Desde que nos recuerdo en la tertulia el rojo siempre llama
Puente de la República al fin de semana de mediados de abril. Hay quien todavía
se solivianta —pero acepta de buen grado que nos convide— y quien participa encantado. Al rojo le da hoy por la historia virtual:
—Si la República hubiera corrido mejor suerte, por estas
fechas habría un puente largo. Los españoles celebrarían la fiesta en la playa
o en la feria de Sevilla, y las autoridades —banda tricolor terciada—
presidirían desfiles y echarían discursos. ¿No es preferible la fiesta nacional
en primavera que en diciembre?
El culto precisa:
—La Fiesta Nacional se celebra el 12 de octubre; con la República lo celebraríamos también; en diciembre, igual que ahora,
celebraríamos el Día de la Constitución, aunque no el 6: el 9.
El escéptico baja los humos:
—Quienes denuestan el régimen del 78 denostarían el régimen
del 31: clamarían por la Tercera o Cuarta República; nosotros estaríamos aquí bebiendo y denostando el máster de Cifuentes… Y las tres fiestas quedarían demasiado cerca
de otras religiosas —la Semana Santa, el Pilar, la Inmaculada— como para
sobresalir.
El rojo no se rinde:
—Con la República la religión —un asunto privado— se estaría
en las iglesias; la educación sería una cosa seria. De modo que nadie sacaría
títulos fraudulentos, y por estas fechas —se corrige— no habría un puente
largo, sino las vacaciones escolares de la República o de la Primavera, en vez
de las vacaciones de Semana Santa.
—¿No saldrían las procesiones? —pregunta sonriente el
católico.
—Habiendo obtenido la autorización correspondiente, es
posible, porque el artículo 27 de la Constitución las seguiría permitiendo;
pero es más probable que a estas alturas, pasados casi noventa años, de las
procesiones no se acordara nadie.
—La religión es el alma del pueblo: dijera lo que dijera
Azaña, los españoles perseveraríamos firmes en la fe.
Primero el rojo se aplica al sarcasmo; luego al matiz; por
último, a la exageración y el Macallan:
—¡Tal que ahora! Además, Azaña no habló de los españoles:
habló de España, o sea, de las instituciones. Y en nuestros días asombra la llamativa paradoja de que los españoles hayan dejado de ser católicos mientras ciertos ministros y ministerios aún lo son al modo tridentino.
Don Juan entra en la conversación prudente y apaciguador:
—Desde luego, la democracia española actual no es peor que
la republicana, si estuviera vigente.
—¿Cómo lo sabe?
—Porque no es peor que las democracias europeas
contemporáneas. Ahora bien, acaso la educación —la “instrucción pública”, que
se decía entonces de forma modesta y práctica— se apreciara, acaso los
españoles fuéramos más cultos, acaso tuviéramos universidades prestigiosas… Por
supuesto, la influencia de la iglesia sería poca, no habría centros
concertados, el Tribunal de Garantías Constitucionales nunca se hubiera
revolcado en el ridículo teniendo que decidir sobre la segregación de sexos en las
escuelas…
—Luego la democracia sería mejor.
—Otros defectos tendría, y bastantes de los problemas que
tenemos. De todas formas, en la vida de las personas como en la de los pueblos,
no hay que perder mucho tiempo fantaseando melancólicamente sobre lo que pudo
haber sido y no fue. Bastaría con que esta democracia del 78 reconociera como
suya a la del 31: no sería locura ni extravagancia festejar oficialmente el 14
de abril, porque fue el día más luminoso, alegre y esperanzado de la historia
española.
—Hasta que se torció.
—Se torció la República como sistema político, no como
ilusión y anhelo de libertad, paz, igualdad, justicia, cultura… Mírenos
celebrándola.
—Una ilusión ilusa —se burla el conservador.
—Una ilusión alta y noble de cualquiera que aspire a la
felicidad propia y ajena: las ilusiones no se cumplen nunca del todo, pero
orientan la vida, le dan sentido.
—La República acabó en un baño de sangre.
—La República fue liquidada mediante un baño de sangre. Sin
embargo, es cierto que la República democrática, liberal, reformista e
integradora tuvo pocos entusiastas: la sensatez no despierta entusiasmos.
Acabaron siendo mayoría los extremistas, que sí entusiasman.
—Entonces ¿celebramos el 14 de abril y olvidamos lo que hubo
después?
—No. Lo que hubo después lo explicamos: convendría
establecer y explicar ciertas “fechas de la memoria” de las que pudiéramos
aprender algo; convendría enterrar dignamente a los que yacen indignamente esturreados; convendría honrar a todos los que murieron o penaron por sus ideas, y abominar
de quienes los mataron o les hicieron penar por sus ideas... Pero esa es otra
historia: hoy limitémonos a festejar el limpio júbilo del 14 de abril.
Y brindamos. Brinden ustedes con nosotros, amigos lectores: están invitados.
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