domingo, 8 de abril de 2018

Massiel, los negros y los gitanos

Por viejos, en la tertulia miramos con frecuencia al pasado. Este año, al cumplirse medio siglo de otro rodeado ya de una aureola mítica, lo haremos más aún. Hoy, en el prólogo perezoso y deslavazado, mientras vamos sentándonos y pidiendo el café y las copas, alguien se acuerda de Massiel, que el 6 de abril de 1968 ganó Eurovisión con una canción del Dúo Dinámico, de música sofisticada, letra sesuda y puesta en escena alegre y faldicorta:
—Aquello, no lo negaréis, fue una inyección de autoestima: por fin, desde el gol de Marcelino, teníamos algo de que presumir.
—¡Mira de lo que presumíamos! —viene el escéptico con el cubo de agua.
—Pero tuvo su gracia —concede don Juan—. España cabalgaba eufórica en la cresta del desarrollismo, abrazada a los brillos de la modernidad —la emigración, el turismo, la construcción desaforada, los seiscientos, la televisión—, enterrando apresuradamente y sin lágrimas una cultura rural vieja de siglos, pero sintiéndose distinta todavía —Spain is different, ¿recuerdan?—; de modo que lo de Massiel fue un gran éxito. Y, encima, obtenido democráticamente: mediante votos, aunque fueran points. Nos querían los europeos por fin.
—Votos acaso no tan limpios; letra que no se pudo interpretar en catalán; cantante escogida de rebote…
—Claro. La realidad es compleja y variada: dos días antes de Eurovisión mataron a Luther King —dice inopinadamente alguien.
Lo miramos asombrados; hay un momento de silencio; interviene don Juan:
—Casi todos los españoles se entusiasmaron con Massiel, pero muchos se quedaron atónitos y tristes con la muerte de Luther King.
—¿No pillaba demasiado lejos?
—Las grandes figuras de la historia —Martin Luther King lo fue— nos interpelan siempre y nos seducen a menudo: un hombre valiente, un orador formidable, una causa justa, un movimiento pacífico y multitudinario, un asesino improbable, marginal, chapucero… ¿Quién no llora a un héroe?
—También tenía defectos.
—¿Que pecaba de gula y de lujuria? Qui sine peccato est
—Los españoles de entonces, viendo las discriminaciones que padecían los negros en América, presumían mucho de estar libres del pecado de racismo.
—¿Y les tiraban piedras a los americanos?
—Los despreciaban por racistas.
—Con la boca chica sería: aquí había negros que no vivían precisamente en la opulencia.
El conservador se sobresalta un poco:
—¿Negros?
—Los gitanos, por ejemplo. Hoy es el Día Internacional del Pueblo Gitano: quizás no hayáis reparado en ello —el rojo habla con sorna.
—Había y hay gitanos —interviene don Juan—, que padecían y padecen discriminaciones abundantes: nosotros tampoco estamos libres de pecado, pero siempre cabe matizar.
—Matice usted.
—Los gitanos españoles son apenas el uno por ciento de la población; los negros americanos se acercarán al quince. Entre los blancos y los negros de América ha habido desde el principio una relación de dominio obvio y feroz, la cual ha implicado un contacto asiduo. En España, gitanos y payos han formado grupos separados que, en general, solo ocasionalmente entablaban una relación epidérmica, a veces simbiótica, a veces parasitaria. Las cosas no han cambiado mucho.
—¿En España o en América?
—En ninguno de los dos sitios. En ambos, la situación es mejor en muchos aspectos, pero sin acercarse al ideal. En América la discriminación persiste, pese a haber desaparecido las leyes que la consagraban y aunque haya habido un presidente negro. En España continúa la vida en mundos separados, los recelos e incomprensiones mutuos, y es impensable que vayamos a ver un gitano en la Moncloa: ni de jardinero.
El conservador se atufa:
—Para jardineros no valen: los gitanos son unos delincuentes que no quieren integrarse. Mire lo que pasó aquí en el centro de salud el otro día, mire lo de Madrid.
Afortunadamente, pocos le prestan atención.
—Es posible que no valgan para jardineros. Los gitanos han llevado vida nómada y libre; han proporcionado a los payos cosas que los payos no sabían o no querían hacer: les lañaban lebrillos y orzas, les vendían canastas o borricos, pero no trabajaban para ellos a cambio de salario. Ya no lañan, tapizan; no venden canastas, sino calzoncillos; y se avienen mal a los horarios y actividades regladas: son creativos, artistas.
—Ahora se hacen médicos y abogados —el rojo ve la botella medio llena.
—Muy pocos; las mujeres, menos aún. Sin embargo, a la escuela van. Teniendo en cuenta que hace cincuenta años ni estaban empadronados, es un avance.
—¿Qué hacemos?
—Pregúntenles a los reformadores sociales —se sacude las moscas—. Quizá, esforzarse en derribar prejuicios; respetar los rasgos culturales, respetar la realidad; huir del optimismo; aprender de la historia; y, mirando a los Estados Unidos, copiarles lo bueno y evitar los errores.

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