Hacía algunas semanas que no veníamos por la plaza. Cuando la abordamos esta tarde desde la calle de la Feria don Juan repara de inmediato en la ausencia de toldos, de sillas y mesas apiladas, en que el lado de la umbría se halla completamente despejado de los cachivaches que con frecuencia convertían la plaza en un revoltijo de trastos. Se hace de nuevas:
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Una epidemia de civismo en los hosteleros?
—Aún no, don Juan: un cambio en la ordenanza.
—¿No ha habido tumultos ni motines?
—Tampoco.
—Me alegro.
—¿Por qué lo pregunta?
—Los espacios públicos, —las plazas en particular, cuando están vivas— suelen ser lugares de confrontación y conflicto; unas veces los conflictos son endógenos; otras, conflictos originados afuera vienen a hacerse visibles, a manifestarse en ellas: así ha sido siempre y así será.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que en la plaza de Almagro —que todavía está viva, o sea, que no es mera atracción para turistas, aunque vaya camino de serlo— confluyen múltiples intereses: económicos, de ocio y convivencia, ideológicos, estéticos, de exhibición de poder o posición social… No será fácil armonizarlos sin roces.
—Alguien debería probar.
—Las autoridades, desde luego; pero las autoridades, y más si se acercan elecciones, procuran no meterse en avisperos de los que puedan salir perjudicadas.
—A veces lo hacen.
—Por fortuna. En los últimos días hemos visto dos casos: el de Madrid y este de Almagro.
—Hombre, no compare…
—Salvo por las dimensiones, son de naturaleza idéntica: el propósito de llevar algo de sensatez al uso de los espacios públicos sabiendo que nadie quedará por completo satisfecho, pero que el interés general saldrá ganando. Y en ambos resulta sorprendente la reacción ciudadana: comprensiva, expectante y moderada. ¿Se acuerdan ustedes de la manifestación del jueves 1 de julio de 2004, cateta y vergonzosa? ¿Se acuerdan de cuando se prohibió fumar en ciertos espacios públicos?
—Era por razones de salud.
—De convivencia también. La mayoría de los fumadores lo aceptaron muy cívicamente: hoy nadie concebiría la vuelta a aquellas atmósferas nocivas y asquerosas. Las profecías apocalípticas y las reacciones desmesuradas de los fundamentalistas cerriles —valga el pleonasmo— se deslieron como azucarillos en agua.
—Pues aquí ha habido protestas.
—Que han durado poco. Por lo que he podido observar, las protestas han venido de cuatro grupos de personas: los residentes, los hosteleros, los políticos de la oposición y los estetas.
—Qué opina de cada caso.
—De todos, los residentes son quienes merecen mayor respeto y cuidado: no solo habrán de cambiar pequeñas rutinas, sino que quizá se vean perjudicados seriamente en algunos de los requerimientos importantes de la vida cotidiana. Como lo peor que le podría pasar a la plaza es que se quedara sin almagreños y fuera invadida por la plaga de alojamientos turísticos, conviene prestar detenida atención a las demandas de los residentes, ver cómo va evolucionando la situación y modular cuanto sea preciso para que no sucumban a la tentación de huir. Naturalmente, lo dicho de los residentes vale para los pocos establecimientos que aún prestan servicio a quienes viven en Almagro.
—¿Los hosteleros?
—Los hosteleros son de naturaleza egoísta, plañidera, conservadora, poltrona y rutinaria. Las reticencias que hayan podido albergar se les pasarán enseguida: en cuanto vean que entre todos les seguimos trayendo clientes a mansalva para que los ordeñen muy cómodamente.
—¿Los políticos?
—Me choca la reacción de la mayoría: extraordinariamente cauta.
—Normal —interviene el cínico—: no querrán perder un solo voto ni por exceso ni por defecto.
—Esperaba, al menos, la crítica por falta de perfección.
—¿Qué es eso?
—La regla número uno de la oposición demagógica y ventajista: si el gobierno hace algo que no se puede criticar frontalmente, se le echa en cara que no haya alcanzado la perfección.
—Eso es pueril, don Juan.
—Pero común y sorprendentemente eficaz. Le pongo un ejemplo: si en su casa gotea un grifo o se rompe un cristal no se muda usted a otra: arregla el grifo o cambia el cristal.
—Claro.
—Pues en política parece que no es así: o todo está completamente bien o todo está completamente mal, no hay vicios pequeños. Cuando dentro de unos días celebremos la Constitución podrá comprobarlo: nadie discute que haya sido buena para los españoles; quienes la descalifican lo hacen porque no ha sido perfecta: no nos ha conducido al paraíso. Una lástima.
—¿Y los estetas?
—A los pobres les gustaría que la plaza fuera un museo donde no tuvieran cabida las miserias del mundo: una pieza aséptica, silenciosa, vacía, en cuya contemplación se pudieran deleitar perennemente. O sea, el cielo. Lo malo es que el cielo viene tras la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario