No sé si, pasada una semana, los almagreños habrán digerido
los resultados de las elecciones municipales; en la tertulia están ya plenamente asimilados; es más: creo apreciar entre los amigos una cierta
satisfacción que proviene, en parte, de haber votado lo mismo que la mayoría y,
en parte también, de que los resultados se ajustan a los pronósticos y aun los
sobrepasan.
El conservador discrepa:
—Yo no he votado como la mayoría.
—Estupendo.
—Ni la opción mayoritaria me satisface especialmente.
—Hay gustos para todo.
El conservador transige algo:
—Pero acepto el fruto de las urnas y reconozco que me lo
temía.
—Acaso nuestro amigo se refiera a eso —dice don Juan.
—¿A qué?
—A que la opinión común era que el PSOE ganaría las
elecciones; y a que las ha ganado —don Juan, con frecuencia creciente, se
parece a Pero Grullo— porque una considerable cantidad de almagreños ha votado la
candidatura.
—Claro.
—Quiero decir que la gente suele alegrarse cuando se ve en
el bando ganador y cuando acierta en los pronósticos.
—Naturalmente.
—De ahí la satisfacción general.
—Bien.
—Queda, entonces —precisa el sensato—, explicar por
qué estos resultados y qué consecuencias traerán.
—Respecto a lo segundo, prudencia; en cambio, lo primero es
sencillo.
—Pues ilústrenos.
—Sin entrar —aunque no es irrelevante— en lo de Unidas
Izquierda Unida Podemos, se han producido un éxito rotundo y tres fracasos de
desigual intensidad.
—Éxito, el del alcalde…
—Por supuesto. Ha obtenido ochocientos votos y tres
concejales más que en 2015. De modo que pasará de minoría enclenque a mayoría
desahogada; es decir, los ciudadanos lo aprueban con buena nota y le
dan un amplio margen de confianza para los cuatro años venideros.
—¿Por qué habla solo del alcalde?
—Desde 2015 el alcalde ha contado con un equipo eficiente y
disciplinado, y en 2019 encabeza una candidatura mejorada; sin embargo, el
éxito es principalmente suyo.
—Alguien ha dicho que el resultado supera a los
merecimientos.
—Nada adelantamos discutiéndolo. Los electores, comentábamos el
otro día, no siempre llevan razón, pero cada uno de ellos sí acumula en cada
oportunidad razones suficientes —equivocadas o no— para votar como vota. Y esas
razones pueden ser de adhesión o de rechazo.
—Explíquese.
—Se vota a alguien porque gusta lo que ofrece o porque
disgusta lo que ofrecen los demás. En el caso del alcalde el votante ha
encontrado las dos cosas juntas: por un lado, aprecio de la gestión pasada y confianza
en la futura; por otro, falta de atractivo en los rivales. Ahora bien, el 26 de mayo trescientos ciudadanos no encontraron atractivo a nadie: muy sensatamente, se abstuvieron.
—El desastre del Partido Popular…
—En efecto. Una candidatura floja, acaso irresponsable, les
ha procurado la triste cosecha de dos
concejales.
—¿Candidatura irresponsable?
—La candidatura sí; los candidatos no: esforzados y
valientes. El Partido Popular es un partido sólido, bien organizado: tiene la
obligación de presentar batalla siempre y, para hacerlo, necesita buenas
candidaturas. Ahora ni han presentado batalla ni buena candidatura: ellos
sabrán por qué.
—¿Cree usted que daban las elecciones por perdidas?
—Sí. Algunas figuras importantes del partido quizá lo
creyeran también: han escurrido el bulto.
—¿Ciudadanos?
—Decepción notable: tremendo fracaso. Pese a la deserción
del Partido Popular, que le ha dejado libre todo el campo de la derecha, ha
perdido casi doscientos votos.
—¿A qué lo achaca?
—A que la oposición agria, personalista, demagoga y siempre negativa seduce poco al elector juicioso.
—¿Se recuperarán?
—No lo creo. Carecen por completo de organización, la
ideología es confusa y se sustentan en una sola persona… Veo mucho más cercana la recuperación del Partido Popular, que sí es un partido vertebrado y con
numerosos militantes.
—Nos queda Almagro Sí!
—Los pobres…
—¿Pobres?
—Una lástima. Han perdido ciento veinticinco votos:
se han quedado sin representación simplemente porque ya no están de moda.
—Hombre…
—Todo lo que está de moda viene abocado a cumplir un destino
inexorable: pasar de moda. La moda es expansiva, arrebatadora, risueña,
colorida, achampañada… y, si no es más que moda, falaz y perecedera. Los podemistas —perdón por la inexactitud
del nombre: mientras se me ocurre otro (¿ismailíes? Piénsenlo), este vale para entendernos— no han
eludido el destino por incapaces de crear una mínima
estructura abierta al sentir de la sociedad, no han sabido romper el círculo.
—¿Han muerto de asfixia?
—Y de obsolescencia. ¡Tan jóvenes!
Al levantarnos, alguien prueba:
—¿Un pronóstico?
—No juego nunca. Tal vez un consejo al nuevo equipo de
gobierno: que no se les suba el éxito a la cabeza y que continúen formando un
equipo. O sea: que escarmienten en el Maldonado de 2011.
Y uno más:
—¿Unidas Izquierda Unida Podemos?
—Tiempo habrá. No olviden los nombres de los candidatos.
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