Llego tarde a la tertulia. No hablan del Madrid, no hablan de Londres, no hablan de Goytisolo. Don Juan —cosa rara— habla de sí
mismo. Me siento sin saludar ni hacer ruido; pongo atención:
—Se puede decir que mi conciencia política y posición
ideológica quedaron fijadas para siempre hace cincuenta y cinco años por estas
mismas fechas. Estoy seguro, incluso, de que a primeros de junio de 1962 me
hice ciudadano consciente y adulto.
—¿Se cayó del caballo como san Pablo?
—No: empecé a oír emisoras de radio extranjeras en onda
corta: Radio París, la BBC, Radio Moscú, la Pirenaica, la Deutsche Welle, Radio
Hilversum y hasta Radio Tirana, emisora
nacional de la República Popular de Albania, que a todas horas nos
calentaba la cabeza con el camarada Enver
Hoxha y el revisionismo soviético.
—Abigarrada mezcla —se asombra el culto.
—Efectivamente. Aquí todas las radios, todos los periódicos aparecían
idénticos. Un observador poco atento hubiera pensado que solo era posible mirar
la realidad de una manera: la canónica, infalible y unánime que fluía del poder.
Oyendo radios tan distintas se entendía de sopetón que no, que siempre caben miradas
diferentes.
—¿Qué le llevó a las radios extranjeras?
—Menéndez Pidal. Don Ramón —que ya pasaba de los noventa años— era casi un dios para quienes nos iniciábamos en la
filología.
Pues bien, el 6 de mayo de 1962 él fue el primer firmante de una carta pública
dirigida, de catedrático a catedrático, a don Manuel Fraga Iribarne —luego se
quedó en Fraga— en la que resaltaba precisamente que la prensa y las radios
extranjeras hablaran de huelgas en España mientras las de aquí callaban. La curiosa elección del destinatario, la carta misma y la
polvareda que causó merecerían un rato: otro día.
—¿Dónde había huelgas?
—En la minería asturiana; se extendieron pronto a otros
sitios y alcanzaron una magnitud sin precedentes en el franquismo: el 4 de mayo
se decretó el estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa. La carta de
Menéndez Pidal, el decreto del 4 de mayo y las radios extranjeras me hicieron
comprender que España era una anomalía en Europa. Y enseguida vino el Contubernio de Múnich…
—¿Contubernio?
—Otros lo llamaron artificiosa
coyunda o turbias
promiscuidades. En realidad fue una cosa bastante inocente: aprovechando la
reunión del Movimiento Europeo que se iba a celebrar en Múnich los días 7 y 8
de junio, e invitados por él, se juntaron en la ciudad más de cien españoles
del exilio y de adentro; hablaron, acordaron y el día 6 firmaron
una resolución nada extremista: pedían elecciones,
partidos y sindicatos libres, derechos civiles, reconocimiento de la personalidad de las distintas comunidades
naturales… Lo normal en Europa y lo que dieciséis años después consagró la
Constitución.
—¿Entonces?
—El franquismo no podía soportarlo. Sobre todo le dolió la imagen —¡el contubernio!— de Gil
Robles y Rodolfo Llopis dándose la mano: significaba que, de espaldas al
franquismo, la Guerra había terminado, que era posible la convivencia en paz de
personas e ideologías muy diferentes siempre que se aceptara el juego
democrático; significaba también que el franquismo no tenía futuro.
—Pues sobrevivió todavía quince años.
—Ni Franco ni los franquistas eran bobos; fueron capaces de
modular el discurso y adaptarlo a las circunstancias; además, tenían la fuerza…
y el apoyo de muchísimos españoles: de unos entusiasta, de otros rutinario
porque en lo económico las cosas fueron muy bien durante los años sesenta.
—Algunos dicen que el franquismo sobrevive.
—Claro: como sobrevive en nosotros el niño que fuimos o como
sobrevive el comunismo en Rusia, el fascismo en Italia, o Pétain —bien visible—
en Francia: la historia no se borra. O sí: en la mano de los españoles de hoy
está borrar los feos residuos del franquismo que aún perduran; entre ellos el caudillismo, es decir, eso de confiar
ciegamente en un hombre providencial que todo lo sabe y para todo tiene remedios.
Por lo que veo últimamente el caudillismo
goza de muy buena salud.
—¿Qué pasó después?
—Que el 9 de junio se suspendió por dos años el artículo 14
del Fuero de los Españoles; se confinó a varios de los que estuvieron en Múnich
y se les impusieron cuantiosas multas. Hubo manifestaciones espontáneas y multitudinarias de apoyo a
Franco; cambió el gobierno; el ministro de la Gobernación pronunció un
interesante discurso en las Cortes explicando lo sucedido… llegó 1963, la
muerte de Grimáu, más huelgas, graves sevicias policiales, el Manifiesto de los 102…
—¿Y usted?
—Me convertí en demócrata radical, la
represión franquista me salpicó un poquillo… Ya se lo contaré.
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