Don
Juan está ligeramente disgustado conmigo. Dice que en la
transcripción de la charla del domingo hice lo que suelen hacer los
periodistas de ahora: dejarme arrastrar atolondradamente por el
caballo desbocado de la actualidad; que hablamos de otras muchas
cosas que seguirán vivas siglos después de que la piedra de Podemos
lanzada a la charca de la política española haya dejado de hacer
ondas; que, aunque en esta sociedad de tanta información y tan poco
conocimiento cualquier cosa puede alcanzar notoriedad desmesurada, él
se atiene a la observación despaciosa y algo escéptica de lo que
permanecerá, no de lo que brilla un instante... y que los viejos
tienen ya solo tres preocupaciones políticas: vivir en paz, seguir
gozando de la libertad que no gozaron en la juventud y cobrar la
pensión puntualmente todos los meses.
Yo
sé que lo primero es cierto —es decir, que don Juan no está
preso de la actualidad informativa— y que lo segundo, solo a
medias: él tiene otras preocupaciones políticas mucho menos
mezquinas.
—No
son mezquinas, querido amigo. Quizá los jóvenes vean a estas
alturas la paz y la libertad tan naturales e irrelevantes como el
aire que respiran trece
veces por minuto sin
darse cuenta, pero los viejos sabemos que no son naturales ni
regaladas ni irrelevantes. En la historia de España —de
Europa, del mundo— lo normal ha sido siempre la guerra y la
esclavitud; nosotros somos la primera generación de españoles que
hemos vivido toda la vida en paz, y toda la vida adulta en libertad o
anhelándola, de modo que el poco tiempo que nos quede no nos
gustaría retroceder a la barbarie ni a la opresión.
—Claro,
claro... —digo un poco condescendiente, como hacemos siempre
que los abuelos empiezan con estos sermones.
Pero
él no se da por aludido. Prosigue serio, un poco solemne:
—Y
si nosotros tenemos paz y libertad las tendrá la sociedad entera,
aunque sea para que algunos insensatos puedan burlarse de ellas. En
cuanto a la pensión, mírela
usted como señal de eso que hemos llamado el Estado del Bienestar,
el que crearon en Europa Occidental los socialistas y los
democratacristianos después de la Segunda Guerra Mundial, tal vez
para que los ciudadanos no se dejaran seducir por el oso soviético.
No hay nada igual en el mundo: pensiones, sí; pero también sanidad
y educación universales y gratuitas; y servicios sociales bien
organizados y generosos; y seguro de desempleo, y condiciones de
trabajo dignas... y tantas cosas que no ha habido nunca antes en
ningún sitio y que ahora tampoco hay casi en ningún sitio. Ojo:
y que aquí muchos quieren eliminar.
—Bueno,
don Juan: ¿y qué tiene que ver todo esto con la conversación del
otro día?
Me
mira incrédulo, como se mira al que no entiende lo obvio.
—Pues
que ahora que esta casa levantada en la Transición, tan acogedora
durante treinta y tantos años, parece que se hunde, sería
conveniente no dejarse llevar por impulsos alocados, pensar
seriamente en lo que se puede perder, defender con uñas y
dientes lo que se ha conquistado y que los ladrones nos quieren
quitar —nos están quitando ya—, y tratar de hacerlo
mediante el diálogo sensato de personas inteligentes, no mediante la
confrontación de cínicos y brutos que embisten
cuando se dignan usar de la cabeza.
El
mensaje es un poco críptico, casi oracular. Le pregunto:
—Y
eso ¿cómo se hace?
—Tomando
ejemplo de las cigüeñas. Les tiraron la casa; ya están haciendo
otra: con decidida perseverancia y sin perder el tiempo en tonterías.
Y
en la tarde invernal, de cielo limpio y azul, vamos a ver la nueva
casa de las cigüeñas en la fábrica de harinas de la plazuela de
Cervantes: las echaron de la iglesia y se han acogido a la
industria —en desuso, es cierto—: eso han salido ganando.
Después,
para entonar el cuerpo, tomamos coñac y whisky en el Parador.
Suerte, el que tienen nuestra queridas cigüeñas, para poder construir una nueva casa " con decidida perseverancia y sin perder tiempo .... ". Nosotros, los ciudadanos de nuestro querido España, sí debemos reconocer que tenemos libertad, pero una libertad condicionada a severas normas de nuestras tradiciones y costumbres, poderes fácticos, y que actúan inexorablemente sobre la sociedad hispana para no poder construir " algo nuevo " y beneficioso para la mayoría de la ciudadanía.
ResponderEliminarSiempre ha sido así. La libertad se conquista; y viene en el mismo lote con otras muchas cosas, también positivas; pero hay que estar siempre vigilantes: al menor descuido aparece alguien que nos quiere arrebatar la libertad y el bienestar en su propio beneficio. Ahora está pasando. Los jóvenes tienen aquí un reto formidable e ilusionante: defenderla. Si no lo hacen o se equivocan, malo para ellos; malo para todos.
EliminarLos jóvenes y los mayores en mayor medida; para aconsejar e infundir deberes y derechos de los ciudadanos libres.
EliminarJL