Los días del Festival el Marqués está
lleno de exquisitos. Mientras dura la invasión, nosotros les cedemos el puesto
y escapamos a la penumbra fresca de un bar de la ronda. Los clientes
habituales, ajenos desde luego a las selectas pompas de la farándula, juegan al
dominó con natural y ruidosa desenvoltura o miran en la tele las cuestas del
Tour sin hacernos demasiado caso, aunque nos saludan al entrar con la cortesía
indispensable y a don Juan, incluso, alguno con educada familiaridad. En
cambio, el camarero, que por exigencias del oficio está atento a fidelizar
nuevos parroquianos, sí nos sirve más ágil y quizás más esmerado que a los
fijos: recibe en pago justas pullas, las cuales, como no tienen intención de
ofender, a nadie ofenden.
Entre que nos acomodamos y ponen los
cafés, pienso para mí que estos bares a estas horas son lo mejor de España; se
me ocurre la idea de que, si Sánchez e Iglesias hubieran negociado en un bar de
pueblo, rodeados de jugadores de dominó y sufridos espectadores del Tour, ya
habrían cerrado el trato[1] y convidado al alboroque. Claro que ellos
no pisarán sitios así.
La desatinada idea, que callo, me saca
momentáneamente de la conversación. Al volver, don Juan muestra un librito cuya
filiación —vamos aprendiendo— reconozco enseguida: de la colección Adonáis; me
esfuerzo un poco: en la faja pone que ganó el premio de 2018; distingo el
título: Bello es el riesgo[2]. Un amigo lo está refutando:
—Será para los jóvenes; a nosotros los
riesgos nos estorban: ¿o está usted para aventuras?
—Quizá nos conviniera emprender esta: a
muchos los consuela en la vejez.
—¿Aventurarse a los riesgos?
—Al riesgo de creer en el alma inmortal.
Palabras mayores: en la tertulia se hace
el silencio; hasta parece que decae la algarabía del dominó.
—Sócrates en el Fedón. Está a punto
de tomar la cicuta: porque cree en la inmortalidad del alma, se enfrenta a la
muerte con absoluta tranquilidad.
—¿Usted también?
—Confío en tener la muerte más lejos —dice
sarcástico—. No se trata ahora de hablar de estas cosas, sino del poemario.
Entre Sócrates y Cristo, es decir, entre la filosofía y la fe, la autora traza
un libro espléndido, formalmente impecable, denso, emocionante y a ratos
irónico. Un libro, además, que lleva a otros a Platón —gran poeta—, a Jenofonte
—¡El mar, el mar!: la adolescencia—; o a saberes olvidados: las Tenebræ,
por ejemplo, o el Exsultet. Hasta incluye —obligado tributo a la modernidad—
un poema de haikus. Y en otro —«Don y oficio»: escueta precisión— cuenta cómo
se ha de escribir un poema.
—O sea, que le ha gustado.
—Me ha fortalecido en la fe de la poesía,
que no es poco.
—En estos tiempos hay más poesía que
nunca.
—La misma. Poesía ha habido siempre en
abundancia; buena, poca; mala, a hinchar. Hoy la poesía mala es más visible:
nos persigue a todas horas. Y los malos poetas nos acosan tenaces con recitales
y libros deprimentes: dan ganas de huir. Gracias a Dios, no faltan poetas,
libros y recitales que animan.
—¿Se refiere a Almagro Íntimo[3]?
—Podría.
—¿Estuvo usted? ¿Se coló[4]?
—Llegué a las ocho y diez; la cola no era
larga; la seguí pacientemente; vi cómo crecía, cómo los organizadores se
inquietaban; entré en mi turno; me puse detrás de unas maestras cuyos alumnos
habían dibujado a Gala: exultaban.
—¿Cola en un acto poético?
—Era por el flamenco, no por los poetas convencionales.
—El año pasado trató usted duramente al
recital; ¿qué opina de este?
—Ha mejorado. Entre otras cosas, gracias
al flamenco: muy bien tocado, muy bien cantado y muy bien recitado: Luz de
luna inundó el auditorio de genuina poesía, y El Piyayo, a mí, me
devolvió a la infancia: un respeto imponente merecen el que cantó
—Raimundo Espinosa—, el guitarrista —Joaquín Ángel Aranda— y Valeriano Gascón,
el recitador.
—¿Poetas y poemas?
—De distinta calidad. Buenos los poemas de
Galanes; dignos los del resto. Lástima que dos flaquearan: uno, ampuloso
panfleto, no hubiera estado mal rapeado, recitado dejó visible la
futilidad literaria; el otro, los otros, premiados y todo, los podría haber
escrito y cantado Pimpinela. Y sigo pensando que a los poetas se les debería
evitar el paso bajo las horcas caudinas de leer en voz alta a los clásicos: por
momentos sospeché que —algunos/as— leían mal porque no se enteraban de lo
leído.
—¿El homenaje a Gala?
—Saben lo que opino de Gala.
—Entonces, ¿no le convence Almagro Íntimo?
—Habría que aligerarlo y pulirlo.
—O sea: arriesgar —sugiere un amigo.
—Bello es el riesgo.
[1] Hace tres meses que se celebraron las
elecciones generales. Todo el mundo dio por hecho entonces que habría gobierno
de izquierdas. Sin embargo, todavía no hay pacto. Y mañana comienza el debate
de investidura…
[2] Marcela Duque. Bello es el
riesgo. Ediciones Rialp. Madrid. 2019. Diez euros.
[3] La tercera edición de Almagro Íntimo se
celebró el lunes pasado (15/07/19) en el patio —ellos dicen claustro: a saber
por qué— del Museo Nacional del Teatro. El «homenaje» estuvo dedicado
a sor Juana Inés de la Cruz y a Antonio Gala. Los poetas intervinientes fueron
Juan José Alcolea, Pilar Astray, Alberto Ávila, Ester Bueno, Miguel Galanes,
Rafa Psico, Pilar Serrano y Nieves Fernández.
[4] La afluencia sorprendió a los
organizadores. Como superaba el aforo, hubo gente que se quedó afuera; sin
embargo, parece que a ciertos enchufados les dejaron entrar.
����Bla, bla, bla Disfrutamos con el acto poético y musical
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