Ayer echamos la mañana a exposiciones. Don Juan es adicto; ahora bien, no siempre sale satisfecho: qué se le va a
hacer.
Empezamos en el Centro de Recepción de Visitantes. Me cuesta
un rato ver la exposición, es decir, caer
en la cuenta de que allí han puesto algo para que lo veamos: en un
sitio donde hay tantas cosas que distraen, las fotos quedan pequeñas y los
textos apenas destacan en el blanco de las paredes; miope como soy, a cada
instante tengo que quitarme las gafas y pegar las narices a los letreros. De
modo que me desentiendo pronto; en la calle gozo de la exposición del mundo: turistas vestidos
de turistas, ancianos que charlan a la sombra de los árboles, niños sueltos, jóvenes mamás, una ceremonia
—con música y todo— en el monumento a la encajera. Sale don Juan; sin que le
pregunte, dice:
—Horcajada tiene cualidades y vocación de artista —de poeta
ya lo sabíamos, de fotógrafo nos enteramos ahora—, pero no sé si se toma las
cosas en serio.
—Usted lo elogia siempre.
—Elogios merecidos. Sin embargo, creo ver en él demasiada
satisfacción consigo mismo: quizá tan abundantes cualidades le veden el
esfuerzo de aprender. Aquí, por ejemplo, las fotos son mejores que los textos —él sabrá por qué los llama poéticas—:
descuidados, efectistas, con abundantes lapsus ortográficos y
tipográficos, y lamentables descensos al dialecto formulario de la televisión.
La siguiente estación es en la Universidad
Popular. Cuando llegamos la están preparando para una boda. Aun así, entra don
Juan al II Salón del Poema Ilustrado. Yo me quedo en el patio: la ingenuidad de
las bodas —ay, la osada proclamación pública de amor eterno— y la luz hiriente
de la mañana me interesan más.
—No se ha perdido usted nada —informa don Juan al cabo de diez minutos—. Aunque hay
poemas estimables, la mayoría no levanta de la trivialidad bienintencionada. Las ilustraciones otro tanto; y la presentación rebosa desaliño. Si quieren que esto
sobreviva han de esmerarse; de lo contrario degenerará en ejercicio escolar.
—¿Cómo se hace?
—Usando un harnero más exigente.
Mientras habla vamos paseando por las galerías; el aula del fondo
tiene la puerta abierta; nos asomamos. Allí hay otra exposición mucho más modesta: trabajos
finales de los alumnos. Don Juan la recorre despacio:
—El que sigue voluntariamente y con aplicación un curso —de lo que sea— nos da dos
lecciones morales. Una de modestia: reconoce que no sabe o que sabe menos de lo
que le gustaría; otra de diligencia: se esfuerza y persevera en el aprendizaje. Parece que estos van por buen camino. No estaría mal que
los del otro salón tomaran ejemplo.
Acabamos el paseo en San Agustín. La exposición de Almágora
sobre la plaza es sencilla y, si no rigurosa, eficaz: enseña muy didácticamente su evolución. Me gusta mucho: las fotos, ¡la maqueta!, alguna pintura, los vídeos
del Nodo… Don Juan hace que repare en la primera pieza, la vista de la plaza en 1610:
—¿Ha oído usted hablar del paisaje lingüístico?
—Yo no, don Juan.
—Otro día se lo explico. Por ahora le basta saber
que el grabado quizá represente con
toda exactitud cómo era y lo que había en la plaza al comienzo del siglo XVII: no lo sé; lo que sí sé es
que el paisaje lingüístico resulta
anacrónico: le falta un anuncio de Bodybell.
No lo entiendo; no me da tiempo a
preguntarle: él ya está atento a la última foto:
—Lo vivo es sucio y cambiante. Quizás algunos desearan una
plaza pulcra como pieza de museo, pero las piezas de museo, aunque sean bellísimas, están
muertas. Yo la prefiero viva, promiscua, sudorosa, estridente, plebeya…
—Ándese con ojo, don Juan, o se le echarán encima los cultos.
Don Juan sonríe. Salimos; la plaza bulle:
—Dentro de un orden, eso sí: el orden de la urbanidad, del
civismo, del respeto a las normas… y a los clientes —mira a los bares— que les
dan de comer.
Para compensar el viacrucis,
don Juan me convida a un vermú en el
Marqués:
—¿No hay demasiadas exposiciones, don Juan?
—Considere usted que no solo exhiben objetos; exhiben principalmente
vanidades. Y las vanidades son incontables como las arenas del mar, proliferantes y ávidas: más exposiciones tendría
que haber para saciarlas.
Luego bebemos sin prisa hablando del 15 de junio de 1977. Cómo pasa el tiempo.
Jesús Miguel Horcajada. “Rescoldos. Exposición fotográfica”.
Centro de Recepción de Visitantes. Almagro.
II Salón del Poema Ilustrado. Universidad Popular. Almagro.
“Plaza Mayor: 50 años de su última remodelación”. Iglesia de
San Agustín. Almagro.
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