Estuvimos en la plaza de Santo Domingo viendo Eco y Narciso, comedia muy digna, con
una tercera jornada emocionante, cuya representación no le gustó a don Juan.
—Los versos suenan a carraca tartajosa. No sé si
Calderón merece este maltrato.
Por la calle de Bernardas —todavía preciosa— fuimos a Mayor de Carnicerías, y de ahí a la plaza a ver si tomábamos
unas copas. A don Juan Mayor de Carnicerías le pilla a trasmano; no suele pasar por
ella. Anoche le llamó la atención una casa frente al pósito, envuelta concienzudamente
en plásticos como si Christo hubiera andado por Almagro y dejado aquí huella de
su ingenio. Mientras los demás caminábamos resueltos al abrevadero, él se quedó
atrás, la estuvo mirando despacio, apartó una valla, levantó el plástico, metió
la cabeza sin miedo a que los viandantes lo tuvieran por lo que no es… y al
cabo de un ratillo regresó al centro de la calle, se sacudió la ropa, volvió a
mirar la casa y se nos unió a paso ligero; en la tertulia estamos acostumbrados
a estas rarezas de don Juan: nadie se extrañó ni él hizo comentario ninguno.
Esta tarde, de sopetón, don Juan pregunta:
—¿Sabrán los jóvenes quién fue Castilla del Pino? ¿Se
acuerdan ustedes?
Hago memoria: por lo que a mí respecta, vagamente. Don Juan
no espera contestación; sigue:
—Carlos Castilla del Pino fue uno de tantos intelectuales de
primer nivel sobre los cuales apenas muertos se amontona el polvo del olvido. Esta semana tres cosas me lo han recordado.
—¿Qué ha ocurrido, don Juan?
—Nada extraordinario. Que el otro día en los sesenta años de
Primer Acto se habló de Triunfo: Castilla del Pino escribía en Triunfo a
menudo; que alguien —no recuerdo dónde ni quién— ha rescatado hace poco un artículo
suyo en la revista que tuvo cierta repercusión; y que he estado leyendo el Examen de ingenios de Caballero Bonald y
la semblanza tan aguda que le dedica. Ya ven: un recuerdo que se salva por
casualidad. Además, me he dado el gusto de volver a las memorias de Castilla y he
leído de nuevo el artículo de Triunfo: nos viene al pelo.
—¿Qué dice el artículo? ¿Por qué nos viene al pelo?
—El artículo se llama “Apresúrese a ver Córdoba”; se
publicó el 20 de enero de 1973; nos viene al pelo porque habla de la pérdida
del patrimonio y el diagnóstico que hace le cuadra perfectamente a este pueblo
de ustedes.
—Resúmanoslo, haga el favor.
—Dice Castilla que, porque España no tuvo revolución
industrial, conserva más patrimonio histórico construido que otros países donde
sí la hubo; añade que esta suerte derivada de una anomalía histórica debería
aprovecharse con inteligencia y sensatez; pero teme que ello no sea posible
debido a la incuria y al egoísmo de quienes lo tienen en sus manos: esas gentes
que de boquilla ensalzan los valores patrios y se emocionan con el glorioso pasado mientras en realidad
están más pendientes del bolsillo que de otra cosa. Por eso invita a visitar
Córdoba cuanto antes si usted, querido
lector, pretende tener idea de lo que Córdoba era, porque de algo de lo que
fuera puede no quedar huella alguna cuando venga o, por el contrario, puede
hallarlo todavía, pero bajo la forma de esperpento.
—Una exageración —proclama el optimista—: Córdoba está
hermosísima.
—Córdoba está hermosísima, sí. Ahora bien, eso no le resta
fortaleza a la argumentación de Castilla. En primer lugar, porque podría
estarlo más; en segundo lugar, porque quizá esté hermosísima para los turistas
y menos para los residentes; es decir, es posible que Córdoba haya convertido
su patrimonio en mero adorno con que deslumbrar a los de afuera, mientras que
ha destruido —forma extrema de alienación, dice Castilla— todo cuanto le había
venido otorgando identidad. Miren Ciudad Real. La alcaldesa sin sonrojarse presume
de riquísimo patrimonio. Tal vez lo conserve, aunque en forma de esperpento:
media docena de edificios notables huérfanos del contexto que les dio sentido.
—Pero ni Córdoba ni Almagro han llegado a tanto.
—Tenga paciencia, que todo se andará. Para ver lo que se ha
perdido y lo que pervive en forma de esperpento basta un breve paseo. Un día lo
haremos. Mientras tanto, en la calle Mayor de Carnicerías se está produciendo
otra baja irreversible. ¡Y los estetas,
preocupados por las sillas de la plaza!
—Hombre, don Juan, tendrán permiso.
—Los estetas no lo precisan; los otros tendrán permiso para rehabilitar, que es lo que pone en el
cartel; si lo tuvieran para demoler, no se esconderían tanto.
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