domingo, 14 de mayo de 2017

'Ida y vuelta'

Don Juan deja en la mesa el último libro de Alfonso González-Calero. Mientras pide el café me atrevo a hojearlo: menos de cien páginas, toda la franciscana sencillez de la Biblioteca Añil, y —eso no lo esperaba— un manojo de poemas.
—Me lo ha hecho llegar el autor —dice don Juan—; bien que se lo agradezco. Yo tampoco sabía que fuera poeta.
—¿Qué le parece?
—Una sorpresa, una lección y un libro excelente.
—Concrete, don Juan.
—La sorpresa mayor es que, a estas alturas de la vida —la suya y la nuestra—, nos hayamos enterado de que Alfonso González-Calero es poeta, y de los buenos. Pero hay otras: por ejemplo, que firme el libro con los dos apellidos.
—Tiene madre Alfonso; todos la tenemos: ¿cuál es la sorpresa? —suelta alguien por lo bajo.
Don Juan se hace el sordo:
—Acaso la presencia del apellido materno —un García como hay tantos— sea el homenaje agradecido, pudoroso, a la persona que le inculcó las aficiones literarias: le preguntaremos.
—¿La lección?
—González-Calero es modesto: no habrá querido dar lecciones; sin embargo, en el libro hay una implícita que sirve para bastantes poetas: la poesía debe ser una actividad paciente y reflexiva. La inspiración ha de ir seguida del trabajo; el trabajo no siempre producirá de inmediato los frutos deseados: será preciso esperar, tachar, reescribir y, numerosas veces, desistir, o sea, romper lo escrito y tirarlo a la papelera. El buen poeta es buen lector de poesía; por lo tanto, leerá sus poemas como lee los ajenos; pero, si en la lectura de los demás le está permitida la indulgencia, en la lectura de lo propio no cabe ninguna. El poeta es —ojalá— antólogo de sí mismo: selecciona, desecha y nos muestra únicamente lo mejor. Así, González-Calero, que ya disfruta de la jubilación, publica ahora la cosecha escasa y sustanciosa de treinta años de labor poética: apenas sesenta poemas. 
—Hombre, don Juan, ¿hace falta llegar a viejo para publicar poesía?
—No: hace falta ser autocrítico.
—¿Por qué es un buen libro?
—Quedándonos en las meramente técnicas, por muchas razones. Una es consecuencia de la autocrítica: contiene poemas mejores y peores, pero ninguno malo. Otra: la estructura del libro y la disposición de los poemas está muy bien pensada y responde a criterios que conseguiríamos averiguar a poco que nos pusiéramos a ello, es decir, no se trata de una mera colección ni, como se ha dicho algo a la ligera, de un diario poético aunque casi todos los poemas estén datados. Tres: el sistema de puntuación y de mayúsculas no es caprichoso: tiene que ver con las intenciones expresivas, que cambian a lo largo del libro. Una más: tampoco son decorativos los epígrafes ni obedecen al exhibicionismo lector por más que se detecten muchas lecturas y ecos —de Ángel Crespo o Valente, por ejemplo— conscientes y selectos. Otra: los poemas rehúyen las modas dominantes en la poesía española de cada momento, y no encontramos rastro de los tópicos omnipresentes en la poesía manchega: mérito enorme que le agradezco como lector ahíto —ironiza don Juan—. ¿Quieren más?
—Diga.
—Esta de regalo: hay algún poema político y apenas se nota. En resumen: un libro importante —merecería estudio detenido—, entre los mejores que se han publicado últimamente en estas tierras. Y, desde luego, a partir de ahora cuenten a Alfonso González-Calero García en la nómina de los poetas y sitúenlo en la parte de arriba del escalafón.
—¿No le pone ningún pero?
—Pocos y de poca importancia: me chocan las distintas maneras de fechar, que superponga cursivas y comillas, y la tilde en Espriú...
Hace una pausa:
—El prólogo no está a la altura.
—¡Es de Corredor Matheos!
—Sí, pero pertenece a la especie de prólogos parafrásticos.
—¿Qué es eso?
—Un recurso —plaga, en realidad— muy usado y cómodo para salir del paso: no se estudia el libro ni se explica ni se aclara, tal vez se lea a la ligera; se entresacan algunos versos y se traducen en prosa ampulosamente: cualquier alumno de la ESO espabilado llegaría a lo mismo.
—¿Algo más?
—Una anécdota. Amazon ilustra nuestro libro con la foto de otro Ida y vuelta: el del falangista Antonio José Hernández Navarro, que cuenta sus andanzas en la División Azul. Hernández Navarro —algún viejo se acordará— fue de los pocos procuradores en Cortes que votó contra la Ley para la Reforma Política. Del tal libro hay edición reciente —en Actas: dónde mejor— a cargo de Carlos Caballero Jurado, comprovinciano de ustedes bien conocido en determinado círculo. No sé yo si es buena compañía.


(Alfonso González-Calero García. Ida y vuelta (Poemas 1985-2015). Almud, Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2017. Quince euros)

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