—Traspapelada en el fárrago de preceptos caprichosos y
crueles que es el Deuteronomio, la norma parece trivial, incluso razonable:
Non ligabis os bovis terentis in area fruges tuas.
—Que significa…
—Literalmente, no le ates la boca al buey que trilla en la era tus
mieses; en alguna Biblia sefardí, no emboces el buey en su
trillar; y tamizada por san Pablo, no le pongas bozal al
buey que trilla.
El rojo interviene a lo culto:
—San Pablo, siempre pro domo sua.
—Exactamente. San Pablo se apropia de un mandato que en
origen se refería literalmente solo a los bueyes y a la trilla y lo aplica a sí
mismo y a los ministros de la nueva religión: deben ser mantenidos por los
fieles pues para ellos trillan.
—Y es lógico: si prestan buen
servicio a la comunidad, la comunidad ha de correr con la manutención —afirma el conservador.
—Hasta cierto punto.
—Explícate.
—Habría, primero, que preguntarle a la comunidad si está de
acuerdo: san Pablo no lo hace; y habría, después, que fijar claramente hasta
dónde llega eso de la manutención: san Pablo tampoco lo hace.
El conservador insiste:
—Lo primero es de cajón; lo segundo queda al buen criterio
de los afectados.
—He ahí el problema: no es prudente dejar estas cosas al
criterio de los beneficiados, porque les das el pie y se toman la pierna.
—¿Quieres decir que san Pablo era un aprovechado?
—Quiero decir que sí hay que ponerles bozal a los bueyes
cuando trillen.
El despistado lleva un rato mirándolos alternativamente sin enterarse de mucho. Confiesa al fin:
—No sé de lo que habláis.
—Hablan del aprovechamiento en beneficio propio de bienes
que perteneces a otros.
—O sea, del robo.
—De la corrupción, mejor. Aunque robo es un hiperónimo
amplio en el que caben holgadamente todos los tipos de corrupción.
—¿Culpan a san Pablo de haberla inventado?
—Supongo que no: san Pablo es el pretexto del uno para
atacar a la iglesia y el pretexto del otro para defenderla, pero me temo
que el asunto desborda los límites eclesiásticos.
—¿Todos somos corruptos?
—Todos podemos vernos tentados por la corrupción: una
sociedad bien organizada debería poner los medios para evitar que caigamos en
ella.
—¿Qué medios?
—Preventivos y punitivos. Ambos deben dar por sentada la
amenaza del reproche y la exclusión social.
—En España no es una amenaza temible.
—No. El ciudadano común incurre con frecuencia en
corruptelas más o menos graves: imprime los trabajos de sus hijos en la oficina
de la empresa; escamotea productos o herramientas; usa a los amigos influyentes
para que le faciliten trámites; evade impuestos… Naturalmente, alguien que hace
estas cosas puede imaginarse haciendo otras mayores en caso de tener la oportunidad:
de modo que, como no es hipócrita, no se escandaliza de las fechorías del
prójimo.
—Hombre, sí nos escandalizamos.
—Muy poco. Hace un par de semanas hubo elecciones
municipales: se habla de casos —por aquí cerca también— de manipulación o
compra del voto por correo; se habla de que algún candidato ha ido prometiendo
gajes o prebendas a ciertos electores. Ahora bien, jamás sabremos si es cierto
o no porque nadie denunciará ni nadie investigará: se acepta como normal y
hasta como legítimo.
—Sin embargo, es gravísimo.
—Claro, porque se está robando o intentando robar el
patrimonio más sagrado de las personas: la dignidad.
—¿Tiene remedio?
—A corto plazo, la persecución y el castigo implacables de
cualquier práctica, aun de la más inocente, que suponga apropiación
de lo ajeno: dinero, poder, influencia, reconocimiento… A más
largo plazo, educación cívica.
—¿Y a qué cuento viene hoy la corrupción?
—Nunca es malo llorar los males de la patria. Pero, además,
está este libro que ha publicado Almud recientemente.
Don Juan lo pone encima de la mesa. Tiene una portada llamativa y un título no sé si agudo o estrafalario: C de España.
—¿Le ha gustado?
—Es un libro interesante, curioso y, en general, muy
dignamente escrito, pero, usando la expresión popular, no remata.
—Don Juan…
—De vez en cuando hay que hablar como habla la gente,
nosotros que somos casta.
—Don Juan…
—Me refiero a que tiene considerables defectos. Por ejemplo: a ratos es panfletario y a ratos superficial. Por ejemplo:
transparenta crudamente la ideología de los autores, que se manifiesta en las numerosas muletillas y tópicos podemistas usados de manera automática y servil y nunca
definidos ni, menos todavía, discutidos. Por ejemplo: lo ingenioso del
título fuerza una estructura sumamente endeble y abigarrada. Por ejemplo: la
superabundancia de ilustraciones —cuadros, gráficos, citas—, su naturaleza
heterogénea y su disposición confunden más que ilustran…
—Pare don Juan. ¿Lo recomienda o no?
—Leído con cautela, sentido crítico y saltándose muchos
trozos, sí.
Isidro Sánchez Sánchez y Pablo Rey Mazón. C de España. Manual para entender la corrupción. Almud Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2019. Veinticuatro euros.
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