domingo, 22 de abril de 2018

Día del Libro (y de la infamia)

Qué inútil hacer previsiones. Esperaba yo una tarde plácida y culta hablando del Día del Libro; me doy cuenta enseguida de que la conversación discurrirá por cauces menos sosegados: puede que se desmadre en agitadas torrenteras que acaso produzcan daños o desentierren olvidados cadáveres. Nada más sentarnos, sin dejar que se aposen las menudencias del saludo, alguien pregunta:
—Don Juan, ¿qué le parece lo de ETA?
—Nada.
—¿Nada?
—Para la sociedad española ETA lleva muerta y enterrada muchos años. La pantomima que representarán dentro de unos días carece de importancia. Pero me preocupan tres cosas: que la prensa sí le esté dando importancia, de modo que un hecho banal y ridículo…
—La prensa es miope, don Juan: ve bien de cerca; de lejos, ni gota —apunta el escéptico.
—Lleva usted razón: no insistiremos. La segunda cosa es que, por disolverse y pedir perdón de forma más o menos sincera, ETA —el conglomerado progresivamente difuso de patriotas vascos— se gane las simpatías de la gente como si nos estuviera haciendo un favor, y de la derrota militar pase a la victoria sentimental e ideológica; es decir, que se imponga en el País Vasco —y en ciertos españoles buenos: UGT y Comisiones, por ejemplo— la vía catalana, mucho más sutil, ya que la brutalidad cruda ha fracasado. Los mismos objetivos con distintos métodos: se aprecian síntomas.
—¿Cuáles?
—Los señores obispos vascos, sin ir más lejos. Ellos, los buenos por antonomasia, son clara señal de la que se avecina.
—A los obispos nadie les hace caso —dice un ingenuo.
—Ojalá fuera cierto; por desgracia, no lo es. La actitud de la jerarquía católica —y de muchos feligreses rasos— respecto al terrorismo ha sido calculadamente ambigua. El comunicado de anteayer, melifluo y equívoco, indica que vuelve la burra al trigo: pedirán reconciliación, pero querrán decir excarcelación y supremacía.
Nos quedamos pensando. Uno al que el País Vasco y Cataluña le pillan lejos nos devuelve a la tierra:
—Del aeropuerto sí nos dirá algo.
—El aeropuerto, aunque cansa, colea todavía. Una nube de ineptos, de aprovechados, de crédulos, de catetos, de prudentes se abatió sobre nosotros: los efectos de la granizada persisten. Qué hartura.
—Identifíquelos.
—Ineptos, sobre todo los políticos, a los que engañaron brillos de oropel, y los que pusieron el dinero —nuestro dinero: aún lo estamos pagando—: ¿se acuerdan de alguno? Yo sí.
—Era un aeropuerto privado: el primer aeropuerto privado de España, decían.
—Ahora hablaremos de los crédulos: inclúyase usted. Inepta, la prensa, por cuyo papel en este asunto debería pedirnos perdón con el mismo dolor de los pecados que ETA: ¿se acuerdan de periodistas, periódicos, radios entusiastas? Yo sí. Aprovechados, los promotores e inversores que sin poner ni un euro propio promovieron e invirtieron el dinero del ciudadano de a pie; ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. Aprovechados, los que se beneficiaron de conexiones turbias para ocupar puestos de relumbrón excelentemente remunerados: ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. Aprovechados, los políticos que salieron en todas las fotos y se escabulleron en cuanto vinieron mal dadas: ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. Crédulos, los concejales y alcaldes de los pueblos, que vieron maná donde había farfolla; ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. Catetos, los que acudieron en procesión a ver el milagro y se embobaron con cierta cabalgata de Reyes; ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. Prudentes, los que sabían que aquella era una idea insensata que no podía acabar bien y se callaron; ¿se acuerdan de alguno? Yo sí. En fin: una tristeza perdurable, porque quedan ineptos y aprovechados; ¿conocen a alguno? Yo sí.
—Hombre, don Juan, habría quien se portara bien.
—Que recuerde, tan solo los ecologistas —así los llamaban despectivamente. Los pobres recibieron palos abundantes, pero salvaron la dignidad de los demás: yo se lo agradezco.
—¿Qué se podría hacer?
—Se me ocurren dos maneras de terminar esto sin avergonzarnos: una, dinamitar el engendro, llevarse lejos los escombros, dejar que allí críen en paz las avutardas; la otra, cubrirlo de cemento igual que Chernobil —pues es un Chernobil extremadamente tóxico y declararlo Monumento Nacional a la Estupidez y la Codicia y Memorial de los Ominosos Tiempos en que nos Creímos Ricos. No vendría mal incorporarle una lista de estúpidos y codiciosos: sería larga.
—¿No hablamos de libros?
—El otro día estuvo por aquí don Juan Manuel. Lean ustedes el exemplo XXXII del Conde Lucanor.
—¿De qué va?
De lo que contesçio a un rey con los burladores que fizieron el paño. No olviden que nosotros éramos el rey y que no tuvimos ningún negro para advertirnos que andábamos desnudos. A los burladores pónganles el nombre que mejor les cuadre.

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