Venimos del entierro de don Luis López Condés, el mejor alcalde de Almagro: don Juan siempre lo dice. Los entierros son ocasión propicia para divagaciones tópicas sobre el sentido de la vida y otros asuntos melancólicos. A ellos nos aplicamos.
—En general, no me gustan las pompas; pero detesto muy especialmente las pompas fúnebres.
—Ya nadie habla así, don Juan.
—Pues deberían hablar, porque pompas son al fin y al cabo. E idénticas a las que se celebraban en la Prehistoria.
—Luego servirán para algo —dice un sensato.
—Naturalmente. Que a mí me disgusten no impide que les reconozca valor.
—¿Qué valor?
—Por muy acostumbrados que estemos a ella, la muerte de los próximos siempre nos sorprende, nos desconcierta y nos deja inermes. En esas circunstancias, las pompas fúnebres, un conjunto de ritos bien establecido, marcan con claridad lo que se debe hacer y ayudan a encauzar y asimilar el dolor: no es poca cosa.
—Entonces, ¿por qué le disgustan?
—Porque algunos vivos las usan para comportarse feamente.
—Ponga ejemplos.
—Dos prototipos se me hacen particularmente desagradables: quienes proclaman lo obvio, y quienes aprovechan para mostrar la propia importancia.
—Vamos con los primeros.
—Primi... in illum lapidem mittunt! O sea, los primeros están libres de pecado; por tanto, se esfuerzan en recordarnos que el difunto no era perfecto y enumeran —le tiran piedras— prolijamente los defectos que acumulaba, las flaquezas, los errores que cometió: como si hubiera prisa en hacer el inventario o como si el resto de la gente —quizá no más piadoso: solo más púdico— los desconociera.
—¿Los Moranes?
—No faltan en ningún velatorio; pasan por justicieros implacables y quedan por encima del muerto y de los concurrentes. Ahora bien, aunque diferida, en el pecado llevarán la penitencia.
—¿Hay otros?
—Por supuesto: quienes se creen en la obligación de resaltar que existen millones de muertos en el mundo, nos reprochan que los tengamos olvidados y que nos duela más el fallecimiento de nuestro propio padre que el del pobre indígena de la isla de Sumba: sí, ese que tras morir deja viuda y once huérfanos. Somos unos desalmados, parecen echarnos a la cara: nosotros dentro de unos días heredaremos y viviremos tan ricamente, mientras los desgraciados huérfanos sumbeños penan en la miseria.
—Háblenos de los segundos.
—Los segundos entran en la categoría de los fatuos. A diferencia de los primeros, son inofensivos y hasta dignos de lástima, pero cansados como moscas: presumen de intimidad con el difunto, enseñan fotos, cuentan anécdotas… La cosecha de vanidosos todos los años es buena.
El sensato quiere abreviar el repaso al catálogo de las flaquezas humanas y venir al motivo de la charla
—Qué se le va a hacer, don Juan. ¿Por qué nos hablamos de lo que importa, de López Condés y de Rubalcaba?
—Casi no es necesario. La vida que han llevado y la huella que dejan habla muy elocuentemente.
—Pero acaso haya sordos: hable usted también.
—Los dos resumen bien lo bueno y lo malo de la política española. Lo bueno: servidores públicos que no se han servido del cargo. Lo malo: pararrayos capaces de atraer ojerizas insensatas. Rubalcaba dio su verdadera talla en numerosas ocasiones: recuerdo los días siguientes al 11M, cuando encarnó la dignidad ciudadana frente a los embustes del Gobierno; recuerdo también el manejo de la huelga salvaje de controladores aéreos en 2010; y, claro está, la lucha contra ETA hasta lograr aniquilarla. Luis López, por su parte, ha sido con diferencia el mejor alcalde de Almagro en el último siglo —no es preciso que describa yo el legado, porque ustedes lo conocen mejor— y siempre un hombre honrado y cabal.
—¿Y lo malo?
—El tratamiento que ciertos periodistas y políticos le han dado a Rubalcaba: mezquino e infame, insidioso y mendaz. No insistiré en ello tampoco: él lo llevó dignamente, pensando acaso que los otros obraban de buena fe y que la libertad de expresión es sagrada siempre; mejor así. Y, en cuanto a Luis López, probablemente coleccionara más zancadillas dentro del propio partido que en otros sitios: la actitud de no pocos de sus concejales en el segundo mandato sería digna de consideración, pero tampoco es momento de sacarla ahora: habrá tiempo.
Estamos de acuerdo. Y, puesto que no creemos en la resurrección de la carne ni en la vida perdurable ni en nada semejante, sino en la humilde memoria agradecida que de algunos muertos queda en los vivos durante un cierto tiempo, honramos a López y a Rubalcaba del único modo que sabemos: brindando por ellos. Emocionadamente.
Estamos de acuerdo. Y, puesto que no creemos en la resurrección de la carne ni en la vida perdurable ni en nada semejante, sino en la humilde memoria agradecida que de algunos muertos queda en los vivos durante un cierto tiempo, honramos a López y a Rubalcaba del único modo que sabemos: brindando por ellos. Emocionadamente.
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