Don Juan deja en la mesa el último libro de Alfonso
González-Calero. Mientras pide el café me atrevo a hojearlo: menos de
cien páginas, toda la franciscana sencillez de la Biblioteca Añil, y —eso no lo
esperaba— un manojo de poemas.
—Me lo ha hecho llegar el autor —dice don Juan—; bien que se
lo agradezco. Yo tampoco sabía que fuera poeta.
—¿Qué le parece?
—Una sorpresa, una lección y un libro excelente.
—Concrete, don Juan.
—La sorpresa mayor es que, a estas alturas de la vida —la suya
y la nuestra—, nos hayamos enterado de que Alfonso González-Calero es poeta, y
de los buenos. Pero hay otras: por
ejemplo, que firme el libro con los dos apellidos.
—Tiene madre Alfonso; todos la tenemos: ¿cuál es la
sorpresa? —suelta alguien por lo bajo.
Don Juan se hace el sordo:
—Acaso la presencia del apellido materno —un García como hay
tantos— sea el homenaje agradecido, pudoroso, a la persona que le
inculcó las aficiones literarias: le preguntaremos.
—¿La lección?
—González-Calero es modesto: no habrá querido dar
lecciones; sin embargo, en el libro hay una implícita que sirve para bastantes poetas: la poesía debe ser una actividad paciente y reflexiva.
La inspiración ha de ir seguida del trabajo; el trabajo no siempre producirá de inmediato los frutos
deseados: será preciso esperar, tachar, reescribir y, numerosas veces,
desistir, o sea, romper lo escrito y tirarlo a la papelera. El buen poeta es buen lector de poesía; por lo tanto, leerá sus poemas
como lee los ajenos; pero, si en la lectura de los demás le está permitida la
indulgencia, en la lectura de lo propio no cabe ninguna. El poeta es
—ojalá— antólogo de sí mismo: selecciona, desecha y nos muestra únicamente lo mejor. Así, González-Calero, que ya disfruta de la jubilación, publica ahora la cosecha escasa y sustanciosa de treinta años de labor poética: apenas sesenta poemas.
—Hombre, don Juan, ¿hace falta llegar a viejo para publicar
poesía?
—No: hace falta ser autocrítico.
—¿Por qué es un buen libro?
—Quedándonos en las meramente técnicas, por muchas razones. Una es consecuencia de la autocrítica:
contiene poemas mejores y peores, pero ninguno malo. Otra: la estructura del
libro y la disposición de los poemas está muy bien pensada y responde a
criterios que conseguiríamos averiguar a poco que nos pusiéramos a ello, es decir,
no se trata de una mera colección ni, como se ha dicho algo a la ligera, de un
diario poético aunque casi todos los poemas estén datados. Tres: el sistema de
puntuación y de mayúsculas no es caprichoso: tiene que ver con las intenciones
expresivas, que cambian a lo largo del libro. Una más: tampoco son decorativos los epígrafes ni obedecen al exhibicionismo lector por más que se
detecten muchas lecturas y ecos —de Ángel Crespo o Valente, por
ejemplo— conscientes y selectos. Otra: los poemas rehúyen las modas
dominantes en la poesía española de cada momento, y no encontramos rastro de los
tópicos omnipresentes en la poesía manchega:
mérito enorme que le agradezco como lector ahíto —ironiza don Juan—. ¿Quieren
más?
—Diga.
—Esta de regalo: hay algún poema político y apenas se
nota. En resumen: un libro importante —merecería estudio detenido—, entre los
mejores que se han publicado últimamente en estas tierras. Y, desde luego, a
partir de ahora cuenten a Alfonso González-Calero García en la nómina de los poetas y
sitúenlo en la parte de arriba del escalafón.
—¿No le pone ningún pero?
—Pocos y de poca importancia: me chocan las distintas
maneras de fechar, que superponga cursivas y comillas, y la tilde en Espriú...
Hace una pausa:
—El prólogo no está a la altura.
Hace una pausa:
—El prólogo no está a la altura.
—¡Es de Corredor Matheos!
—Sí, pero pertenece a la especie de prólogos parafrásticos.
—¿Qué es eso?
—Un recurso —plaga, en realidad— muy usado y cómodo para salir del paso: no se
estudia el libro ni se explica ni se aclara, tal vez se lea a la ligera; se
entresacan algunos versos y se traducen
en prosa ampulosamente: cualquier alumno de la ESO espabilado llegaría a lo mismo.
—¿Algo más?
—Una anécdota. Amazon ilustra nuestro libro con la foto de otro Ida y vuelta: el del falangista Antonio José Hernández Navarro, que cuenta sus andanzas en la División Azul. Hernández
Navarro —algún viejo se acordará— fue de los pocos procuradores en Cortes
que votó contra la Ley para la Reforma Política. Del tal libro hay edición reciente —en Actas: dónde mejor— a cargo de Carlos Caballero Jurado, comprovinciano de
ustedes bien conocido en determinado círculo.
No sé yo si es buena compañía.
(Alfonso
González-Calero García. Ida y
vuelta (Poemas 1985-2015). Almud, Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo.
2017. Quince euros)
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