Don Juan está pendiente, con la omnívora curiosidad que lo
caracteriza, de todo el embrollo de las primarias socialistas, del que
yo me desentendí hace meses harto de escandalera. Pero la tertulia es
variopinta; por eso sale el asunto en la conversación mientras yo andaba en
otra cosa. Cuando aterrizo, don Juan va diciendo:
—Lo que sus partidarios más aprecian en Sánchez es una virtud
genuinamente antipolítica: la terquedad intransigente. Terco como una
mula, decían en el pueblo cuando yo era chico; y a las mulas les atribuían
muchas virtudes, pero no la inteligencia.
—Terquedad no, don Juan: respeto a los
principios —corta el rojo.
—Se equivoca usted, querido amigo. Sin remontarnos a
Maquiavelo, ni a lo que escribió sobre la qualità dei tempi, ni menos
todavía a su opinión sobre la palabra dada…
Queda un momento pensativo. Pregunta:
—¿Es usted aficionado al fútbol?
Sorprendido —él y los demás—, el amigo asiente.
—Pues entonces sabrá que los buenos futbolistas son capaces
de leer el partido, un mérito que se les alaba mucho, y con razón. El
político, como el futbolista, por su propio bien y por el de la sociedad o el
equipo, ha de ser una persona inteligente y flexible, capaz, sin renunciar a
los principios, de leer el partido bien leído en cada momento, y de
adaptarse a las circunstancias para modificarlas a su favor: unas veces se
comportará como león, otras como zorro, nunca como mula.
—No entiendo —interviene el despistado, que se pierde entre
tanta zoología.
—Quizá Sánchez leyera bien el partido tras las
elecciones de diciembre: de no impedirlo la atolondrada soberbia de Iglesias
—imprevisible entonces; ya no—, hubiera alcanzado el éxito actuando como zorro. Sin embargo, después de las elecciones de junio se transformó
en mula: erre que erre en el No es no, cavó su propia fosa.
El rojo persevera:
—Le cavaron la fosa los amotinados de octubre.
—Sánchez insistía tercamente en suicidarse —remacha don Juan—. Ahora bien: el comportamiento de los que llama usted amotinados es
absolutamente censurable: no solo obraron con evidente deslealtad e
infringieron todas las normas estatutarias, sino que enseguida se les vio el plumero; o
sea, quién estaba detrás y con qué intenciones. Ellos tampoco
lograrían la aprobación de Maquiavelo.
—Maquiavélico está… —cuela el leído.
—He comido estupendamente —don Juan sigue la broma—.
Maquiavelo es el clásico por excelencia de la acción política. Estoy seguro de
que ni Sánchez ni Díaz lo han leído; sus seguidores, probablemente, tampoco:
así les va.
Toma un sorbo del jerez. Continúa quijotesco:
—Aunque las malas lenguas dicen que el derribo de Sánchez
salió tan mal por culpa del brazo ejecutor: un paisano de ustedes de cuyo
nombre no quiero acordarme.
—¿Bono? ¿Page? —pregunta el despistado.
—No: alguien del segundo escalón, el de los fontaneros.
—¡Vaya lío! —suspiro.
—Un lío, en efecto. Del que nos convendría a todos que el
PSOE saliera cuanto antes, pacificado y unido, firme en los principios
tradicionales de libertad, igualdad y fraternidad —o sea, los de la
socialdemocracia—, curado de la enfermedad infantil del izquierdismo, y
consciente de sus responsabilidades como partido esencial de la democracia
española. Y, a ser posible, mejor preparado tácticamente.
Nadie replica; las caras son de escepticismo. Don Juan
prosigue:
—Si así fuera, arrumbaría a Podemos en el chiribitil de
Izquierda Unida, recuperaría los votos obreros desorientados, tal vez
hasta los votos resabiados y pulcros de las clases cultas, y
estaría en disposición de combatir al PP de igual a igual, y de ganarle.
—¿Hay mimbres para el cesto?
—Podría haberlos mejores, pero con estos bueyes tienen
que arar. Y, si —a una por torpe, al otro por terco— descartamos a Díaz y a
Sánchez, solo nos queda López.
—¿Le gusta a usted?
—Es serio, comedido y experimentado; no grita ni hace
aspavientos; tampoco se le va la fuerza por la boca. Quizá no levante
entusiasmos: no provoca rechazos. Parece hombre de paz y, en la línea de Fernández, podría restañar heridas que aún sangran.
—¿Es buen candidato para las elecciones generales?
—Mejor que Rajoy, casi cualquiera. Siempre que los españoles
lo vean como previsible y de fiar. De todas formas, no es eso lo que se ventila
ahora: ahora se trata de recomponer el Partido Socialista; luego, ya se verá.
Como don Juan, también creo que, si al PSOE le va bien,
le va bien a la democracia española: así que empezaré a
interesarme por el cenagal de las primarias.
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