—Como hoy, el 24 de enero de 1593 también fue domingo
—dice don Juan.
A mediodía, niebla en retirada, estuvimos por San
Ildefonso, la ermita que tanto le gusta, tomando unos chatos; hemos comido
luego en la Posada; y, aunque la tarde, tibia y de sol, invitaba al paseo, aún
seguimos de sobremesa, larga y bien surtida de copas y vasos.
—Tiene muy buena memoria, don Juan —apunta alguien con
amable retintín.
—No: me gusta leer —replica sin acritud—. Ese día llegó a
Almagro Mateo Alemán. Venía de Madrid, comisionado por el Consejo de Órdenes,
para hacer indagaciones sobre cómo trataban los Fúcares a los galeotes que
tenían cedidos achicando agua en la mina de Almadén.
—¿No ha dicho usted muchas veces que aquí nunca hubo
Fúcares?
—No los hubo, obviamente. Si oyen expresiones del tipo
“los Fúcares se establecieron en Almagro…”, “los Fúcares construyeron…”, u
otras similares, deben entender que quien las dice no está mintiendo; está
hablando con toda precisión, pero figuradamente: lo mismo que al decir, por
ejemplo, que Hitler invadió Polonia o que la policía detuvo a los asaltantes de
un banco. Todos sabemos que Hitler no se movió del despacho —fueron unos
cuantos miles de soldados— y que la policía no detiene a nadie: se encargan de
ello los agentes, hombres y mujeres de carne y hueso. Esta manera de hablar,
que los entendidos llaman metonimia, es común e irreprochable —¿han bebido
ustedes alguna vez una copa de coñá?—, siempre que nadie entienda,
literalmente, que hay copas de coñá. Y nadie lo hace.
—Pero Grullo no se hubiera explicado mejor —dispara
alguien por lo bajo.
Don Juan, duro de oído ya, no presta atención. Prosigue:
—No hubo, pues, Fúcares en Almagro; hubo, eso sí, durante
un siglo y pico, sucursal de las empresas de los Fúcares —varias a lo largo de
este tiempo, con razones sociales que los historiadores conocen perfectamente—;
y, al cargo de ella, técnicos y directivos, los más importantes de los cuales
eran los factores.
—Muchos almagreños creen otra cosa, y hasta hablan del
“palacio” de los Fúcares.
—Bien saben ustedes que las historiografías locales suelen
ser perezosas: lo que dijo el primer historiador lo repiten sin crítica los que
vienen después, todos ellos con el muy noble propósito de dar lustre a su
patria; y lo repetido muchas veces llega a hacerse verdad indiscutible. Pero
hoy estamos seguros —nos lo han demostrado beneméritos historiadores
aficionados: Julián Aranda, Arcadio Calvo...— de que el tal “palacio” no fue
obra suya.
—Parece que hay otros candidatos.
—Ningún Fúcar vivió en este pueblo, eso es tierra firme.
Ahora bien, los Fúcares tuvieron edificios e instalaciones más o menos lujosas,
y en ellos, naturalmente, figuraban profusamente los “logotipos” de la firma,
igual que hacen las empresas de hoy. Es posible —pero muy improbable— que
alguno de estos inmuebles mereciera el nombre de palacio. De todas formas, nada
quiere decir: también la Justicia tiene palacios y no habita en ninguno de
ellos.
—Don Juan…
—No me hagan caso. Estábamos hablando de Alemán. Nunca ha
pasado aquí tanto tiempo un escritor como Alemán. Nunca Almagro ha dejado
huella en una obra como la suya. Y bastantes almagreños lo ignoran.
—En España no hay costumbre de leer a los clásicos. Salvo
usted, ninguno de los que estamos en la mesa ha leído el Guzmán.
—Ustedes se lo pierden. Pero un personaje de Galdós nació
en Miguelturra y bien que lo sabe todo el mundo.
—Alguien se lo habrá enseñado.
—En efecto. En Almagro, en cambio, cegados tal vez por el
resplandor de los Fúcares, pocos han explicado que Alemán estuvo aquí, que
trabajó a conciencia, que se enfrentó valerosamente a Juan Jédler, factor de
los Fúcares —es decir, los Fúcares tenían en Almagro un factor porque ellos no estaban;
en Augsburgo no tenían necesidad—, que fue a Almadén, interrogó a los galeotes,
vio cómo vivían… y que, si toda aquella tarea sirvió de poco, dejó en Alemán
poso suficiente como para convertirse en literatura.
—Luego de algo sirvió.
—Buena corrección. Sirvió, en efecto, para que Guzmán de
Alfarache viniera a Almagro, entrara por la puerta de Villarreal, recorriera
esta calle —la señala tras la ventana—, se hospedara en un mesón de la plaza,
oyera misa en San Bartolomé… y para que en el Guzmán haya Fúcares y galeotes.
Como, más tarde, en el Quijote.
—¿También Cervantes anduvo por Almagro?
—No, que sepamos. Pero leyó el Guzmán y aprendió
mucho. Otro día, si nos queda tiempo, hablaremos de Cervantes y de Alemán, que
eran de la misma edad y nacieron casi el mismo día.