Creo que los amigos no deben dar malas noticias a los amigos
de no ser imprescindible. Por eso, he tardado en llamar a don Juan, que está
encerrado en Navaltizón, en sus libros, en sus cosas. Al final, débil que soy,
he sucumbido a la tentación:
—¡La que se ha liado, don Juan, a cuenta de nuestra última
charla!
—No es para tanto. Quizá nos explicáramos mal; quizá —noto
un ligero reproche hacia mí, el amanuense— hubiéramos podido ser más delicados
y cuidadosos. Desde luego, si nos hemos equivocado, no me duelen prendas en
pedir disculpas. Pero hay algo que me gusta: en ocasiones hemos dicho que Almagro parece
mudo y que quizás esta mudez provenga de la sordera: bien está que al menos
una parte de los almagreños haya recuperado el oído y tomado la palabra.
—Le dan a usted buenas collejas.
—A mis años tengo el cogote encallecido. Además, forma parte
de las reglas del juego: quien publica recibirá críticas favorables y adversas.
¿Acepta complacido las primeras?: ha de aguantar estoicamente las segundas.
—Pero le escocerán…
—En absoluto: que los demás hagan y digan lo que
les dé la gana igual que digo y hago lo que me da la gana. Escuece, en
cambio, que la polémica no discurra por cauces sosegados o que se desvíe a
cuestiones que nada tienen que ver con el fondo.
—¿Cuál es?
—En lo que les dije el otro día hay tres puntos principales:
una opinión, una conjetura y un diagnóstico —con sus consiguientes pronóstico y
tratamiento—. Para sostenerlos aducía varios hechos.
—Resuma la opinión, por favor.
—Opino que nunca se debe asfaltar —ni poner pisos
extravagantes— dentro de las rondas. Fuera de las rondas, cuando el tránsito de
vehículos lo aconseje, hay que asfaltar o pavimentar como mejor convenga; en
los demás casos, que se dejen las calles como están.
—¿La conjetura?
—Que en materia de patrimonio muchos almagreños se incomodan
por asuntos contingentes y enmendables, mientras que permanecen impávidos ante
otros trascendentales y definitivos. Lo ilustraba con ejemplos: se irritan por
el mobiliario de la plaza —cosa fácilmente corregible— o por el pavimento —cosa
enmendable y que se ha enmendado de hecho en todas partes numerosas veces a lo
largo del tiempo—, en tanto que no los conmueve la pérdida o modificación
irreparable del patrimonio construido: supongo que no es preciso poner ejemplos
porque estarán en la mente de todos.
—¿Diagnóstico, pronóstico y tratamiento?
—El diagnóstico es claro: asfaltar así, sin explicaciones,
ha sido un tremendo error del equipo de gobierno. El pronóstico —he acertado, pero
no tiene mérito—, que la oposición iba a explotar concienzudamente el error:
tanto que el Partido Popular y Ciudadanos —mediante un comunicado de prosa
desgreñada, lo que invita a pensar que Maldonado, hombre culto, no tiene arte
ni parte— han pregonado conversaciones para llegar a la moción de censura. Del
tratamiento no hace falta hablar puesto que —si hemos de hacer caso al
comunicado, que no sé yo— el paciente se muere.
—¿Los hechos?
—Una ristra: fuera de las rondas hay asfaltadas ya desde
hace años numerosas calles; dentro de las rondas se ha alterado el pavimento en
otras cuantas; nadie ha establecido aún que el empedrado de las que ahora se
alquitranan tenga valor patrimonial; en Almagro no hay ninguna portada mudéjar;
el suelo original de todas las calles de Almagro —y el único hasta antes de
ayer— era la pobre tierra apisonada; salvo por Pedro de Oviedo, por las calles
que se han asfaltado no pasan turistas; los turistas que pasan por Pedro de
Oviedo son los que se alojan en un hotel que no es precisamente ejemplo de
respeto al patrimonio… Acaso adujera alguno más.
—Pues, por lo que veo, nadie ha discutido la opinión, nadie
ha desmontado la conjetura, nadie ha contradicho el diagnóstico ni aventurado
otro pronóstico, y tampoco se han negado los hechos…
—No era obligatorio.
Es verdad. Por mi parte, creo recordar que don Juan enunció
también un principio: la necesidad de conjugar comodidad de los ciudadanos y
conservación del patrimonio. Reconozco que es más fácil enunciarlo que llevarlo
a la práctica; pero el lunes pasado Rubén Amón contaba lo que, según él, suele
decir el alcalde de Burdeos Alain Juppé —sí, fue ministro de Defensa y
Exteriores con Sarkozy, pero lleva de alcalde desde 1995: en Francia pasan
estas cosas—: “Hagamos de la ciudad el mejor lugar para los vecinos. Pensemos
en ellos. En su día a día, en su cotidianidad. Y si luego la ciudad les gusta a
los turistas, pues que vengan, que serán bienvenidos”. Burdeos es Patrimonio
Mundial de la Humanidad. Y los turistas van.
No hay comentarios:
Publicar un comentario