Se acerca el Día del Padre; aquí todos hemos tenido hijos: hablamos de colonias.
—Que antiguo es usted, don Juan.
—Viejo, mejor.
—Viejo y antiguo.
—Es posible, pero diga: ¿por qué me carga esa culpa?
—Porque festeja el Día del Padre y porque habla de colonias.
—El Día del Padre es una celebración tradicional, probablemente nacida de intereses comerciales, que la Iglesia católica, siguiendo su costumbre, acaparó y encomendó a san José. En la mayoría de las familias se queda en una cosa inocente y rutinaria; no hace mal a nadie.
—Cómo que no: exalta, fomenta y actualiza el patriarcado.
—Quizá: le diré a la hija que no me compre la colonia de todos los años. Y a quien corresponda, que ponga una fiesta de las progenitoras y los progenitores.
—Tampoco, don Juan: hay muchas familias en que los padres no son progenitores.
—Pues que no haya fiesta ninguna. A nuestros años quedarse sin colonia carece de importancia.
—¡Colonia! Ya no hay colonias, don Juan, ni siquiera perfumes: hay fragancias.
—Lleva usted razón: soy antiguo. En mi descargo, aunque parezca consuelo de tontos, únicamente puedo alegar que no estoy solo. ¿Se acuerdan ustedes de una colonia —perdón: fragancia— que se llamaba Otelo? La anunciaban en la televisión hace muchos años, por Navidad.
—¡Quiero volver a sentirte sobre mi piel! ¡Vuelve el hombre! —exclama, y enseguida se arrepiente, otro antiguo.
—Ha vuelto. Mejor dicho: está a punto de volver.
—¿La colonia?
—No; el Hombre por antonomasia: Pablo Iglesias. Pronto lo sentiremos sobre la piel: fragancia no, látigo.
—Se burla usted…
—Naturalmente: hay asuntos a los que solo nos podemos acercar mediante la burla.
—¿Por qué?
—Porque a la estupidez no cabe tomarla en serio.
—Yerra, don Juan. La estupidez es más dañina que la maldad: piense en Cipolla.
—Pienso en Cipolla: el estúpido es más peligroso que el malvado; el grupo de estúpidos, más poderoso que la Mafia. O sea, contra los estúpidos hay que estar prevenidos: hay que tratarlos con muchísimo respeto; a la estupidez, no.
—¿Es estúpido Pablo Iglesias?
—Es imprudente. Debería conocer la ley de hierro de la popularidad: quienes hoy te ríen las gracias te crucificarán pronto o tarde. Pero alrededor tiene a muchos que la ignoran igualmente, acaso para halagarlo: se trata de un vicio común entre quienes sirven a cierto tipo de personas. ¿Han caído en la cuenta de cómo hablan sus próximos? ¿Con el mismo léxico, las misma muletillas, e idéntico sonsonete que irritaría al santo Job!
—Porque se han criado juntos en Somosaguas; allí hablarán así.
—El hecho es que vuelve, y nos lo anuncian con un cartel muy expresivo.
—Iglesias ha renegado del cartel.
—A su manera: en plural mayestático.
—Explíquenos el cartel.
—El cartel lanza mensajes contundentes —si subliminales, fácilmente legibles— que demuelen la ideología explícita de Podemos. De creer en Freud, pensaríamos en los actos fallidos.
—¿Qué mensajes son esos?
—Dejemos aparte la adulación al jefe, lo que antes se llamaba culto a la personalidad, tan obvio. Dejemos aparte el machismo resaltado en el letrero, más obvio todavía ¡y en vísperas del Día de la Mujer!... ¿Han visto ustedes a qué vuelve?
—Hombre, se reincorpora al trabajo tras el permiso de paternidad.
—Permiso de paternidad es una simple figura retórica. Han tenido que usarla porque vivimos tiempos descreídos: en realidad se ha retirado al desierto.
—¿Como Nuestro Señor Jesucristo?
—Como innumerables profetas y santos. Ellos necesitan apartarse de cuando en cuando a la soledad del desierto, sufrir tentaciones y amarguras que pongan a prueba su entereza. Si son verdaderamente profetas o santos —Él es las dos cosas—, regresan fortalecidos, resueltos, cargados de energía.
—¡Viene el Mesías! ¡A salvarnos! Marana tha! —se oye a un irreverente por lo bajo.
—¿Qué? —pregunta el despistado.
—Que el Señor viene enseguida, está de camino.
—¿Y viene a salvarnos? ¿De verdad?
Se adelanta don Juan:
—Luego. Durante la ausencia, los vicarios, vírgenes necias, se han descuidado: ha habido guerras intestinas; herejes, apóstatas, cismáticos —en Almagro, sin ir más lejos—; los enemigos se han ensañado con el Pueblo Elegido… Pero el fin de las tribulaciones está cerca: el Señor viene…
—Marana tha! ¡Ven pronto, Señor! —interrumpe de nuevo el irreverente.
Don Juan prosigue:
—Viene, primero, a poner orden, a devolvernos al redil. Sin embargo, los podemistas se empecinan en la retórica: a rencontrarse con la gente, dicen. Y, efectivamente, están diciendo la verdad: que Él no es gente.
—Es lo mismo que nosotros: casta —bromea el conservador.
Don Juan sonríe. Continúa:
—O, por decirlo con palabras del papa Francisco —otro que tal—: aunque huela a oveja, Él es pastor. El Buen Pastor.
—Marana tha!
—Marana tha!
En vez de Cuaresma, Adviento: brindamos por Él.
Él es inexplicable, vuelve a encontrarse con la gente, una vez abandonada la casta con que se presentó en sociedad. Él y su cartel del Sermón de la Montana. Él y su paternidad reflexiva. Él, que fue terror, de quien ya nadie espera nada. Él y Echenique.
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