domingo, 7 de mayo de 2017

El Cristo

Don Juan tiene un concepto deportivo de la discusión; acepta y se somete escrupulosamente a las normas de la dialéctica; respeta al rival: procura entenderlo; nunca desea hacer sangre. Don Juan evita a los tramposos, a los brutos, a los necios; no terquea, no pontifica, no habla de lo que ignora; rechaza las porfías arrabaleras en donde los argumentos son garrotazos y las palabras puñaladas… Don Juan no querría arrimarse al avispero del Cristo de los dominicos.
—Don Juan, la polémica está en la calle. Díganos algo.
A regañadientes, responde:
—De la polémica sé lo mismo que ustedes: que ojalá no se envenene. Del fondo del asunto, muy poco.
—¿Cuál es el fondo?
—La propiedad del Cristo. Resulta evidente que los dominicos no cuentan con documentos que se la adjudiquen: si dispusieran de ellos, ya los habrían enseñado. Pueden acreditar —eso sí, y solo eso la posesión continuada e indiscutida del Cristo los últimos sesenta y dos años. Almagro —signifique aquí la palabra lo que signifique— tampoco cuenta con documento ninguno; es más, bastantes almagreños se enteran ahora de que el Cristo existe: desde hace casi dos siglos apenas ha estado a la vista y no cabe argumentar que la imagen sea objeto de devoción especialmente arraigada…
—Quizá los historiadores nos alumbren: algo habrá escrito —supone un optimista.
—Que yo sepa, nadie se ha ocupado del Cristo, nadie lo ha estudiado. Tan solo Maldonado padre se refiere a él en dos ocasiones. En el libro Almagro, Cabeza de la Orden y Campo de Calatrava dice que pertenecía a las monjas franciscas; que estas, al abandonar el convento cuando la desamortización, se lo “entregaron” a la familia Aparicio; y que la familia “lo conservó en su casa del Arco de Valenzuela” hasta que se llevó al convento de los dominicos en 1955. En el programa de la feria de 1979 precisa que “un miembro de la familia y fraile dominico, el padre Ramón Fernández Aparicio, lo llevó a su convento de la Asunción Calatrava, donde recibe culto actualmente”; y añade que “esta verdadera historia” se la contó don Manuel Aparicio Huertas y que le dio “los detalles de todo ello por escrito”.
—Luego es de los dominicos…
—Habría que ver el escrito de don Manuel Aparicio; quizá Maldonado hijo lo conserve.
—Maldonado hijo contradice a su padre —nos ilustra un asiduo visitante de las redes sociales—. El otro día escribió en Facebook que el Cristo estuvo en el Arco de Valenzuela hasta la Guerra, que de allí fue retirado por la familia del padre Ramón Fernández —“nadie se opuso ni presentó título alguno de propiedad”—, que Ramón Fernández lo heredó legítimamente —recalca legítimamente— de sus padres y, como fraile, lo entregó a la orden, su legítima heredera.
—Mucho insiste en la legitimidad —observa el descreído.
Don Juan elude la observación:
—Ellos sabrán, pero en estas cosas me fío más del padre que del hijo, cuya versión, encima, es menos favorable a los frailes: “retirar” el Cristo de su sitio quizá estuviera justificado por la Guerra, pero no devolverlo al acabar…
—De la Guerra también habla Galán.
—Y no muy atinadamente. Galán saca a colación un asunto por completo extemporáneo —el de la iconoclasia roja durante la Guerra Civil— que, sin embargo, señala el terreno cenagoso en que acaso embarranque la cuestión: reyerta a navajazos entre católicos fervientes y ateos fervientes revestidos ambos de sus peores ropajes.
—¿Qué ropajes?
—Los de clericales y anticlericales, o sea, los de la adhesión irracional a posturas mutuamente excluyentes y con idéntica y recíproca voluntad de exterminio. Que se llegara hasta aquí era previsible, pero que fuera por culpa de un responsable político no me lo esperaba.
—Galán parece hombre impetuoso y de razonamientos nada sutiles.
—¿Qué gana sobrepasando al Partido Popular por la extrema derecha, echando sal en heridas abiertas todavía? Durante los primeros meses de la Guerra se destruyó abundante material religioso y se asesinó concienzudamente a numerosos católicos; ahora bien: ¿determinan tales salvajadas la propiedad del Cristo?
—No. Tampoco mentar a quienes reposan aún en las cunetas.
—Pues entonces Galán nos ha mostrado a las claras su verdadera posición política: después, que venga a pedir votos moderados.
—¿En qué parará esto, don Juan?
—A saber. La inmensa mayoría de los almagreños es gente sensata; los dominicos lo serán igualmente; no estorbarían unos gramos de mesura, delicadeza y generosidad. Pero si los ultras acuerdan embestirse…


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