Don Juan trae un buen resfriado, pero acude.
—Hombre de Dios, ¿por qué no ha aguantado en la cama?
—Hay obligaciones ineludibles salvo causa de fuerza mayor.
—No se ponga leguleyo —le reprocha quien lo conoce bien—: tendrá algo importante que comentar.
—La comparecencia de Iglesias en el Senado —ironiza el cínico.
—La comparecencia de Iglesias admite escasas observaciones: el lenguaje ridículamente formulario o los errores en el recitado del Don Mendo.
—Entonó un mea culpa.
—No. La culpa se la cargó al Iglesias viejo, al que fue hace años, con quien no comparte ya según qué cosas.
—Se habrá caído del caballo: será hombre nuevo.
—¿Quién se ha caído del caballo? —pregunta el despistado.
—Iglesias.
—¿Practica a la equitación? ¿Tiene caballos en la casa rural?
—No sabemos. Solo sabemos que es un renacido.
—¿Renato? ¡Como don Mendo!
Don Mendo renació, efectivamente, y se convirtió en juglar, lo cual acaso diera para inferir similitudes más o menos pertinentes entre el uno y el otro; don Juan, sin embargo, tira del ramal de la conversación:
—Conocemos más cosas de las Calatravas —deja caer.
La mayoría se sorprende, unos pocos asienten con cara de estar en el secreto.
—¿Cuáles?
—Se ha divulgado el texto completo de la inmatriculación. El edificio se registró a nombre del obispado de Ciudad Real el 23 de julio de 1975.
El despistado vuelve:
—¿Qué es la inmatriculación?
—La palabra —un tecnicismo cuyo alcance exacto nosotros, legos, no osaremos precisar— se refiere, en resumidas cuentas, a la primera inscripción en el Registro de la Propiedad de un bien que antes nunca había estado registrado.
—¿Un bien sin dueño?
—No: un bien que pertenece a quien lo pone a su nombre, pero que, por las razones que fueran, nunca se había inscrito en el Registro.
—Entonces, habrá que demostrar claramente que es de quien pretende registrarlo: el registrador no va a creerse así como así lo que le diga el primero que llegue.
—Naturalmente. La inmatriculación es un asunto complejo.
—Y ¿qué dijo el obispo para que el registrador lo creyese?
—El obispo certificó que era dueño del monasterio de las Calatravas desde tiempo inmemorial: la iglesia puede hacer esas cosas.
—¿Dónde está el misterio, pues?
—En lo de tiempo inmemorial. Nosotros ignoramos el significado que dan a tiempo inmemorial obispos y registradores; para la gente común significa un tiempo muy remoto del que no hay memoria ni en documentos ni en testigos.
—¿No es así en este caso?
—No. El monasterio pasó a manos de obispado de Ciudad Real, con muchas limitaciones, por Real Orden del 17 de febrero de 1903. Hasta esa fecha el obispado no había tenido nada que ver con él nunca jamás.
—Al obispo podía fallarle la memoria —sugiere el cínico—: quizá creyera en 1975 que 1903 era ya tiempo inmemorial
—El, sí; sus archivos, no. Y en Almagro quedaba vivo el recuerdo de cuando se instalaron los dominicos en la Navidad de 1903, y de cuando se consagró la iglesia en febrero de 1905.
El conservador acude en auxilio del prelado:
—Hubo que inmatricular el edificio en 1975 porque las hordas rojas quemaron el Registro de la Propiedad en 1936.
—Eso dicen algunos —de buena fe o pro domo sua—, pero yerran. Durante los desmanes que ocurrieron a partir del 18 de julio de 1936, las hordas rojas, como usted las llama —acaso con razón—, quemaron el Registro: lo sabe todo el mundo; pero, si para entonces el exconvento de Calatrava estaba registrado a nombre del obispado, ¿por qué no se volvió a inscribir inmediatamente después de acabada la Guerra haciendo referencia al incendio?, ¿por qué se aguardó a 1975?, ¿por qué no se mentó la Real Orden de 1903?
—Responda usted.
—A lo primero, porque obviamente nunca había estado registrado a nombre del obispo; a lo segundo, porque la Real Orden no le daba al obispo la plena propiedad: le imponía condiciones derivadas del Convenio-Ley de 1860.
—Otros obispos también han inmatriculado bienes a su nombre.
—Será con mejores títulos. La misma mezquita de Córdoba, que tanto ruido hace, ha sido usada libremente por el obispo desde el siglo XIII. En cambio, esto es de ayer tarde.
—Desde que nosotros tenemos memoria, nadie ha discutido que el monasterio fuera de la iglesia, don Juan.
—Los malpensados dirían que eso obedece a un plan consciente de ocultación y desinformación: de los documentos, sobre todo del de inmatriculación, no se ha hablado nunca.
—¿Qué cabe hacer?
—El Gobierno, que fue quien se lo cedió al obispado en 1903, sabrá. Mientras, pedirle al obispo que se ocupe del edificio, que lo mantenga dignamente si quiere convencernos de que le pertenece y le tiene algún apego: por si hay juicio de Salomón...
—El Gobierno, que fue quien se lo cedió al obispado en 1903, sabrá. Mientras, pedirle al obispo que se ocupe del edificio, que lo mantenga dignamente si quiere convencernos de que le pertenece y le tiene algún apego: por si hay juicio de Salomón...
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