A don Juan no se le ocurre comprar jamás esa yunta
redundante que forman La Razón de Marhuenda y La Tribuna de Méndez Pozo: “Si
vienen envueltas en bolsa de plástico por algo será”, dice socarrón. Pero en
los bares —atenuada la toxicidad por el uso y la exposición al aire— les echa
un vistazo de vez en cuando: los baristas de Almagro no compran otros periódicos,
acaso porque desprecien la capacidad intelectual de los clientes o porque la
suya no dé para más.
—Porque son baratos, don Juan.
—Pues añada mezquindad a lo dicho.
El caso es que esta tarde cuando llegamos al Marqués está
ojeando La Tribuna del jueves pasado; cierra el periódico y, antes del saludo,
nos señala con el dedo la contraportada:
—Lean ustedes este libro.
—¿Cuál?
—El de Pedro Pablo Novillo que presentaron la otra tarde
en Ciudad Real.
—¿Lo ha leído usted?
—De un tirón. Es emocionante e insidioso; polisémico, muy
bien escrito. Un objeto literario de primer nivel.
—Cuéntenos.
—Me acerqué al libro con reservas. Aparenta ser muestrario
de estampas empalagosas sobre la vida de hace sesenta años, o de batallitas
autocomplacientes de un viejo que empieza a chochear: cosas que ya hemos visto.
De modo que no lo hubiera leído de no ser porque frecuento el blog del autor y
porque lo edita Almud.
—¿Cómo esquiva Novillo esos riesgos? —pregunta uno que
lee.
—Aparte de la ñoñería y la autocomplacencia, el riesgo más
evidente es la dificultad de aportar algo original en un terreno tan
transitado. Creo que Novillo salva las dificultades gracias a la literatura.
Quiero decir que en el contenido del libro no hay nada extraordinario, nada que
no sepamos quienes nacimos antes del Plan de Estabilización…
—¿Plan de Estabilización?
—El Plan de Estabilización de 1959 marca una frontera
vital decisiva: los que nacimos antes conocimos un mundo rural que había durado
siglos; los que nacieron inmediatamente después ya no lo vieron porque aquel
mundo colapsó en menos de diez años. Pero tal cosa, a nuestros efectos,
carece de importancia: importa la literatura. Y la literatura es creación: el
escritor de genio, aprovechando materiales comunes y manejándolos
adecuadamente, fabrica mundos que no existían. Eso es lo que hace Novillo:
crear, no recrear; y por eso el libro no es una evocación, ni unas memorias, ni
una colección de estampas costumbristas, aunque algunos lo hayan visto así, y
los que somos viejos y de pueblo podamos leerlo también así.
—Explíquenos cómo lo hace.
—Por procedimientos literarios, ya se lo he dicho. Dos muy
importantes: el punto de vista y el lenguaje. Lo común en el caso de las
estampas costumbristas es que el narrador sea un observador satisfecho y
cómplice, como el narrador de las malas novelas; aquí, en cambio, el punto de
vista es múltiple: por un lado el niño cuyo mundo era hermoso; por otro el
adulto que evoca al niño que fue y al mundo en que vivió con los ojos de lo que
sabe ahora; más los personajes secundarios, cada uno con su punto de
vista fruto de una particular peripecia vital; y, por último, un tú —o un
vosotros: el lector en general, ¿ciertos lectores en particular?— que no es
meramente retórico porque de él se espera que opine, que complete o refute lo
contado. El diálogo, el contraste de pareceres, las coincidencias y
contradicciones entre unos y otros, dotan al libro de relieve y profundidad e impiden al lector cualquier
amago de idealización ahistórica.
—¿Y el lenguaje?
—Además de los distintos puntos de vista, el valor del
libro viene del lenguaje; no solo del lenguaje como herramienta —el libro está muy
bien escrito: otro día lo podremos comentar—, sino del lenguaje como
materia y tema. El mundo que levanta Novillo —y de esto quizás también hablemos
otro día— no está hecho de cosas ni de personas: está hecho de palabras; su originalidad
—y carga subversiva— reside en contraponer las palabras del niño con las
palabras del lector de hoy. Mostrarnos, como si dijéramos, el absurdo de una
Autovía de los Viñedos en una tierra donde no hay ni un solo viñedo: hay viñas,
muchas viñas.
Alguno enarca las cejas desconcertado. Otro pregunta:
—¿No le pone ningún pero?
—Casi ninguno: una olla que debería ser hoya (página 72);
una palabra, aunque grave y distinguida, de acentuación aguda (página 21); y
dos o tres caídas en el lenguaje formulario más ramplón de la juventud de hoy a
cuenta del adjetivo especial. Es decir, que ojalá Novillo sucumba a la
tentación de pasarse a ese territorio, en principio más fértil, de la
ficción pura (página 57).
Me quedo con ganas de más, pero estoy contento: no hemos
hablado del dichoso 155.
(Pedro Pablo Novillo Cicuéndez. El tiempo hermoso. Almud Ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2017. Quince euros)
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