—No cejan las banderas…
—Ceje usted: abandone ese camino, que nos merecemos un descanso. Ya habrá
tiempo la semana entrante de comentar lo que pase el martes y, sobre todo, lo
que pase el jueves —corta don Juan.
—¿El jueves?
—Aunque bastantes lo desconozcan, el jueves es la
Fiesta Nacional. No pocos catalanes trabajarán ese día esforzadamente solo por
darles a roer cebolla a los españoles. Estoy deseando ver si Rajoy manda que la
policía cierre aulas, tiendas, oficinas, talleres o fábricas como la mandó a
cerrar centros electorales. Pero hoy hablaremos de poesía.
Me alegro. Un amigo pregunta:
—¿Los versos de Manolita Espinosa que han borrado del silo?
Don Juan arquea las cejas: no lo sabía. Nosotros sabemos que
los han borrado: ignoramos por qué.
—Habrá que enterarse —pone tarea don Juan mientras saca del
bolsillo de la chaqueta, y nos enseña, un libro pequeño, blanco, sobrio, de
apariencia impecable—. Locus poetarum, Francisco Caro: ¿lo conocen?
Algunos asienten sin excesiva convicción; otros callamos.
—Francisco Caro, de Piedrabuena, estuvo aquí en la pasada
semana de poesía, incluido en la jarca de poetas
oretanos. Aunque lo tenía difícil por el tema y por la multitud, destacó
claramente: fino sentido del humor, elegante autoironía, amplio caudal de
lecturas, buena técnica y buena voz… ¿Lo recuerdan?
Algunos asienten sin excesiva convicción; otros callamos. Un
alma caritativa nos saca del apuro:
—¿De qué trata?
—De poesía: poemas sobre poesía. Si frecuentan el blog de Caro sabrán de qué hablo y
se notarán inmediatamente en sitio conocido. El libro se nos aparece bajo la
forma de curso escolar, con examen de ingreso y todo, en el
Locus Poetarum, o sea, en la academia
de los poetas, cuyo Maestro —con mayúscula— ilustra, guía, da consejos al
neófito y le recomienda lecturas; naturalmente, una vez superada la prueba de
ingreso, el curso se reparte en trimestres. Los poemas son el resultado —y la muestra: los testigos— de los aprendizajes y lecturas
del aprendiz de poeta.
—Ingenioso artificio.
—Y metáfora muy eficaz. El oficio de poeta se aprende; y las
vías de aprendizaje son dos: la lectura constante, reflexiva y variada, y las indicaciones
de quienes saben más. O sea, organizando así el libro, Caro nos da una lección de
propia humildad y, de paso, alecciona —quizás sin pretenderlo— a un gran número
de poetas jóvenes que creen serlo —y enseguida son: poetas sedicentes— sin necesidad
de lecturas ni otro tipo de adiestramientos.
—¿Qué aprende Caro en el curso?
—Muchas cosas. Algunas ya sabidas desde antiguo, pero que
todo poeta ha de aprehender e interiorizar carnalmente como dogmas de una
religión. Por ejemplo: que la poesía es una enfermedad contagiosa e incurable,
incluso un vicio adictivo; que poesía y poema no se confunden, pero que no puede
haber poesía sin buen poema; que las palabras son los materiales de
construcción del poema, aunque el proceso de construcción es mucho más que el
mero amontonamiento de palabras; que el poeta es un topo que excava túneles
para llevar la luz donde la luz no llega; que la poesía es la antítesis de lo
utilitario y, sin embargo, es imprescindible…
—¿Y a quién lee?
—A muchos y muy buenos: Cernuda, Huidobro, Bécquer, Esenin,
Goytisolo. Elytis, Quevedo, Girondo Valente… solo en el primer trimestre; en el
segundo a Colinas, González, Lorca, Sexton, Cirlot, Juan Ramón Jiménez,
Pizarnik, Adonis, Rubén Darío; y en el tercero a Stevens, Panero, Auden,
Pessoa, Rilke, Vallejo, Crespo, Ungaretti, Pavesse, Mayakovski… No sé si me dejo
alguno.
—¿Qué es lo que más le ha gustado?
—Casi todo. Lo primero, que el aprendiz de poeta ha seguido
el curso con notable aprovechamiento y el resultado —el libro— es coherente con
lo aprendido: versos de línea clara extremadamente cuidados y trabajados,
elaboradísimos, en los que se evidencia que el poema es el resultado de un
proceso largo de destilación, de ascesis, donde lo que hay es
imprescindible porque se ha prescindido de todo lo superfluo. Lo segundo, la
técnica: el dominio impecable de una multitud de recursos, que en ocasiones se
disimulan coquetamente —véanse las décimas dedicadas a Bécquer y a Lorca, que
lo son y muy buenas—. También la interpretación, recreación o actualización de
los poetas leídos; y algunos poemas memorables —o sea, memorizables y
recordables—, de entre los que destaco ahora cuatro: el de la prueba de ingreso
—“La fragua de Ángel”—, uno del primer trimestre —“Arroyo”—, otro del segundo —“Parábola”—
y otro del tercero —“La casa del poema”—. Buenos escudos contra la tristeza
que nos cerca.
Francisco Caro: nuevo en la nómina de poetas tutelares de la
tertulia. La ensancha y engrandece.
(Francisco Caro. Locus poetarum. Polibea. Madrid. 2017. Nueve euros y medio.)
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