Suponía yo que íbamos a hablar de las exposiciones que, por el Festival, hay en diversos sitios. El fin de semana
pasado y ayer mañana las visitamos; la de Miguel de Molina me gustó mucho: el montaje, aunque profuso, es bello y eficaz; los materiales,
curiosos y bien escogidos; las explicaciones, suficientes y atinadas; y
algunas partes —la galería de retratos
tapizando una pared entera, acaso inspirada en las que perduran todavía en numerosos bares
y tabernas castizos—, evocadora de un
tiempo —amarillo ya— que no acaba de fenecer. Lo que no supuse es que
la plática se iba a despeñar adonde se ha despeñado.
—¿Qué tiene que ver Miguel de Molina con el teatro clásico?
—pregunta un quisquilloso.
—No lo sé: pregúntaselo a don Juan. Imagino que el Museo
Nacional del Teatro aprovecha para sacar fondos a la luz,
llegar a un público amplio y menos entendido, y así, de paso, darse a conocer.
—Nunca sobra reivindicar ciertas cosas y abominar de otras —suma
el rojo.
—¿Reivindicar? ¿Abominar?
—Claro. En Miguel de Molina —cantante de copla, rojo, homosexual, perseguido, exiliado
en la Argentina, olvidado— cabe reivindicar la copla como género eminentemente
popular que se hizo un hueco entre lo culto: igual que el teatro clásico; la
homosexualidad, en una edición en que el Festival se proclama feminista, para
recordar que hay más géneros… Y
abominar de la época oscura —esa que evoca la galería de retratos, a la que solo le falta el olor a fritanga— en
donde se persigue a los homosexuales y a todo el que no cuadra en la normalidad, y los encarcelan, los
echan de España, los matan.
—¿Por qué hablas en presente? —pregunta susceptible el
conservador.
—Es presente histórico —se entromete un culto.
—Ojalá. Desgraciadamente, en España es presente habitual; Dios
quiera que no sea futuro próximo.
—Aquí todo prestigio y fama conducen a Diego de Almagro —observa el cínico.
—¿De qué hablas?
—¿Habéis visto el paseo
de la fama? Supervisándolo desde la majestad ecuestre está don Diego de
Almagro. A sus pies, los diecinueve ganadores del premio Corral de Comedias son
apenas lacayos o aprendices de la fama y prestigio verdaderos: los que se sustentan en la
espada.
—Se trata de un inocente photocall
para entretener a los turistas, hombre.
—Pero lo han puesto, precisamente, en los jardines del caballo —los niños siempre dan en la diana—, no orientado hacia un bar, ni siquiera a una iglesia: será por
algo, que a esta gente tan lista no se le escapa nada.
—No desvaríes, anda.
El rojo vuelve con bríos:
—¿Desvariar? No desvaría en absoluto. Un franquismo áspero,
montaraz, terco y envalentonado ha alcanzado las instituciones con todo el
desparpajo del mundo; les impone chulescamente el programa a las derechas convencionales; estas se achican; retrocedemos a los toros, a la
sexualidad ortodoxa, al índice de libros
prohibidos, a los nombres recios, a las mayúsculas. A la Edad Media, al Imperio; o sea, a la España
eterna.
Don Juan, que ha oído la conversación en silencio, matiza
ahora:
—A la Castilla eterna, querrá decir.
—Castilla hizo a España —se encrespa el conservador.
—Eso creen muchos patriotas
españoles a quienes les estorba cualquier ingrediente exótico de un guiso en realidad rico y variado. Creyéndolo así, pudieran estar echándolo a perder.
—Otros pecan del mismo pecado —justifica un ecuánime.
—Obviamente: luego convendría pensárselo un poco mientras
quede tiempo.
Aburrido de unas peroratas que parecen no tener fin, alguien
intenta cambiar de tema:
—¿Vio usted a la reina, don Juan?
—No me invitaron.
—Pero estará al tanto.
—Me parece bien que venga la reina y que lo haga para
favorecer políticas de inclusión.
—Los almagreños la recibieron enfervorizados.
—A mí, accidentalista
convencido, casi me ocurrió como a Horcajada: tan extremado fervor, si no
vergüenza, me provocó perplejidad. Hubiera preferido un recibimiento menos
entusiasta, templado: quizá en esto también hayamos regresado a la Edad
Media.
—De las autoridades ¿qué nos dice?
—Voy de asombro en asombro. ¿A qué se debió la ausencia de
los concejales de Ciudadanos?: ¿despiste o confesión republicana? Menos mal que
Fernández Bravo, el diputado de esta provincia que los representa en el
Congreso, anduvo al quite: nos ha explicado detalladamente que la reina le rindió homenaje.
—Una curiosidad, don Juan: ¿dijo Cervantes que el camino es mejor que la posada?
—Pudo decirlo.
—Pregunto si lo escribió.
—Tal vez lo escribiera. Hoy nadie se atrevería a asegurarlo: nadie lo ha visto en ningún libro o documento suyo.
—¿Nadie? El alcalde le atribuyó el dicho resueltamente.
—Gozará de información privilegiada.
—Y el público lo aceptó sin extrañeza.
—Nuevo regreso a la Edad Media: cuanto afirma internet es
verdad revelada. Y de libre disposición.
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