Hemos seguido estos días —con poca diligencia, esa es la verdad— el debate de investidura en Andalucía y la toma de posesión de Juan Manuel Moreno Bonilla. Nos parece Moreno un hombre en la estela de Rajoy, es decir, comedido, funcionarial, poltrón, sencillo —se firma Juanma—, escasamente dado a las estridencias…
—Pues ahí lo tiene usted hecho un don Pelayo.
—Sin comerlo ni beberlo, sin esperarlo; probablemente a su pesar. Estoy seguro de que el pobre hace unas semanas se resignaba a vivir cómodamente otros cuatro años en la dorada medianía de jefe de la oposición… que el puesto no tendrá glamur, pero carece de riesgos y no es mal cobijo para quien ha hecho de la política su pan.
—La rueda de la fortuna no para de dar vueltas: ahora Moreno arriba, Díaz abajo, y Casado alimentando esperanzas.
—¿Por qué habláis de don Pelayo? —pregunta el despistado.
—Porque Moreno iniciará la reconquista patriótica desde Sevilla: San Telmo es Covadonga.
—Quien monta a caballo es Abascal. Y todavía no está al mando.
—A saber. Por lo pronto ha logrado dos cosas importantísimas: forzar la unión de todas las derechas y marcarles la agenda a ellas y a los demás.
—¿En qué se nota?
—En que todos hablamos de toros, de caza o de Semana Santa… y de inmigración e impuesto de sucesiones. O sea, de tres estupideces sin importancia ninguna y de dos trampantojos con que engatusar a ignorantes. Las estupideces nos llevan a su idea de patria nacionalcatólica de obvia filiación franquista; la inmigración nos sube a la ola xenófoba que recorre el mundo; y el impuesto de sucesiones —estupendo capote, hay que reconocerlo— apunta en apariencia a la familia tradicional, de orden, que madruga y ahorra, pero en la práctica viene a abogar tan solo por los que heredan en grande. ¿Les parece poco? Pide Aznar que el Partido Popular vuelva a ser la casa común —¿casa común para familia común?— del centro-derecha: lo será; ahora bien, amueblada por Abascal.
—¿Y qué hacemos?
—Nosotros nada. No prestarles atención y esperar que pase la tormenta. Razonar es inútil. Como Podemos hace unos años, Vox es ahora moda y religión: ni a los que van a la moda ni a los que abrazan una fe es posible persuadirlos de que las dejen. Menos mal que las modas se pasan y la fe se enfría.
—Para moda que se pasa y fe que se enfría, la de Podemos, sin ir más lejos.
—En efecto: es muy difícil envejecer tan mal y tan pronto.
—¿A qué se debe?
—A diversas causas. Citemos, por ejemplo, el infantilismo: muchos de los cuadros, y aun de los votantes, de la ensalada podemista son gente fina y delicada, a quienes la vida les ha dado todos los caprichos; en cuanto les niega alguno se enfurruñan y se apartan; de ahí que no hayan podido hacer buenas migas con los cuadros y votantes de Izquierda Unida, que vienen de sitio muy diferente. El infantilismo —¿o la puerilidad?— se manifiesta, al menos, de dos maneras, parecidas aunque no idénticas: el milenarismo y el voluntarismo. Milenarismo es creer que el cielo está a la vuelta de la esquina; como no está, la frustración es pronto inevitable. Voluntarismo es creer que basta desear algo para que se produzca inmediatamente; de ahí que hayan descuidado lo prosaico —organización, disciplina—; mire cómo se inscriben, cómo debaten y cómo votan: como si la política fuese un juego de niños.
—De niños malcriados que, si pierden, rompen la baraja.
—Exactamente.
—Pero los dirigentes son politólogos acreditados.
—¿Recuerda el poema de León Felipe? ¿Ha leído artículos —perdón: papers— académicos firmados por politólogos?
—Yo no.
—No se ha perdido nada. De todas formas lo que pasa hoy en Podemos nos dice más sobre la condición humana en general que sobre la política en particular.
—Explíquese.
—Podemos era al desembarcar en el Congreso una cuadrilla de posadolescentes simpáticos, descarados y un pelín gamberros. Ha pasado el tiempo, algunos han sentado la cabeza, la pandilla se ha deshecho: llega el momento de ajustar cuentas. Mal asunto y muy feo.
—Podemos era al desembarcar en el Congreso una cuadrilla de posadolescentes simpáticos, descarados y un pelín gamberros. Ha pasado el tiempo, algunos han sentado la cabeza, la pandilla se ha deshecho: llega el momento de ajustar cuentas. Mal asunto y muy feo.
—¿Se notará en Almagro?
—Los de Almagro Sí Puede también se han echado afuera, acaso dando un portazo. De modo que volverán a presentarse como agrupación de electores. Puesto que ya no tienen el viento de popa, les costará completar la candidatura y juntar los avales.
—Si precisan los nuestros…
—Se los daremos encantados: una cosa es no profesarles simpatías y otra privar a alguien del derecho a participar en la vida pública.
—¿Y a Vox?
—Vox no necesita avales.
—¿Presentará candidatura?
—No cabe duda. Y le sobrarán candidatos.
Pienso entre mí que nos esperan meses entretenidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario