionales del día 26: descansemos, pues. En cuanto al Día de la Madre, aparte de los tópicos adustos sobre el carácter comercial, rutinario y rebañego de la fiesta —¿qué fiesta no reúne los tres atributos?— y de los complacientes sobre el inagotable amor e infinita abnegación maternales, nada nuevo decimos. De modo que la tarde va tranquila hasta que alguien mete el pie en un bonal y allí quedamos atascados:
—¿Tiene sentido celebrar aún el Día de la Madre?
Uno pretende pasar por gracioso:
—Nosotros no lo celebramos: somos huérfanos.
—En nuestras casas se celebra —responde el primero—. Pero no hablaba de eso.
—¿De qué, entonces?
—De si, estando la natalidad y la maternidad como están, merece la pena seguir celebrando el Día de la Madre.
—¿Cómo están?
—La natalidad, en franca decadencia; la maternidad no es como era. Y no me refiero a la maternidad de nuestras madres ni a la de nuestras esposas: nada tiene que ver con la de las hijas y menos todavía con la de las nietas, si es que llega.
—¿Cómo que no? Don Juan siempre dice que hay cosas que pertenecen a la naturaleza, y se mantienen inmutables, y otras que pertenecen a la cultura, y varían en el tiempo y en el espacio. La maternidad es naturaleza, ¿no?
Habla don Juan por alusiones:
—Descartando la notable repercusión de ciertos avances tecnológicos bien conocidos y populares, podemos considerar, en efecto, que la fecundación, el embarazo y el parto continúan perteneciendo mayoritariamente a la naturaleza; ahora bien, la maternidad cae bajo la jurisdicción de la cultura.
El conservador se remueve en la silla:
—¿Quiere decir que el vínculo entre la madre y el hijo es azaroso e intrascendente? ¿Qué la familia es un invento?
—Ni entro en los afectos individuales —allá cada cual— ni lo formularía de manera tan drástica, pero tampoco me atrevería a refutarlo.
La vehemencia regresa antes de lo previsto:
—¿Cómo puede afirmar tal barbaridad!
Don Juan contesta sin alterarse:
—No es barbaridad. Los biólogos saben que todas las especies tienden a perpetuarse; cada una lo hace de la forma —inconsciente, automática, instintiva— que más le cuadra a la naturaleza. Pero a los seres humanos, conscientes de nosotros mismos, la perpetuación de la especie nos trae sin cuidado: nos importa la perpetuación de la sociedad concreta en la que vivimos. Por eso, en cada momento histórico y en cada grupo, la natalidad y la crianza se abordan según convenga: los modelos son muchos y muy distintos.
—Pero el vínculo entre madre e hijo es siempre el mismo: de amor y cuidados.
—O no. Cuando nosotros éramos niños había amas de cría y hermanos de leche; la crianza era una tarea donde las madres no siempre cumplían el papel principal: un ejército de mujeres —abuelas, tías, hermanas mayores, vecinas; entre los ricos, abundantes mucamas— se ocupaban de los pequeños. Nosotros criamos a los hijos solos con la madre e intervinimos más que nuestros padres. Ahora…
El conservador recula, pero a regañadientes:
—¿Qué pasa ahora?
—Lo que ve cualquiera: que el papel de la mujer en la sociedad cambia vertiginosamente; que las familias se parecen muy poco a las que hemos conocido y que, en consecuencia, la maternidad y la crianza mutan ante nuestros ojos a toda velocidad: nadie sabe adónde vamos, pero todos sabemos que vamos a otro sitio.
—El amor materno está de moda, el parto natural, amamantar en público…
—Lo cursi está siempre de moda —apunta el cínico por lo bajo.
—Y lo contrario: madres que se echan fuera de los caminos trillados. Ocurre en todos los momentos de cambio: veremos qué sale de este.
—Y mientras, la casa sin barrer —apunta el práctico.
—¿La casa sin barrer? Bárrela tú —se escama el despistado.
—¡Que no nacen niños, hombre!
—Ah. Pues habrá que incentivar la natalidad.
—¿Cómo?
—Otros sabrán.
—Pongámoselo fácil a las mujeres.
—¿Solo a las mujeres?
—Principalmente.
—¿Engatusándolas? ¿Convirtiéndolas en madres mercenarias, porque los niños nos vienen bien a todos?
—Evitándoles la excesiva abnegación e indemnizándolas.
El impaciente apremia:
—Pero ¿celebramos el Día de la Madre o no?
—Que cada uno haga lo que le plazca.
—¿Y nosotros?
—Nosotros, brindemos por las mujeres que eligen ser madres libremente y lo son como les da la gana.
—¿Y por las que no?
—También.
Y brindamos.

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