Ayer la organización del Festival exhibió unas
muestras de la cocina del Quijote en el patio —claustro le dicen, a
saber por qué— del Museo Nacional del Teatro; luego convidó a migas a todo el
que quiso acercarse. Don Juan lo lee hoy en el periódico; se acuerda de Quevedo:
—Quevedo, uno de los españoles con más mala uva de la
historia y un talento enorme desperdiciado en ruindades y baratijas, dio la
receta para ser culto en veinticuatro horas; tan eficaz, a su juicio, que ya
toda Castilla / con sola esta cartilla / se abrasa de poetas babilones /
escribiendo sonetos confusiones; / y en la Mancha pastores y gañanes, /
atestadas de ajos las barrigas, / hacen ya Soledades como migas.
Naturalmente, la intención de Quevedo era ridiculizar a Góngora —que había muerto: hay que ser borde— y a sus secuaces —los poetas babilones que escriben sonetos
confusiones: brillantes sintagmas—; el resto le traía sin cuidado, pero
nosotros podemos preguntarnos para qué iban a querer producir Soledades los
pastores y gañanes manchegos.
—¿Para qué?
—Para nada, claro.
—Entonces, ¿por qué nos lo cuenta?
—Porque acaso los del Festival hayan visto alguna relación
entre migas y cultura, y pensado que, si le dan migas al pueblo, quizá
lo arrastren a las Soledades.
—Don Juan, habla usted en jerigonza, parece un poeta babilón
—dice alguien.
Don Juan sonríe complacido: le gusta que vayamos
aprendiendo. Prosigue:
—Estos días he oído muchas veces que el Festival es un
acontecimiento —evento, sueltan algunos— cultural de primer orden.
No lo dudo; ahora bien: ¿están ustedes seguros de que para los almagreños lo
es?
Quedamos perplejos. Don Juan repite la pregunta:
—¿Ven los almagreños en el Festival una cosa relacionada con
la cultura?
—Habrá de todo —supone el prudente.
—Habrá de todo, desde luego. Pero tal vez en la organización
del Festival cuenten con datos más precisos; a lo mejor han hecho estudios para
conocer la actitud de los almagreños respecto al festival, y algo no les
cuadra.
—¿Qué supone usted?
—Yo solo puedo hacer sociología de casino sin validez
científica: no soy de aquí, vengo de higos a brevas, no conozco la idiosincrasia almagreña, hablo con
poca gente, me muevo en contados sitios… Lo que yo les diga carece de
importancia.
—Díganoslo de todas formas.
—Supongo que una buena parte de los almagreños, y Almagro mismo,
constituyen simplemente el marco incomparable del Festival, el
escenario, magnífico y pasivo, de la representación; para un número
considerable y cada vez mayor, el Festival es parte de una industria —formal o
informal— que en julio hace el agosto; habrá quienes lo miren como una fiesta:
aglomeración de gente y de ofertas de diversión a la que hay, por lo menos, que
asomarse; no pocos abominarán de los ruidos y otras molestias; bastantes, sobre
todo en las periferias geográficas, sociales o de edad, casi no se enterarán de
lo que pasa; no faltarán quienes sientan, con variable nivel de irritación, que
los beneficios del Festival siempre paran en los mismos bolsillos, o sea, que
siempre seleccionan al hijo de la vecina para trabajar en lo que sea y “al mío
no le toca nunca”; una minoría —¿inmensa? y libre de prosaicas
preocupaciones— se interesará por lo estrictamente teatral y sus agregados
culturales; otra minoría no despreciable se entregará a la ostentación y a los
cotilleos faranduleros; ciertos tiquismiquis con ínfulas de hidalgos percibirán
como una afrenta al sacrosanto honor almagreño cualquier nimiedad que les
disguste…
Hace una pausa; toma un trago del jerez; cierra:
—Y hasta podría ocurrir que sectores más o menos amplios de
la población pensaran que esto de la cultura en general —no digamos la
alta cultura— es un entretenimiento tonto, superfluo, elitista, de gente
estirada, cursi y pedante, que no vale para nada: una forma boba de tirar el
dinero.
—Pero están equivocados…
—¿Y qué? En los tiempos que corren ningún responsable
público, ninguna institución, quiere que lo tachen de elitista: lo que se lleva
es ser popular y participativo. Participativo es la palabra de moda:
fíjense y verán.
—Es bueno que la gente participe, don Juan.
—O no: según… cada uno sabrá lo que hace. A mí no me gusta
que me empujen a participar: ya veré yo lo que me conviene. Pero los del
Festival parece que sí quieren ser populares y participativos: por eso van a
los barrios, invitan a gentes desfavorecidas, hacen actividades con
niños, las sacan a la calle… o reparten migas en el Caballo. ¿Será
eficaz, es decir, hará eso que los almagreños se arrimen a la cultura?
¿O se quedará en mera operación de márquetin: aplebeyamiento populista que los
vacune contra cualquier tentación de elitismo?
Y ahí deja la pregunta: yo no sabría contestarla.
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