domingo, 17 de marzo de 2019

Fracaso

El castellano es un idioma contundente; en la lengua de escopeta que algunos gastan puede llegar a munición peligrosísima:
—¡Putos moros!
—Bien traído. Muchos han disparado esas dos balas contra pacíficos albañiles, vendedores ambulantes o aceituneros con intención de herir, acaso de matar.
—¡Perro judío!
—En otros tiempos, proyectil letal: no queda ni un judío.
—¿Adónde va, don Juan?
—A que la caza del otro es un deporte muy entretenido. Sobre todo mientras consideremos que el otro es alimaña. Fíjense en el sujeto que ha matado a cincuenta musulmanes en las antípodas.
—¿Sujeto? ¡Loco de atar!
—Alimañero tan solo. Él —blanco como la leche, cristiano— obró con intenciones profilácticas: impedir que a los europeos nos invadan los moros.
—¿Europeos? ¿Moros?
—Sí. Aunque habitante del otro lado del mundo, es europeo. Aunque nacieran en Indonesia o en Bangladés, los musulmanes muertos son moros: en español todos los musulmanes son moros. El moro es el otro por antonomasia: la alimaña. Y es evidente que nos están invadiendo: ¿cómo se pueden tolerar mezquitas en la Iglesia de Cristo?
—Don Juan…
—¿Me equivoco?
—Desvaría.
—Es que leo a Abascal.
—Abascal se está callado últimamente.
—Le leo el corazón —allí late la España Eterna— y, en ratos perdidos, me asomo al Facebook o al Whatsapp: sus voceros no paran.
—¡Vaya entretenimiento!
—Entretenimiento no: aprendizaje de la condición humana.
—La literatura que salga del cerebro de Abascal y sus secuaces poco enseñará.
—Enseña mucho, ya le digo: que la cuestión palpitante de nuestros días es la identidad colectiva, y que la identidad colectiva se forja mediante una larga cadena de oposiciones.
—Explíquenos eso.
—La identidad colectiva la constituye una serie de etiquetas que, capas de cebolla, se superponen unas a otras. Esas capas nos identifican y, al tiempo, aíslan y protegen el núcleo genuino y puro de nuestro ser. Por abreviar y olvidando matices: la capa exterior nos señala como occidentales, o sea, europeos —de Europa, de América o de Oceanía—, blancos y cristianos; en consecuencia, nos enfrenta a orientales, negros, musulmanes…. A continuación, otra etiqueta, que nos marca como católicos, nos opone a los ortodoxos y a la amplísima constelación de protestantes. Viene luego la que nos clasifica como españoles; por tanto, opuestos a catalanes, franceses o ingleses; y hasta como “buenos españoles”, enemigos jurados de la Antiespaña… No es preciso seguir: todo se resume en que sin enemigos no somos nadie.
—¿Entonces, cómo nos empeñamos en eliminarlos?
—Cuando eliminemos a estos, inventaremos otros.
—¿Dónde queda el individuo, don Juan?
—Ha muerto de nuevo: esa es la amarga decepción de nuestra vejez. Quienes nos criamos tras la Segunda Guerra Mundial, aprendimos trabajosamente que las masas, el pueblo, la patria, eran abstracciones ponzoñosas de las que había que librarse. Creíamos que los estados eran la agregación de individuos desnudos, libres, conscientes de la propia desnudez y celosos de la propia libertad, defensores de la del prójimo, que compartían un espacio común, intentaban que fuera lo más hospitalario posible y no se inmiscuían para nada en los espacios privados de los demás, irrelevantes a efectos de la convivencia política civilizada. Era mentira: hemos fracasado.
—¿Nos echamos a llorar?
—Un ratillo. Pero enseguida echémonos a pensar.
—¿Lo hace usted?
—A menudo.
—¿Ha encontrado algo?
—Muy poco. E ignoro la importancia. Pero como estamos en un bar…
—¿Qué tiene que ver?
—Que en los bares uno puede disparatar sin remordimientos y arbitrar remedios maravillosos para todas las enfermedades en menos que canta un gallo.
—Adelante.
—Quizás nos hayamos desentendido de que el espacio común fuera, de verdad, hospitalario para todos. No puede haber ciudadanos libres cuando no tienen dónde elegir. Si se carece de un mínimo de educación, de bienestar, de seguridad, de protección frente a las adversidades, si falta la esperanza… el espacio común no es casa común sino mar proceloso donde el pez grande siempre se come al chico. Naturalmente, los peces chicos buscarán protección en la familia, la religión, la clase, la patria, el rebaño… donde la haya, aunque sea ilusoria o endeble: ahora en Abascal; antes en Iglesias.
—¿Se puede hacer algo?
—Ojalá lo supiera. Cabe mirar hacia atrás y preguntarnos cuándo se jodió el Perú, Zabalita.
—¿Cuándo?
—Cuando las instituciones dejaron de interesarse por los desgraciados. Cuando se impuso el neoliberalismo.
—¿Le ve el fin?
—Pregúnteselo a Rivera: que le explique el feminismo liberal, por ejemplo. Si estamos dispuestos a tolerar las madres mercenarias —ese es su nombre crudo y exacto— o las trabajadoras del sexo —no es nombre: es eufemismo— sin darnos cuenta de que elegir entre prostitución o hambre no es elegir, entonces no. Si nos empeñamos tenazmente en evitar tal clase de dilemas, entonces sí.


1 comentario:

  1. Tremendo y dolido está hoy D. Juan. Y lúcido. ¿Cuándo se nos jodió el Perú? Si lo supiéramos podríamos poner remedio. Algunos se aburrieron de la socialdemocracia y pidieron más caña. Caña tenemos. Recuperar los valores antiguos de libertas y solidaridad, nos llevará décadas si lo conseguimos. Hasta la Merkel se va, incapaz de entender nada. Nos quedamos en manos de incapaces, ingenuos o malignos. Es normal que D. Juan esté irritado y que ni siquiera el bálsamo de la vejez le calme. No fueron útiles los afanes suyos y de tantos.

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