Se
habla mucho de la “caducidad de los saberes”. Otra tontería que habrán
inventado los pedagogos, piensa don Juan. Caducan las aplicaciones prácticas de
ciertos saberes, y muchos de ellos se ven refutados y remplazados por otros en
el largo y arduo camino del conocimiento, quién lo va a negar: hoy casi nadie
necesitará un eslabón, un pedernal y un copo de yesca para encender la
lumbre; hoy sabemos que, pese a todas la apariencias, el Sol no gira alrededor de la Tierra. ¿Y qué? Si alguien supiera prender
fuego a la manera antigua, ¿perdería algo? ¿Le estorbaría? O ¿cómo se hubiera
llegado al heliocentrismo sin que los astrónomos apuraran el geocentrismo hasta
el límite de sus contradicciones?
—¿A
qué viene eso, don Juan?
—Viene
a que vivimos en un mundo tan ridículamente satisfecho de sí mismo que se permite
abolir el pasado, declararlo caduco, sin ni siquiera haberle echado una ojeada.
—Hay
historiadores, arqueólogos, filósofos, filólogos que no hacen otra cosa que
mirar al pasado. Y muchos comen de ello.
—Comen
mal, generalmente. Y son unos pobres sujetos cuya influencia es mínima,
insignificante. Se les tolera, pero en los márgenes, casi como a los leones del
zoo.
Cuando
don Juan sale con estas, es porque algo lo ha sacado de sus casillas.
—¿Está
usted enfadado? ¿Ha dormido mal?
—In
pace in idipsum dormiam et requiescam; gracias a Dios, pocas cosas me
quitan el sueño. Pero el otro día, hablando de las elecciones con un amigo, le
dije que el Partido Popular debería ir a Canossa; me miró estupefacto. Ustedes sí se acordarán de la Guerra de las Investiduras —insinúa,
no muy convencido.
Las
caras que ve alrededor le imponen, una vez más, el regreso a la tarima docente:
—En
el siglo XI el emperador Enrique IV y el papa Gregorio VII se las tuvieron
tiesas a propósito de la facultad de investir a los cargos
eclesiásticos. Iba ganando el emperador, pero el papa sacó la artillería
pesada: lo excomulgó. Eso, en aquellos tiempos, eran palabras mayores. El
emperador —no sabemos si fingida o sinceramente— se arrepintió de sus yerros y
fue a humillarse ante el papa, que estaba en Canossa. El papa lo perdonó,
claro, pero antes le hizo esperar tres días a la intemperie, en la puerta del
castillo, y era enero.
—Qué crueldad.
—Donde
las dan las toman. Si los dirigentes del PSOE gozaran de estos saberes caducos,
en lugar de convertir al partido en una olla de grillos, habrían dicho que sí,
que ellos, por el bien de España y de la estabilidad política, están dispuestos
a aceptar un nuevo gobierno del PP, pero que el PP debe hacer penitencia,
retractarse de los errores —recortes, reforma laboral, Ley mordaza,
LOMCE, Montoro…—; o sea, bajarles los humos, y exponerlos al relente de crear,
por decir algo, un Ministerio de la Memoria Histórica con Rafael Hernando de
Director General de Exhumaciones. De paso ganaban tiempo.
—¿Tiempo?
—¿No
vieron ustedes el espejo griego que les enseñé el otro día? Como están las
cosas, el partido más perjudicado si se repitieran las elecciones sería el
PSOE; en cambio, de aquí a 2019 ya iríamos viendo.
—También
pueden hacer lo mismo que en Portugal: pilotar un gobierno de izquierdas.
—No
lo creo. Los portugueses tienen sobre nosotros una enorme ventaja: allí hay
solo una patria; por muy distintas que sean las opciones políticas, todas
quieren lo mejor para Portugal; mientras que a este lado de la raya hay un batiburrillo exuberante
y variado de patriotismos diversos: ¿quién será tan insensato como para meter
en el gobierno de España a los que quieren destruirla?
—Pero
esos patriotismos diversos, como usted dice, existen: habrá que tenerlos en
cuenta.
—Naturalmente.
Y ahí también el PP debería pasar bajo las horcas caudinas —otro
día hablaremos de ellas— de ensanchar su visión de España, de implicarse en una
reforma de la Constitución para que se acomode a la realidad. Ahora bien, sin dejarnos arrebatar por ventoleras o antojos descabellados de unos cuantos doctrinarios milenaristas que parecen nietos de los que soporté en la juventud y que, como aquellos, madurarán y se harán de extrema derecha.
—Lo último es muy probable; lo primero va
a ser difícil.
—Claro,
pero es imprescindible. Ojalá los responsables políticos dieran la talla. El PP
no la está dando: quiere que le regalen el gobierno sin apearse de la borrica.
Podemos, tampoco: como niños caprichosos reclaman enfáticamente la luna,
sabiendo que nadie se la va a dar; es decir, pura táctica para ganar votos en
las próximas elecciones, si se repiten: sabe que, cuando el PSOE se quite de
enmedio, ellos ocuparán el sitio. Los socialistas, ensimismados, ensayan el
procedimiento más doloroso de suicidio. Ciudadanos titubea: a ver si lo que
hemos ganado se nos va a escapar sin disfrutarlo…
—Y,
entremedias, el barrizal de Cataluña.
—Saquen
ustedes el farol y vamos a buscar un estadista; o, por lo menos, un dirigente
que vea un poco más allá de sus narices.