Hoy jueves
tocaba 'Lecturas'. Tengo, incluso, el texto que don Juan me ha mandado sobre los Diarios de Emilio Renzi de Ricardo
Piglia —estupendo libro, que alaba sin reticencias—, pero me voy a saltar la
norma: al fin y al cabo don Juan dice que esto es cosa mía y que haga lo que me
dé la gana.
A saber por
qué los seres humanos sentimos una rara atracción por las cifras redondas. Las
cifras redondas vienen a ser como los hitos o mojones del camino: propicios
para sentarse un rato, hacer balance de lo andado y planes sobre lo que nos
queda por andar. De modo que aquí estoy: parado en la piedra de las cien
entradas, pensando en cosas que no me habían llamado la atención, que hasta
hace muy poco quedaban lejos de mis preocupaciones, y dándole vueltas a lo
que hablamos el domingo pasado.
Les dije el domingo que yo estoy familiarizado con la prosa utilitaria, pero que a la
literatura solo me he asomado como lector no demasiado exquisito. Por lo tanto, nunca me había hecho preguntas sobre asuntos que —ahora lo sé— traen de
cabeza a los especialistas. Por ejemplo:
¿Por qué
escribo? Jamás lo había pensado, esa es la verdad. Llevo
un cuaderno en el que apunto —por entretenerme y para leerlo luego: lo mismo
que se hacen fotos— cosas de las conversaciones con
don Juan o de lo que venga al pelo. Nadie ha leído los cuadernos; a un amigo se lo comenté, y él tiene la culpa del blog. No me arrepiento: en este año he
notado que hay considerables diferencias entre escribir para uno mismo, a mano, en el
cuaderno de muelle, y escribir algo que otros pueden leer; esto último supone
un reto, requiere aplicación, lleva tiempo… pero es como jugar: hay tensión e incertidumbre, apasiona. Así que podría decir que escribo como muchos se dan a la petanca, al
bricolaje o a las cartas. Ahora bien, está el riesgo de enviciarse. Este
año he cumplido escrupulosamente: todos los jueves a las siete de la mañana, y
todos los domingos a las 23:58. De aquí en adelante me lo tomaré con calma,
sin compromiso de puntualidad, sin ‘Lecturas’ los jueves: cuando salga
escribiré de lo que salga.
¿Para quién
escribo? Para los almagreños en primer lugar, indudablemente, porque la mayoría
de los temas tienen que ver con Almagro. Pero agradezco muchísimo las demás visitas, y la fidelidad de los seguidores de Alemania, Francia, Reino
Unido, Portugal, México… También, claro está, la de los cuarentaitantos
almagreños que entran aquí dos veces a la semana. ¿Por qué lo harán?
¿Para qué
escribo? Desde luego, no para cambiar la opinión ni los comportamientos de
nadie; no para alcanzar notoriedad —en estos meses me he dado perfecta cuenta
de qué temas gustan, no he caído en
la tentación de agotarlos—: para entender yo mismo ciertas cosas, ordenarlas,
digerirlas. Y para fijarme en asuntos de los que normalmente no se habla en
Almagro. Si se hablara de ellos, quizá este blog no existiría.
¿Cómo
escribo? Casi siempre de buen humor; bastantes veces con ironía. Y, dentro de
la ironía, caben tres poses que he
usado mucho: la solemnidad, la pedantería y la exageración. Yo quiero creer que
cualquier lector avezado las habrá visto. Si no las ha visto, que no se culpe:
será mi torpeza. También, con respeto a todas las personas; pero no con
respeto a todas las ideas.
¿Por qué me
oculto? En realidad, no me oculto: la prueba es que nadie ha reparado en mí. Yo
he pretendido ser como el espejo que refleja lo que dice don Juan —destilando
la libérrima palabra oral en letras de molde—. Si lo he hecho bien, ese es mi
mérito; no quiero otro; y, menos que ninguno, el de la popularidad. En cuanto a don Juan, de él lo saben todo; aunque no
lo sepan, está curado de espanto; es decir, quiere que sus opiniones se
defiendan solas, que no estén tuteladas por ninguna autoridad. ¿No se
aspira a eso hoy?
¿Y qué más?
Que es un placer superar las 700 palabras de cada entrada. Y otro más grande durar un año.
¿El futuro?
Mientras don Juan viva y venga, aquí estaremos. Pero ustedes no se sientan
obligados a nada: lean tan solo cuando les apetezca. Y, si les gusta,
convídennos a unos vinos.
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