Algunos lectores han preguntado qué quería decir don Juan el otro día con eso del paisaje
lingüístico y el anuncio de Bodybell. Venía dispuesto a trasladarle la
pregunta, pero los amigos toman la delantera: ellos también se han quedado en
ayunas. De modo que pongo atención:
—Sin meternos en profundidades, paisaje lingüístico es el conjunto de todas las manifestaciones
escritas de una lengua —o de unas lenguas— que podemos ver —y leer, si sabemos—
en un determinado espacio público: rótulos, carteles, anuncios, esquelas,
pintadas, avisos, bandos, publicidad… Hay estudiosos más estrictos que otros a
la hora de inventariar qué elementos forman parte del paisaje lingüístico y
cuáles, aun siendo mensajes escritos, no forman parte de él, pero es una
cuestión menor.
—¿A quién le interesa eso? ¿Para qué vale? —interrumpe el práctico.
Don Juan se atufa un poco ante esta clase de impertinencias; sabe,
sin embargo, que la ignorancia es muy atrevida: lo mira por encima de las gafas, sonríe —pensará en las palabras
de Nuestro Señor Jesucristo: Padre, perdónalos…—
y responde con calma:
—Les interesa a muchos y vale para muchos propósitos. A
nosotros, por ejemplo, una ojeada al paisaje
lingüístico de la plaza en 1610 nos basta para notar que el cuadro no es de 1610 sino del mes pasado.
—¿Por qué?
—Porque hay una tienda de esencias. Una tienda de esencias
en 1610 causaría la misma extrañeza que si hoy viéramos otra de fenómenos o de
apariencias… o de conceptos, accidentes, atributos, circunstancias: mercancías abstractas que solo un loco o
un guasón intentaría vender.
—Explíquese, por favor.
—Esencia era en 1610 un tecnicismo —de filósofos, teólogos, físicos— que significaba ‘el ser de la cosa’; es decir, ‘aquello que constituye la
naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas’. Y en la lengua
común se usaba la locución ser de esencia —Es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado,
dice un personaje del Quijote— para
indicar que algo es característico, propio, inseparable o imprescindible. Nada
más. Lo sabe cualquiera que haya leído a los clásicos.
La ingenuidad de don Juan es candorosa: tal vez suponga que cualquiera ha leído a los clásicos.
—¿No fabricaban y vendían esencias en 1610?
—Claro. Pero no les daban ese nombre. De ahí que esencia sea un anacronismo tan
grande como si hubieran puesto el anuncio de Bodybell: había perfumes y
cosméticos de muchas clases; no existían cadenas de perfumerías.
—Luego el grabado es una falsificación…
—Yo no digo tanto: digo únicamente que no es de la época de la que dice ser. En el mejor de los casos será una reconstrucción ideal de la plaza en 1610 que se ha grabado echándole ciertas dosis de
imaginación, algunos detalles bien conocidos y una completa ignorancia
de la historia de la lengua. Los del cine, en las películas de romanos, hacen
lo mismo —reconstruir idealmente el mundo de Roma—; pero procuran asesorarse
para lograr un mínimo de verosimilitud: que a los extras no se les vea el reloj de
pulsera. En nuestro grabado, esencias es un reloj de pulsera demasiado grande:
tapa cualquier asomo de verosimilitud.
—¿Y en el peor de los casos?
—En el peor, el grabado
es un anzuelo de pescar incautos. ¿Se acuerdan ustedes de las películas del
Oeste? A menudo aparecían buhoneros ofreciendo remedios milagrosos para la
calvicie. ¡Y lograban venderlos! En nuestros días aún quedan primos que caen en el timo de la
estampita: no les tengo lástima.
—¿Los de Almágora hacen de primos aquí?
—Los conocemos; debemos creer que no: habrán puesto el grabado como mera curiosidad.
—Podría ser una broma.
—Ojalá. Gastarles una broma a los crédulos no
estaría mal.
—¿Por qué no dicen nada los historiadores?
—Están en sus cosas, predican en sus púlpitos, tienen su prestigio: no van a caer tan bajo.
—Entonces, ¿por qué habla usted?
—Yo no soy historiador. Además estoy jubilado, soy viejo: puedo hacer
y decir lo que me dé la gana. Ahora bien, si me meto en este berenjenal es por dos razones:
porque ustedes han preguntado, y por respeto a la lengua. Imaginen que en el dibujo apareciera un automóvil: sería el hazmerreír; a continuación piensen que la tienda de esencias es un disparate tan grande o más: nadie se ha dado cuenta.
Saben ustedes que don Juan es persona tolerante. Pero se
enfada por nimiedades lingüísticas. A estas alturas ya no tiene remedio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario