domingo, 15 de octubre de 2017

Recular ante el abismo

—Como a un enfermo grave postrado en la cama miramos a España —exagera alguien.
—¿Tanto?
—Al menos como a un convaleciente todavía débil.
—Eso está mejor —concede don Juan.
—Lo que quiero decir —matiza el amigo— es que, parados alrededor, estamos ansiosos de cualquier indicio que señale mejoría, y temblamos ante los que muestran empeoramiento. Por eso, la pregunta de este otoño es siempre la misma: “¿Cómo anda?”.
A propósito del discurso de Rajoy don Juan ha hojeado estos días los diarios de Azaña. En la entrada del 14 de julio del 31 —apertura de las Cortes Constituyentes— Azaña comenta el estilo oratorio de Alcalá Zamora: “Sobre todo son temibles sus imágenes. Las dilata, las desarrolla, las esquilma. Cuando salen el hacha, el cincel, la escultura, etcétera, no las suelta”. Quizá vacunado, don Juan no quiere seguir por ahí.
—¿Cómo lo ven ustedes? —pregunta.
Hay división de opiniones; la tertulia deriva en guirigay: España resumida entre las cuatro paredes del Marqués. Uno sentencia:
—A veces hay que asomarse al abismo antes de recular.
Las imágenes del abismo y el vértigo están muy percudidas, pero don Juan transige:
—Lleva usted razón. Todos han reculado, y eso es bueno.
—Puigdemont no ha reculado —interviene el conservador—: ha diferido el desafío. E Iglesias continúa a lo suyo.
—Otro día hablaremos de Iglesias. Baste decir hoy que su retórica es rancia, tramposa, ensimismada, y que miente con desparpajo digno de las viejas glorias del Partido Popular: Rajoy es presidente del gobierno gracias a los errores tácticos que el propio Iglesias cometió en la legislatura corta, cuando él y sus secuaces se comportaban como adolescentes malcriados —ahora, ¿en qué sillón bescansa Carolina?, ¿en cuál su nene?—. De aquellos errores infantiles Podemos no alcanzará a recuperarse nunca…
—Don Juan, que a Iglesias lo íbamos a dejar para otro día.
—Dejémoslo, sí. Lo de Puigdemont será un galimatías jurídico y un formidable vivero de chascarrillos más o menos graciosos. Pero a mí me parece que estaba ofreciendo una tregua, pidiendo que le ayudemos a rectificar. Rajoy —¡por fin!— lo entendió así, creo: hizo un buen discurso en el Congreso, se avino a reformar la Constitución; y el PSOE ha recuperado el papel de partido central en la democracia española… Además, el 12 de octubre no ocurrió nada extraordinario: una semana mejor de lo temido.
—¿Qué podíamos temer?
—Que perseveraran en sus paranoias Rajoy y Puigdemont. Rajoy, además de equivocarse gravísimamente el primero de octubre, se viene equivocando respecto a Cataluña desde los tiempos de su bisabuelo; Puigdemont también se equivoca respecto a España desde los tiempos de su bisabuelo. Acaso se hayan dado cuenta.
—Explíquenos eso.
—Digo Rajoy y Puigdemont, pero es una manera de hablar: me refiero a sus partidos y a los grupos sociales que representan. La derecha española —y la izquierda jacobina— no entiende el hecho diferencial catalán y es insensible a la lengua, la cultura y la historia catalanas: creen que Cataluña es y puede tratarse como se trata a Venta de Baños o a la Puebla del Príncipe. Tanta ignorancia les ha llevado a cometer numerosas imprudencias, que se han agravado por su afán miope de obtener réditos políticos inmediatos a costa de agraviar a los catalanes. Por su parte, muchos catalanistas desprecian España porque la consideran una construcción flaca y huera; y a los españoles, brutos, incultos y atrasados. Tanta ignorancia, les ha impedido ver que España es una democracia como las mejores del mundo y una entidad política, cultural e histórica sólida y estable. Confío en que ambos se hayan caído del caballo. Ojalá, como dice usted, llegar al borde del abismo los haya vuelto lúcidos o, si no tanto, sensatamente egoístas.
—¿Egoísmo sensato?
—El egoísmo sensato es una de las mayores virtudes que puede alcanzar el ser humano, porque es siempre la opción más inteligente: ofender al otro sin necesidad es estúpido. Hoy es obvio que Cataluña está mejor dentro de España que afuera; es también obvio que una España amputada de Cataluña estaría peor. Por otra parte, el catalanismo constituye un hecho contundente e innegable; y la solidez de las estructuras políticas españolas lo mismo: negar las evidencias —nos sean dulces o amargas— es gran estupidez…
—Luego…
—Luego habrá que llegar a acuerdos que dejarán insatisfechos a los bobos, pero que serán buenos para todos los demás. De paso, si fuera posible, hagamos una reforma de la Constitución que le alargue la vida otros cuarenta años. Y en 2060 ya verán lo que hacen quienes anden por aquí.
Pienso entre mí que es mucho pedir. Sin embargo... Dios quiera que en el aniversario de la muerte de Companys y del entierro de santa Teresa se nos bajen los humos a todos.


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