domingo, 10 de enero de 2016

Canossa

Se habla mucho de la “caducidad de los saberes”. Otra tontería que habrán inventado los pedagogos, piensa don Juan. Caducan las aplicaciones prácticas de ciertos saberes, y muchos de ellos se ven refutados y remplazados por otros en el largo y arduo camino del conocimiento, quién lo va a negar: hoy casi nadie necesitará un eslabón, un pedernal y un copo de yesca para encender la lumbre; hoy sabemos que, pese a todas la apariencias, el Sol no gira alrededor de la Tierra. ¿Y qué? Si alguien supiera prender fuego a la manera antigua, ¿perdería algo? ¿Le estorbaría? O ¿cómo se hubiera llegado al heliocentrismo sin que los astrónomos apuraran el geocentrismo hasta el límite de sus contradicciones?
—¿A qué viene eso, don Juan?
—Viene a que vivimos en un mundo tan ridículamente satisfecho de sí mismo que se permite abolir el pasado, declararlo caduco, sin ni siquiera haberle echado una ojeada.
—Hay historiadores, arqueólogos, filósofos, filólogos que no hacen otra cosa que mirar al pasado. Y muchos comen de ello.
—Comen mal, generalmente. Y son unos pobres sujetos cuya influencia es mínima, insignificante. Se les tolera, pero en los márgenes, casi como a los leones del zoo.
Cuando don Juan sale con estas, es porque algo lo ha sacado de sus casillas.
—¿Está usted enfadado? ¿Ha dormido mal?
In pace in idipsum dormiam et requiescam; gracias a Dios, pocas cosas me quitan el sueño. Pero el otro día, hablando de las elecciones con un amigo, le dije que el Partido Popular debería ir a Canossa; me miró estupefacto. Ustedes sí se acordarán de la Guerra de las Investiduras —insinúa, no muy convencido.
Las caras que ve alrededor le imponen, una vez más, el regreso a la tarima docente:
—En el siglo XI el emperador Enrique IV y el papa Gregorio VII se las tuvieron tiesas a propósito de la facultad de investir a los cargos eclesiásticos. Iba ganando el emperador, pero el papa sacó la artillería pesada: lo excomulgó. Eso, en aquellos tiempos, eran palabras mayores. El emperador —no sabemos si fingida o sinceramente— se arrepintió de sus yerros y fue a humillarse ante el papa, que estaba en Canossa. El papa lo perdonó, claro, pero antes le hizo esperar tres días a la intemperie, en la puerta del castillo, y era enero.
—Qué crueldad.
—Donde las dan las toman. Si los dirigentes del PSOE gozaran de estos saberes caducos, en lugar de convertir al partido en una olla de grillos, habrían dicho que sí, que ellos, por el bien de España y de la estabilidad política, están dispuestos a aceptar un nuevo gobierno del PP, pero que el PP debe hacer penitencia, retractarse de los errores —recortes, reforma laboral, Ley mordaza, LOMCE, Montoro…—; o sea, bajarles los humos, y exponerlos al relente de crear, por decir algo, un Ministerio de la Memoria Histórica con Rafael Hernando de Director General de Exhumaciones. De paso ganaban tiempo.
—¿Tiempo?
—¿No vieron ustedes el espejo griego que les enseñé el otro día? Como están las cosas, el partido más perjudicado si se repitieran las elecciones sería el PSOE; en cambio, de aquí a 2019 ya iríamos viendo.
—También pueden hacer lo mismo que en Portugal: pilotar un gobierno de izquierdas.
—No lo creo. Los portugueses tienen sobre nosotros una enorme ventaja: allí hay solo una patria; por muy distintas que sean las opciones políticas, todas quieren lo mejor para Portugal; mientras que a este lado de la raya hay un batiburrillo exuberante y variado de patriotismos diversos: ¿quién será tan insensato como para meter en el gobierno de España a los que quieren destruirla?
—Pero esos patriotismos diversos, como usted dice, existen: habrá que tenerlos en cuenta.
—Naturalmente. Y ahí también el PP debería pasar bajo las horcas caudinas —otro día hablaremos de ellas— de ensanchar su visión de España, de implicarse en una reforma de la Constitución para que se acomode a la realidad. Ahora bien, sin dejarnos arrebatar por ventoleras o antojos descabellados de unos cuantos doctrinarios milenaristas que parecen nietos de los que soporté en la juventud  y que, como aquellos, madurarán y se harán de extrema derecha.
—Lo último es muy probable; lo primero va a ser difícil.
—Claro, pero es imprescindible. Ojalá los responsables políticos dieran la talla. El PP no la está dando: quiere que le regalen el gobierno sin apearse de la borrica. Podemos, tampoco: como niños caprichosos reclaman enfáticamente la luna, sabiendo que nadie se la va a dar; es decir, pura táctica para ganar votos en las próximas elecciones, si se repiten: sabe que, cuando el PSOE se quite de enmedio, ellos ocuparán el sitio. Los socialistas, ensimismados, ensayan el procedimiento más doloroso de suicidio. Ciudadanos titubea: a ver si lo que hemos ganado se nos va a escapar sin disfrutarlo…
—Y, entremedias, el barrizal de Cataluña.
—Saquen ustedes el farol y vamos a buscar un estadista; o, por lo menos, un dirigente que vea un poco más allá de sus narices.